Quizá resultó demasiado pesimista mi opinión sobre la representación partidaria de la derecha en nuestro país; pero es que, como muchos, creo que España, uno de los últimos países europeos en sumarse al fascismo, fue el que más tiempo lo soportó: si cifrásemos su final en la fecha de la muerte de Franco, pecaríamos de inexactos por optimistas. Casi cuarenta años de caudillaje -como gustaban decir los suyos- de los cuales muchos fueron de violenta represión a adversarios, favores a propios y mala educación para todos, fueron más que suficientes para generar el “franquismo sociológico” – núcleo original de nuestros “populares”- que impidió la formación de un partido conservador al uso europeo; aunque ya no sea fascismo esa mezcla tan poco democrática de autoritarismo político, conservadurismo económico-social e integrismo religioso.
El amor por el “ordeno y mando franquista” lo demuestra el partido gobernante con su abuso del decreto para burlar al parlamento, en el cariño por recortes democráticos como la “Ley Mordaza” o el desprecio a regulaciones solidarias como la de la “Recuperación de la Memoria Histórica”, criticado por organismos y ONGs internacionales. El integrismo nacional-católico llega a prácticas idólatras como condecorar a advocaciones religiosas, y lo defienden en sus congresos: recuerden la abrumadora derrota de la moción de Cristina Cifuentes, para separar la creencia religiosa de la política. Pero con todo, la peor herencia ha sido la corrupción, que no puede ser limitada a la dictadura franquista, aunque en ella tuviera cómodo asiento.
No todas las carencias para el ejercicio de la normal actividad política proceden de la derecha: a la hora de restablecer tradicionales partidos de la izquierda, su imagen y recuerdo tenían que ver poco con la actualidad: más allá de los Pirineos la vida política había seguido y cambiado. Ya no estaban en el mismo bando EEUU y la URRSS, sino que cada uno lideraba uno de los dos nuevos polos de poder, y la izquierda del mundo “occidental” o “capitalista” -a gusto de cada cual- rehuyó parecer del otro bando. El mítico y mitificado Partido Comunista de España, como otros, optó por desligarse en buena parte de la URRSS, para hacer pública aceptación de los usos de las “democracias burguesas” que los alejaba de su naturaleza leninista, mientras la propaganda anticomunista circulaba por el mundo occidental, fuertemente apoyada en la pujante comunicación audiovisual, impulsando la maniquea identificación de comunistas con malvados. Y los partidos socialdemócratas parecieron beneficiados al aglutinar la izquierda en partidos que se identificaban con la clase trabajadora, pero con creciente peso de Alemania… y del honrado luchador Willy Brandt, enemigo de una URRSS que consideraba invasora de parte de Alemania. Ello y el buen nivel que alcanzaba el estado de bienestar, hicieron abandonar ciertas raíces marxistas, como la lucha de clases.
Con ayuda de la Internacional Socialista, el Partido Socialista Obrero Español rompió en el congreso de Suresnes (Francia) en 1974 con la dirección del exilio y pasó a ser dirigido por socialistas afincados en España, bien que en clandestinidad. Y el renovado PSOE, receptor del cambio operado en el mundo, en su congreso de 1979 renuncia a su definición marxista para convertirse en un partido “de masas, democrático y federal”; y que, inicialmente contrario a la permanencia de España en la OTAN, en el referéndum sobre el tema de 1986, defiende con calor que siguiésemos en ella. Solo una escasísima mayoría decidió que nos quedásemos, pese al predicamento del que gozaba Felipe González. Eso y las pocas abstenciones, pese que Fraga Iribarne las recomendó, hace pensar que las maniobras políticas y los deseos ciudadanos se divorciaban: muchos socialistas votaron “no a la OTAN”, y la mayoría de conservadores “sí”… pese a las consignas de sus partidos.
Añadan a esta cambiante situación en nuestra corta experiencia democrática, la paralización y retroceso de las mejoras sociales, debido a la crisis económica generada por los abusos de un rampante capitalismo salvaje, que vuelve a planteamientos de explotación laboral decimonónicos, además del desarme ideológico generado por unos partidos políticos más preocupados por la propaganda que les lleve al poder que por formar a sus militantes para cultivar en la sociedad ideas, y tendrán ante sí factores de una sensación de marginación en la ciudadanía, que se ve injustamente empobrecida y abandonada. Es tiempo proclive a poca reflexión y mucha pasión, de aparición de aventuras políticas más cargadas de sentimiento que de razonamiento, cuya aparición añade otra variable a un resultado electoral imprevisible, que conoceremos el domingo.