Eva, una mujer de treinta y cuatro años de Ciudad Real, celebra cada día de los últimos tres años. En especial el final de la jornada, al llegar a casa del trabajo y compartir la paz del hogar con su hijo, sin ninguna obligación más que la de ser ella misma.
“Cada segundo que puedo hacer algo para mí es un regalo”, reflexiona en una entrevista para Lanza. Llegar a esta situación no ha sido ni fácil ni rápido. Eva, nombre ficticio de una ingeniera de formación reconvertida a docente, es una superviviente de la violencia de género, una “víctima”, a la que le ha costado reconocerse como tal, que aporta su testimonio este 25 de noviembre, Día para la Erradicación de la Violencia contra la Mujer.
“No sé definir la violencia de género, pero es tan fácil caer en esto. Nos venden un mundo en el que las relaciones son perfectas, no hay conciencia de lo que es una relación sana o una gestión sana de las emociones… Solo una amiga me dijo que no le gustaba mi pareja, que no me trataba bien, pero yo lo justificaba”.
A Eva su maltratador la puso varias veces literalmente de patitas en la calle con lo puesto; la ha golpeado por no controlar a su bebé, la ha llamado inútil, vaga; le ha recriminado no plancharle bien las camisas, o que hiciera deporte en vez de estudiar; o ha destrozado los muebles de la casa porque hacer algo que le había prohibido.
“Creí haber encontrado al hombre de mi vida”
Claro, que esto no pasó en un día, sino en más de diez de años de una relación que empezó en la universidad, cuando Eva y su maltratador estudiaban ingeniería industrial. “Yo tenía veinte años y él unos años más. Le admiraba, fue un modelo para mí, era guapo, educado, con valores de familia, cuidaba mucho su círculo y tenía ambiciones. Creí haber encontrado al hombre de mi vida”.
Pensaba que era la persona perfecta, y como él encontró trabajo pronto en otra ciudad, la relación empezó a distancia. En esos primeros años de noviazgo hubo señales de que algo no iba bien.
“Cuando bebía se ponía agresivo”
“Cuando bebía se ponía muy agresivo, perdía los papeles”. Le pasó al poco de estar juntos en unas fiestas de verano. Eva llegó con otras amigas al lugar de encuentro y sin ningún motivo “la lió”. Esa primera vez intervino la policía y le dijo que si pensaba denunciar. Pero no lo hizo, ni cuando al poco, cuando estaba en otra ciudad pasando una temporada con él, “montó otro pollo” por celos de sus propios amigos a los que había invitado a casa. De nuevo bebió, se puso agresivo, y puso a su novia con las maletas en la calle.
Estas cosas “puntuales” pasaron en un par de ocasiones antes de convivir. Eva las aguantaba porque cuando se serenaba, le daba la vuelta, le hacía ver que sí, que él había perdido los papeles, pero que ella lo había provocado.
Aprendió que para mantener la relación perfecta que buscaba y formar una familia con el chico que había elegido, no debía molestarle, “me acostumbre a una relación en la que no podía expresar lo que me incomodaba”, cuenta.
La relación siguió avanzando. Eva terminó la carrera y se fue a vivir con él a Madrid. En ese momento la situación cambió, ella encontró trabajo y él no, “y a la semana de vivir conmigo me dejó y se volvió con su familia porque no podía soportar que yo trabajara y él se ocupara de la casa.
A la protagonista de esta historia se le atragantó ese primer empleo, también por la falta de apoyo de su pareja, “me exigían mucho, me presionaban, y acabé dejándolo y reconduciendo mi profesión hacia la docencia”.
Al tiempo la situación de pareja volvió a cambiar. Él encontró trabajo y ella empezó a preparar oposiciones para la enseñanza. Volvieron a vivir juntos en Madrid, solo que con Eva en casa, encargada de la comida, la compra, y el resto de tareas domésticas, que compaginaba con los estudios y trabajos esporádicos haciendo sustituciones.
“Ahí empezó con el maltrato verbal, me hacía sentir mal, me impedía practicar deporte porque según él no lo podía compatibilizar con los estudios y la casa, aunque él sí podía. Asumí que era mi obligación”.

Cuando tuvieron el bebé “de desquició”
En ese contexto llegó el hijo. Eva fue una madre joven, de 26 años, y no aprobó la oposición, mientras que él se sacó un máster y empezó un nuevo trabajo a turnos en otra empresa. “Ahí se desquició”, rememora.
“A los cuatro o cinco meses de nacer mi hijo empezó a desquiciarse, se cabreaba, rompía cosas, daba golpes. Nos fuimos a un piso de alquiler y su conducta no pasaba desapercibida para el vecindario. En cuanto se despertaba el bebé me gritaba, me llamaba puta inútil, que no podía callar al niño, y decía que él no hacía más que trabajar”.
En esta parte de la relación la primera persona que le dijo a Eva que denunciara fue una vecina, “me ayudó mucho, me decía que no era normal, que tenía que salir de ahí”. Con el impacto del bebé llegó el primer gran estallido de violencia y el primer intentó de ella de abandonarlo.
“Me dijo que me fuera, que si no iba a terminar en la cárcel”
Uno de esos días de tensión con el niño la expareja de Eva perdió los nervios, tiró la comida, rompió platos, zarandeó al niño y la empujó, “me dijo que me fuera que si no iba a terminar en la cárcel”.
La que acabó con lo puesto todo el día en un parque fue Eva. Pero tampoco denunció. Aceptó la intercesión de su familia política y regresó a Ciudad Real con sus padres. Justo empezó el confinamiento por la pandemia y la situación se apaciguó. Intervino un psicólogo, e hicieron terapia por separado y de pareja.
“En su entorno lo intentaban disculpar, que si estaba muy estresado, que la llegada de un niño puede romper una familia”. Eva se convenció de que se podía curar. Él cambió de actitud, le pidió perdón, tanto a ella, como a su familia, “y como yo en el fondo pensaba que era el amor de mi vida también lo justifiqué. Pensé en mi hijo y volvimos. No me identificaba como víctima”.
Pasaron los meses del confinamiento más estricto y contra el criterio de su psicólogo y su familia Eva volvió a Madrid con su maltratador y su hijo. “Mi padre me decía que las personas no cambian, que hay que fundirlas para que cambien, pero volví a intentarlo”.
Vuelta a Madrid tras la primera gran crisis
Al principio, como recogen los protocolos de violencia sobre la mujer, la reanudación de la convivencia fue muy bonita. “Volvíamos a la luna de miel. Consiguió mejor horario laboral y dedicaba tiempo a pasear y a hacer planes en familia”. Pero la rutina de esa relación acabó en lo mismo. Ella cuidaba de la casa, del niño, y estudiaba para conseguir una plaza en la enseñanza. Por supuesto, no iba al gimnasio para no distraerse “de sus ocupaciones”.
Eran una pareja con estudios universitarios, buen nivel económico, pero se comportaban como un matrimonio medieval. A lo que se sumó que él se aisló socialmente. “Y empezó un maltrato más sutil. Un día me sacó toda la ropa del armario, que estaba impoluta, y empezó a decir que vaya asco, que vaya mierda de comida”. También protestaba por los horarios de la comida o la cena, porque las camisas no estuvieran bien planchadas o por cómo estaban cocinados los alimentos.
“Los fines semana íbamos al mercado a comprar y luego cocinaba. Estaba reproduciendo el rol que había visto en su familia conmigo y yo me metí en eso completamente”.
«Me boicoteaba para que no volviera a trabajar»
Empezar un trabajo y seguir responsabilizándose del hogar fue un suplicio para Eva. Le salieron sustituciones en distintos cursos de un mismo centro, y fue un infierno compaginarlo. “Me boicoteaba para que volviera a trabajar, tuve que rechazar una vacante más larga porque estaba lejos de donde vivíamos. Le interesaba que yo hiciera sustituciones cortas, trabajillos, para tenerme en casa”.
También estuvo sometida a control financiero. “Cuando yo no trabajaba pagaba el alquiler en una cuenta conjunta en la que metía lo justo para la comida y los gastos. Si por ejemplo quería ir a la peluquería o hacer un gasto extra el dinero se lo pedía a mis padres”.
“No éramos una familia al uso, me vendía un cuento, yo cuidaba de la casa, cuidaba a su hijo, y él crecía en el mercado laboral”, reconoce esta víctima, que acto seguido admite que “hubiera seguido así toda la vida”.

La crisis definitiva porque “lo desautorizó”
El punto de inflexión fue en otra crisis, esta vez más violenta. Eva cometió “la falta” de darle un dulce al niño que no quería desayunar y su ex irrumpió en la cocina dando golpes y voces, diciendo que lo había desautorizado. “Ese día me levantó la mano, me empujó, era como si lo poseyeran”.
En esa ocasión sí compartió lo que le ocurría con la madre de un compañero de su hijo, llamó al 016, y la pusieron en contacto con el primer centro de la mujer por el que ha pasado. Le aconsejaron que no volviera a pisar esa casa, que se marchara y denunciara. “Me decían, como vuelvas a caer no habrá nadie que te ayude. Me abrieron los ojos, y me advirtieron que no hablara más a solas con él, siempre en presencia de alguien”.
“La denuncia no es fácil, no denuncié”
Esa ha sido la vez que más cerca estuvo de denunciar, recibía presiones de las dos familias, la suya por un lado para que lo denunciara, y de los padres de su expareja para que lo arreglaran. Lo meditó, lo habló con profesionales, pero no le convenció lo que le decían. “A personas como estas, tan ambiciosas, tan de cara a la galería, romperles su burbuja puede ser contraproducente, pueden ir a por ti con más violencia. La denuncia no es fácil, y no denuncié”.
En los últimos meses de convivencia con su maltratador su madre estuvo con ellos, un par de meses, y entró de nuevo en el ciclo del perdón y el enamoramiento. “Ese último año incluso me fui de vacaciones con él”, recuerda.
El niño reproducía comportamientos del padre
Su familia empezó a tirar de ella para regresar a Ciudad Real y reemprender su vida. Y al final lo consiguió. Su motivación fue comprobar cómo su hijo, que ya no es tan pequeño, reproducía comportamientos del padre.
Tres años después de aquella decisión tiene trabajo, casa e independencia económica que le permite hacer lo que siempre le ha gustado: deporte, “el hecho de llegar a casa y sentir paz, ser yo misma, no lo había experimentado desde que estaba con él”.
«Ha sido muy, muy duro, pero me ha ayudado mucha gente»
Llegar a este punto como demuestra en este pormenorizado relato de sus vivencias ha sido “muy, muy duro y costoso, pero me ha ayudado mucha gente a salir de ahí. Si no fuera por esa ayuda, que sigo recibiendo ahora en el centro de la mujer de Ciudad Real, no sé dónde estaría”.
Eva ha recuperado las ganas de vivir y disfrutar. Antes de su experiencia y pese a ser una persona joven nacida y educada en democracia no recuerda haber recibido formación sobre la violencia de género. «Echo en falta de la educación actual es que no nos enseñan nada sobre cómo gestionar emociones. Nos enseñan mucho contenido, pero nada de emociones, yo me he gastado un dineral en psicólogos. Ninguna carrera te enseña a gestionar las emociones”.
Aunque sus palabras son de aliento y ánimo para otras mujeres que estén viviendo lo mismo o parecido, es pesimista, “creo que esto no va a acabar nunca”, “sin querer repetimos patrones aprendidos, a las mujeres se nos exige que seamos perfectas en todo, en el cuerpo, en el trabajo…”
Recuerda conversaciones con su maltratador cuando comentaban noticias de mujeres asesinadas, “siempre decía que eran noticias sensacionalistas, que eso de la violencia de género es mentira, y casi me convence. Fue tanta mi sumisión, me dejó totalmente plana”.
41 asesinadas en España hasta mediados de noviembre
Hasta este 25 de noviembre cuarenta y una mujeres han sido asesinadas en España por sus parejas o exparejas, una de ellas en febrero en la provincia de Ciudad Real, Cándida, en Aldea del Rey. En Castilla-La Mancha el Ministerio de Interior tiene 5.626 casos activos por violencia de género, es decir, mujeres que están el Sistema VioGén, en el que se graban todas las denuncias y datos de víctimas y presuntos maltratadores.
Cada caso recibe una valoración según el nivel de riesgo (la mayoría son bajo o moderado), y en función de eso se hace seguimiento o se pone protección a esas mujeres.