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Cultura

Juan Bautista, el ángel custodio de los molinos

Juan Bautista ha sido reconocido con la Medalla al Mérito Cultural por la conservación y difusión de uno de nuestros tesoros más valiosos, los molinos de viento

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Juan Bautista Sánchez-Bermejo / J. Jurado
Marta Moya / CIUDAD REAL
Custodio de un arte casi extinto, Juan es de los pocos restauradores que quedan, guardián de un oficio que devuelve a la vida imponentes colosos, respetando el alma de una de las joyas más destacada de nuestro patrimonio

    Como Don Quijote, Juan Bautista Sánchez-Bermejo se enfrenta cada día a imponentes gigantes, pero con la diferencia de que lejos de ser una fantasía o un enemigo, los molinos de viento que, desde hace siglos, custodian las llanuras manchegas forman parte del alma y la vida de este molinero. Con manos sabias y una determinación que evoca la del famosos Caballero de La Mancha, Juan se dedica a una labor casi extinta, la de restaurar y dar vida a estos colosos antiguos.

    Su oficio es mucho más que una simple restauración: con sus propias manos y su intuición de artesano, Juan no solo busca y selecciona cuidadosamente los árboles adecuados, sino que los traslada hasta su taller, donde los convierte en piezas únicas entre maderas que cuentan historias y engranajes que susurran recuerdos

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    Juan Bautista Sánchez-Bermejo / J. Jurado

    Él es uno de los pocos guardianes de un arte que ha sobrevivido al tiempo, manteniendo con vida los molinos que, igual que en tiempos de Cervantes, siguen retando al viento y adornando el paisaje como testigos eternos de La Mancha y sus leyendas. Una dedicación que le ha valido el reconocimiento del Gobierno de la región con la distinción de la Medalla al Mérito Cultural por la conservación y difusión de nuestro patrimonio.

    “Para mí es todo un orgullo ser quien se dedica a cuidar parte de lo que representa nuestra raíz, nuestra identidad: los molinos de viento”, destaca Juan, quien desarrolla su trabajo “encantado” y del que disfruta muchísimo, a pesar de las dificultades, contratiempos o accidentes, “lo hago naturalmente porque me gusta, y cuando lo que estás haciendo, que te gusta tanto, te dicen que merece un reconocimiento, pues imagínate”.

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    Juan Bautista trabajando sobre un tronco de pino negral para crear un eje / J. Jurado

    Y es que este molinero comenzó en una escuela taller con sólo 16 años, y a lo largo de todo este tiempo no ha dejado de viajar no sólo dentro de la región sino por toda la península y parte de Europa para restaurar estas joyas, que se erigen majestuosas en muchos de nuestros pueblos.

    Actualmente, el número de profesionales en España dedicados específicamente a la restauración y conservación de molinos de viento es muy reducido. Este oficio especializado ha sido preservado por unos pocos artesanos, como Juan Bautista Sánchez- Bermejo, quien es uno de los pocos “molineros” contemporáneos que se dedica a mantener, restaurar y hacer funcionar molinos históricos, especialmente en Castilla-La Mancha. Se estima que solo hay alrededor de dos o tres personas en el país dedicadas de manera continua a esta tarea

    Estamos pocos porque “es un oficio duro, es muy físico, trabajamos con volúmenes muy grandes y hay que mover grandes pesos, y en mucha altura, pero haciéndolo con conocimiento, sentido común y lógica no tienes que romperte la espalda”, asegura.

    Un trabajo que requiere estar normalmente a 8 o 10 metros de altura, lo que implica tener una importante agilidad, reflejos, etc., “y lo que unos ven como un riesgo, a mí en cambio me da la vida”.

    Es un trabajo que requiere estar con los cinco sentidos durante todo el tiempo, explica, de ahí que “hoy en día por la sociedad en la que vivimos mucha gente piense que se puede vivir mucho más cómodo y al final vamos rehuyendo de cualquier trabajo físico, que es tan digno, tan bonito y tan lucrativo como cualquier otro”. 

    Juan Bautista Sanchez-Bermejo (JJ) 4
    Juan realiza todos los procesos de forma artesanal / J. Jurado

    “El movernos a trabajar a otros sitios, para mí es un aliciente bonito, porque trabajamos mucho en taller, pero vamos a montar a muchos lugares, lo mismo Valencia, que Lorca, que aquí en la provincia, Albacete, Barcelona, Cartagena, en definitiva, sitios diferentes, comida diferente, gente diferente, trato diferente, y a mí me gusta, de hecho una de las cosas que más valoró es conocer a tanta gente, que acaban convirtiéndose en buenos amigos, y a la mayoría de trabajadores también les gusta, pero otros prefieren estar cerca de casa”.

    Todo un proceso artesanal

    En este oficio todo se hace de forma artesanal. Desde la recogida de los árboles, de donde con posterioridad se elaborarán las piezas, hasta el montaje final.

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    Taller de Juan Bautista Sánchez-Bermejo / J. Jurado

    Juan nos cuenta cómo él mismo va en muchas ocasiones al monte a tumbar árboles, y a los aserraderos donde le mueven la pila de troncos, de las que él va eligiendo los ejemplares, descortezando con el hacha, saneando, y preparando la madera in situ.

    Entre las piezas más complejas, destaca, se encuentra el palo de gobierno, de 16-17 metros de longitud “que no puede ser de cualquier manera, antes se hacía de madera de olmo, pero al no disponer ya de este tipo de ejemplares en esas longitudes por una enfermedad que sufrió, hemos encontrado en el eucalipto un sustituto en cuanto a dureza, elasticidad, veta longitudinal, etc.”

    Tras este proceso, toca transportar esos 16- 17 metros en vehículos especiales, bajar del monte entremedias de los árboles, llegar a un sitio donde se pueda cargar y llevarlo hasta el lugar de trabajo, su taller.

    En el caso de la realización de los ejes de los molinos, Juan utiliza pino negral, “un árbol que crece a mitad de montaña hacia arriba por lo que es muy retinoso y, por ende, es más resistente, además de aguantar mejor la humedad”. Troncos que pesan entre 1.500-1.800 kilos, que reposan en su taller un año hasta que adquieren las condiciones óptimas para trabajar sobre ellos, y de los que Juan tras varios procesos manuales acaba obteniendo una pieza octogonal.

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    El tronco con el que trabaja mide 8 metros y pesa entre 1.500 y 1.800 kilos / J. Jurado

    El álamo negro por su parte, para el que necesita permisos de Medio Ambiente que le marcan cuáles talar, debido a la baja cantidad de ejemplares, los utiliza para hacer la palillería interior de una rueda catalina y otro tipo de engranajes mas pequeños como el macho-linterna o las vigas interiores y mazas.

    En definitiva, Juan trabaja con una gran variedad de árboles, también encinas y fresnos, cogiendo directamente el árbol para hacer “la pieza de un molino con vida”. Lo más complicado, nos explica es a la hora de cambiar de comunidad autónoma o de tipología de molino porque debe dedicarle tiempo a estudiar y recorrer varios lugares donde quedan restos, vestigios de molinos antiguos, para recoger toda la documentación posible.

    “Esto es un ingenio de hace 500 años en nuestra península, no tengo que inventarme nada, pero cuantos más molinos antiguos recorra más documentación puedo recibir”.

    Por ejemplo, señala, “en un molino encuentro la rueda catalina original, en otro otra pieza, y lo que hago es reproducir con mucha sensibilidad las piezas originales”. Para ello, incluso cuando se desplaza a otra localidad pide fotos antiguas si tienen archivo histórico, las busca por internet, y así un sinfín de cosas para deducir, saber y tener claro el aspecto original y respetar la tipología de cada molino en cada lugar.

    Y esto porque, nos explica, cada molino es diferente, en tamaño, altura, diámetro, tipología, más o menos voluminosos, la rueda catalina puede tener 2,50 metros de diámetro como dos, el silo de la cubierta puede ser con un palo exterior que se llama palo de gobierno y en otros es con palancas interiores.

    “Cada molino, cada zona cada comunidad tiene una tipología diferente, que requiere un estudio de investigación, un trabajo previo de documentación si queremos respetar y conservar y transmitir este patrimonio que nos ha llegado a nuestros días”.

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    Juan preparando el árbol / J. Jurado

    ¿Lo más complejo, aparte de todo lo expuesto? “La rueda catalina que tiene que tener una precisión, un volumen, gruesos muy grandes; la madera tiene que estar muy seca y cuando la terminas es una pieza que pesa 2.500 kilos, no es fácil de manejar”.

    Un oficio duro y complejo que, sin embargo, a Juan le llena de vida, nos asegura. “Cuando termino un molino, y voy a hacer las pruebas, y lo ponemos en funcionamiento no sé cómo definir esa sensación; desde ir al monte a coger el árbol al taller, a verlo con su sonido, sus aromas, su movimiento, el tacto, lo visual, los cinco sentidos están ahí”.

    “Cuando lo ponemos en funcionamiento es sorprendente, y ver las caras de enamoramiento, de sorpresa, cuando llega la gente y no sabes cómo va a reaccionar, es algo que no se puede describir porque pocas sorpresas hay en esta vida y yo me las sigo dando con la reacción de las personas”, subraya emocionado.

    “Un marinero de tierra adentro”

    En toda la península hay molinos, subraya, desde el País Vasco en Getxo hasta Cádiz hay molinos, pero también Francia tiene molinos, Grecia, en toda la cultura mediterránea existen molinos y cada uno de una manera, desde harineros, a agua, viento.

    En definitiva, “no nos vamos a hacer ricos, pero hay futuro, y hay muy poca gente. Dedicados a molinos de viento como yo no existe casi nadie”.

    Y añade, con melancolía que, aunque es un oficio muy bonito, tiene fecha de caducidad. Ahora Juan tiene 45 años, lleva 28 en esto, pero no sabe hasta cuando la vida le va a permitir seguir por edad o condición física, o por un accidente, dios no lo quiera. En este sentido, subraya cómo trabajan mucho en el exterior incluso cuando hay tormentas, con lluvia y con todo. Y cómo esos días está más que nunca pendiente del teléfono, por si ocurre algo.

    Juan 5
    Montando las aspas de un molino

    Y como anécdota, para finalizar, cuenta que hicieron un video, tras el arreglo de unos  molinos, derrumbados por una fuerte tormenta en Consuegra, y le regalaron una placa donde se podía leer como “En las peores tormentas se forjan los mejores molineros”, somos como “un marinero de tierra adentro”.

    Los molinos, un sello de identidad de nuestra cultura

    Los primeros molinos de viento europeos aparecen en el siglo XII, y su diseño evolucionó adaptándose a las necesidades y condiciones locales. En lugar de usar la energía del agua, los molinos de viento aprovechaban la fuerza del viento para realizar diversas tareas, como la molienda de grano o el bombeo de agua, lo que los hacía especialmente útiles en áreas donde los recursos hídricos eran escasos.

    En España, los molinos de viento cobraron importancia a partir del siglo XVI, y se hicieron especialmente populares en la región de Castilla-La Mancha, por su aparición en la inmortal obra de Cervantes, convirtiéndolos en un elemento distintivo de la cultura española.

    La desaparición de los molinos se produjo porque ya no eran económicamente rentables, nos explica Juan, quien destaca cómo han quedado en un segundo plano como transmisión cultural, sello de identidad del lugar donde están. Y añade cómo en algunas comunidades lo cuidan muchísimo como en nuestra región, sobre todo, en estas dos últimas décadas, a lo largo de las que se percibe, “un significativo crecimiento de sensibilización por parte de los municipios, cómo cada vez le han dado más importancia, y se han dado cuenta del patrimonio tan valioso que tenemos”.

    Juan 9

    Y lanza una idea a la administración en torno a la posible creación de una empresa dedicada a esto, que “sería idóneo, porque si cualquier municipio de la región quiere arreglar un molino le dirían hay una empresa para eso”.

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