Hoy comenzará el debate parlamentario sobre el “estado de la Nación” y, contra toda lógica, he adelantado la redacción de la columna a oír o leer comentarios de lo que se diga en él. Supongo que acertaría adelantando lo que espero en esta liturgia de la democracia por parte del Gobierno: un alud de supuestas estadísticas favorables a lo que se viene llamando “macroeconomía” –o “gran economía”- cuando en realidad no es sino el eufemismo empleado para llamar a la “economía de los grandes”… o de los “grandes de la especulación capitalista”. Su impunidad será natural: guste o no, la ciudadanía española eligió, ante los primeros azotes de la crisis económica mundial, a los defensores de los poderosos económicamente, porque “los ricos sabían administrar mejor”, según el razonamiento de una modesta y laboriosa comerciante de mi barrio crédula como tantos otros de la propaganda del PP, y a la que le ha ido peor que a los banqueros, a los especuladores a los que atienden… y a sus colaboradores, sean negociantes o políticos.
Quizá la mutilación de lo que se llamó “Economía Política”, para quedar solo en “Economía”, quiso eliminar de esta disciplina todo lo que no fuera pura técnica, olvidando su dimensión sociológica e incluso filosófica, haciéndola aborrecible y despreciada por muchos, hasta que economistas de nuevo cuño, como Krugman o Piketti, han vuelto a poner de moda una Economía más social, más humana. Es como volver a los orígenes: hace un par de años, en una librería de lance en Cartagena, encontré una vieja edición de los años veinte de la antigua Colección Labor, titulado “Socialismo”, del que fuera primer el laborista Presidente de Gabinete de Gran Bretaña, Ramsay Mac Donald. Me recreé saboreando el cuidado con el que separaba el concepto de economía como pura técnica financiera de una nación, de la economía como descripción de la calidad de vida de sus ciudadanos… y el distinto concepto ideológico que ambos criterios encierran. Pues bien, espero que contra la descripción del Gobierno del PP, de la economía como despiadada técnica financiera al servicio de financieros, se escuche a una oposición pidiendo criterios económicos humanistas, en el sentido deseado por James Ramsay.
Las crecientes diferencias sociales, no solo abonan el malestar de los más desfavorecidos, sino que ya van siendo reconocidos por quien tiene la obligación de hacerlo. Sería ilusorio confiar en la preocupación social de los beneficiarios del capitalismo salvaje que nos ha traído el neoliberalismo, enemigo de cualquier freno estatal a la libertad de explotación, defensora de que el millonario y el pobre no tengan regulación legal en su pretendida libertad para pactar, en pie de igualdad, condiciones de trabajo; pero es ya una gozosa realidad que la preocupación por la justicia social vaya siendo clamor entre las gentes. Que un luchador sindicalista, Secretario General de la francesa CGT, como es Philippe Martínez -cuyo apellido y aspecto físico nos hace pensar no solo en estrecheces laborales, sino en dramas migratorios- denuncie que “Cada vez hay más pobres en Europa, mientras crecen los dividendos”, es importante; pero que Stefan Löfven, primer ministro sueco, miembro del tenido por tibio partido socialdemócrata, exija que “Hay que mejorar las condiciones de vida en la UE, no rebajarlas”, es revelador de que el ciudadano, maltratado por esta política económica ultraconservadora, impuesta por el capital como única razonable, empieza a resultar insoportable.
Es muy interesante el parcial, aunque creciente movimiento profesional judicial, en el que algunos jueces se lanzan a difusiones doctrinales y hasta a iniciativas profesionales en pos de la defensa del valor que la sociedad les ha encargado, en lugar de aguardar tras sus togas a que los afectados tomen la iniciativa, olvidando que, generalmente, son los más débiles los que tienen dificultades en defender los derechos que les roban. Encuentro muy valioso el artículo publicado por el magistrado de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, don Juan Miguel Torres Andrés, en la web de la Fundación Baltasar Garzón. Lleva por título “Justicia Social ¿logro factible o entelequia?”, y en un ágil desarrollo explica cómo, tras la convulsión de la Primera Guerra Mundial, surge una inquietud por la paz universal, que solo puede asentarse en la implantación de la Justicia Social, a cuya consecución se dirige la creación de la OIT (Oficina Internacional del Trabajo) para favorecer la equidad en las relaciones laborales. Denuncia como estamos en unos momentos regresivos en general, y especialmente en España.
“Ahora -dice- en aras de la sacrosanta crisis económica y financiera que nos acogota, todo se ha complicado sobremanera en perjuicio de la parte más débil del contrato de trabajo, y por qué no decirlo, también muchas veces de las pequeñas y medianas empresas”. Merece la pena leerlo… y pensarlo.