“Todo comenzó entre amigos y vecinos, como una excusa para pasar el rato juntos, para la fiesta. Los niños salían por las calles, en la zona del cementerio, a pedir caramelos. Pensamos en adornar el patio de entrada de mi casa con horcas y cruces”. Así llegó el fantasma de Halloween al número 8 de la calle Luna, que este 31 de octubre retrocederá al pasado, a principios del siglo XIX, cuando la escritora inglesa Mary Shelley dio vida al monstruo de Frankenstein, creado con cadáveres diseccionados en un laboratorio.
Sin vinculación especial con el mundo anglosajón, el mundo de la escenografía o el terror, María Serrano y sus amigos, alrededor de treinta personas con hijos ya ‘creciditos’, han sabido extraer en los últimos siete u ocho años el espíritu más festivo, lúdico y familiar de la “noche de los muertos”. Su afición ha trascendido, pues su “jardín del terror” consigue movilizar cada año a decenas de vecinos al grito de “truco o trato”, hasta tal punto que llegan a dejar cortada la calle por la masiva afluencia.
Halloween sin dejar la tradición popular
El barco la Perla Negra de ‘Piratas del Caribe’ y los vaqueros muertos del salvaje Oeste han inundado de horror en años anteriores la vivienda, que este año promete estar llena de experimentos, herramientas y cadáveres. “Se nos ha ido de las manos”, dice María Serrano, pues desde el mes de septiembre todos los implicados han quedado para decorar este espacio donde no faltarán tampoco los esqueletos, ni las telas de araña. Para esta gran familia, Halloween es un motivo para “mantener los vínculos” y, a su juicio, no entra en contradicción con mantener las costumbres populares, pues en su calendario ocupan un lugar preferente la Pandorga o la Semana Santa.