Cuenta la leyenda que en la noche del Día de Todos los Santos, “las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los cielos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos”. Y al otro día hay en la nieve impresas “las huellas de los descarnados pies de los esqueletos”.
Las telas de araña inundan escaparates, las calabazas iluminan patios y ventanas, el chocolate coge forma de fantasma y la exaltación del horror invade en vísperas del 1 de noviembre cada una de las relaciones sociales. El recogimiento propio de la tradición española en torno a la celebración del Día de Todos los Santos tropieza en estos días con la folclórica, lúdica y hasta comercial fiesta de Halloween anglosajona, que poco tiene que ver con ese terror que transmitió en su día la famosa leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer, ‘El monte de las ánimas’.
Historiadores localizan el origen de Halloween en la noche celta de Samhain, hace 2.000 años, en la que los espíritus volvían a caminar por la tierra y los vecinos evitaban llamar la atención de los muertos. Fue mucho después, en 1845, a partir de la Gran Hambruna Irlandesa y la masiva emigración a los Estados Unidos de América, cuando el All Hallows’ Even -víspera del Día de Todos los Santos, tras la cristianización- cogió su matiz más pintoresco, asociado a historias populares, como la que nace de los “faroles de Jack”, las típicas calabazas para mantener a los espíritus malignos alejados de las casas. Resulta paradójico que en la visión internacional de la “noche de los muertos”, también en esta tierra de “meigas”, haya tenido además mucho que ver la película estrenada en 1978 por John Carpenter.
Tradiciones contrapuestas
Mientras que comercios locales aprovechan el “filón” de ventas que supone Halloween, el psicólogo Javier Soria reflexiona sobre el inevitable choque cultural que supone la convivencia de la corriente anglosajona centrada en frivolizar con la muerte y la costumbre española marcada por el homenaje a los difuntos de forma íntima, entre flores y crucifijos, y sin grandes aspavientos. Desde la perspectiva de que siempre es “positivo” el intercambio entre culturas dentro de una “sociedad tolerante”, Javier Soria alude a los inconvenientes que puede traer que la “fiesta” de Halloween absorba las costumbres propias y “ancestrales”, e incluso habla de los traumas que puede generar la exaltación del terror sin los filtros adecuados.
El psicólogo de cabecera de Lanza expresa que, frente a la inundación de símbolos relacionados con Halloween, “es importante que los niños sepan nuestra cultura” y que las familias controlen el nivel de exposición, porque pueden adquirir “un miedo irracional a la oscuridad o terrores nocturnos”. Javier Soria confiesa que en estos días hay que tener cuidado con la programación de televisión, ya que bajo el paraguas de Halloween pueden aparecer contenidos no apropiados para menores en horarios y canales infantiles.
Con respecto a la “auténtica” invasión que sufren las comunidades educativas, advierte que “la desdramatización de la muerte puede no ser bien entendida por los niños, sin conocer bien las raíces culturales de otros países”. Por ejemplo, sin indagar en el culto a la muerte de la época precolombina, es imposible comprender la intensidad de las celebraciones y el despliegue de calaveras del Día de los Muertos en México.
La “noche de las brujas” también ha conquistado a la juventud y, en este sentido, el psicólogo reconoce que la mayor preocupación son los excesos en los que en muchas ocasiones acaban estas fiestas, con alcohol y drogas. Soria destaca que “para los jóvenes, Halloween es una fiesta más, como lo puede ser un concierto”.
El choque entre culturas propio de la globalización, por lo tanto, es brutal en la gente más mayor, esa parte más “tradicionalista” de la sociedad, que aún domina, y que “admite en consulta que siente que los jóvenes se han separado de la tradición y de la religiosidad”.
Fantasía e interculturalidad
Dedicados a abrir mentes al conocimiento y a formar ciudadanos, los centros educativos fueron algunos de los primeros espacios que hablaron de Halloween en las clases de inglés y en los últimos diez años han sabido explotar la parte más folclórica y creativa de la “noche de los muertos”, sin olvidar las raíces históricas del Día de Todos los Santos.
El director del Colegio Santo Tomás de Ciudad Real, Francisco Loro, reconoce que Halloween está en auge en las aulas: “organizamos un concurso de calabazas, otro de dulces típicos y una fiesta de disfraces el 31 de octubre con gymkhana incluida”.
Tras señalar que el departamento de lenguas extranjeras es el encargado de coordinar las actividades, el director de este colegio bilingüe expresa que “es importante conocer las culturas de otros países” y que además “un centro educativo no puede quedar aislado de las tendencias sociales”. “Al fin y al cabo estos días existe un auténtico relicario de calabazas y fantasmas en la calle, en las tiendas y en la televisión”, señala.
Para Francisco Loro, “el deber de un centro educativo es compatibilizar el Halloween festivo del día 31 de octubre con la parte más íntima y tradicional del Día de Todos los Santos”, que tratan de forma más histórica en el aula. Además, considera que la continua presencia de esqueletos y monstruos no genera conflictos entre los menores, porque “Halloween es una fiesta, es fantasía, está disociada de la muerte”.
Camino a la “deshumanización”
Si Halloween queda relegado a la “anécdota”, al “Carnaval”, no debería entrar en conflicto con el ceremonial español, el problema sería “asumir tradiciones que no son las nuestras”. El delegado de Medios de Comunicación del Obispado de Ciudad Real, Miguel Ángel Jiménez, reconoce que la exaltación de la muerte y lo macabro de Halloween desdibuja el Día de Todos los Santos, un día que, bajo la concepción cristiana, “representa la fe en la vida eterna, en el cielo, la esperanza de que la humanidad continúa después de la muerte”.
Para el sacerdote, “la visión de un mundo desesperanzado, de un mundo sin futuro”, la efervescencia de lo escabroso y la muerte propia de la víspera del Día de los Difuntos, “tienen poco que ver con la visión cristiana de la esperanza”, hasta tal punto que llega a “desnaturalizar al hombre”.
Fiestas, carne artificial y látex
Imposible caer en la tentación de reflexionar en la “deshumanización”, al pasar por una de las tiendas de disfraces, donde poco tiene que ver la venta puntual de guirnaldas decorativas de calabazas de hace unos años, con la marabunta de sangre, látex, deformaciones y carne artificial. Representante de la careta y la serpentina desde 1982 en Ciudad Real, Bombín ha recibido con los brazos abiertos la celebración y su necesidad de pelucas, maquillajes, complementos terroríficos y trajes, pues en Halloween cuanto más muerto parezcas, mejor.
Los esqueletos y los fantasmas son los trajes más demandados, aunque los monstruos y villanos de la gran pantalla también se llevan la palma. Así pues, la noche del 31 de octubre, las espirales del ‘malo’ de ‘Saw’, el grito de ‘Scream’ y el maquiavélico gesto del payaso de ‘It’ tomarán la calle, junto a decenas de zombis, llenos de cicatrices y heridas, dignos de salir en un capítulo de la serie americana ‘The walking dead’ -’Los muertos vivientes’, producida por AMC-.
La juventud es uno de los públicos a los que más atrae Halloween y Bombín lo nota también en la venta de telas de araña, bichos y demás ambientación para locales. Aunque, a las pequeñas fiestas que hace años organizaban las academias de inglés, hay que sumar las incursiones de niños que lanzan el clásico “truco o trato” a las puertas de las viviendas y la parafernalia de los colegios, que han convertido a Halloween en una buena época comercial.
Piruletas de vampiros y huesos de santo
Pero la convivencia de tradiciones es posible y lo demuestran las pastelerías de la provincia. Los dulces forman parte de cada fiesta popular y, en los días previos al 1 de noviembre, las pastelerías y confiterías notan los matices del Halloween más anglosajón, junto a los sabores de la tradición gastronómica manchega. Piruletas de chocolate con forma de arañas, vampiros y fantasmas aparecen en las vitrinas junto a los huesos de santo y a los buñuelos de viento, que también evolucionan de la mano de las últimas tendencias culinarias.
Casi cincuenta años endulzando paladares desde la Plaza Mayor de Ciudad Real, Enrique Cruz habla de la introducción de las primeras calabazas de Halloween hace unos ocho años. Ahora, en el escaparate de Enrypas aparece una bruja colgada y un ataúd con humo, y predominan los muertos y los esqueletos, que poco tienen que ver con los dulces típicos de antaño.
Los fantasmas de chocolate blanco y negro, con sábana blanca y bola de preso, las piruletas de calabaza de sabor naranja y las piezas de chocolate con forma de araña con patas triunfan en estas fechas. Enrique Cruz admite que “entre el 90 y el 95 por ciento de los dulces de Halloween lo compran mujeres para sus hijos”, un nuevo nicho de mercado en el arranque de la temporada propia de las pastelerías, que empieza en torno al Día de Todos los Santos y que dura hasta después de Semana Santa.
Frente a las brujas de chocolate, La Mancha responde con mazapán relleno de chocolate, frambuesa, yema y avellana. Pues sí, los dulces típicos en estas fechas también cambian y Enrique Cruz explica que, si antes el buñuelo de viento, que es “una masa frita de harina, leche y mantequilla”, se llamaba así porque era muy ligero, ahora lo es menos, pues lleva nata, crema, chocolate o trufa. Azúcar para sobrellevar el apocalipsis y la plaga de muertos.