Son ya trece años los que lleva Chocolatería Pernía Pérez, de Sevilla, montando su pista de hielo natural en Ciudad Real. Se ha convertido en “prácticamente una tradición” familiar de las Navidades que logra “sacar una sonrisa a todos los manchegos, tanto a padres como a niños”, destaca Fernando Pernía.
Cuarenta son los minutos que se están en la pista de hielo y los novatos comienzan sujetándose a la valla o a un familiar o amigo más experto y, poco a poco, se van soltando, pasando de ir medio tambaleándose e incluso aleteando, tratando de no perder el equilibrio, a fluir de un lado a otro de la pista. “Aprenden, de eso se trata”, quienes se animan suelen repetir y muchos lo acompañan después con un chocolate con churros, de fabricación propia desde hace tres generaciones por la familia sevillana.

“La gente repite mucho, hay quienes llevan ya más de diez años patinando con nosotros y cada Navidad vienen cinco, diez o quince veces”, constata Javier Navarro, también monitor de la pista de hielo situada en la Plaza de la Constitución, a la que acuden aficionados al patinaje de toda la provincia, así como de otras latitudes de dentro y fuera del país que vienen a pasar las Navidades con familiares.
“Aquí todo el mundo es igual: o se cae o no se cae. Da igual que sea alto, bajo, blanco, negro, amarillo o azul. Lo que vale es levantarse, patinar y ya está. Es súper divertido”, describe Javier, encargado de poner orden cuando hay mucha afluencia de manera que no se convierta en el camarote de los Hermanos Marx: saca el silbato e indica el sentido en el que patinar para evitar imprevistos choques frontales.

Los guantes son obligatorios, se recomiendan calcetines gruesos y muñequeras y se proporcionan patines desde la talla 28 a la 48, además de unos puntos de apoyo con forma de delfines para que los chavales den sus primeros pasos en el hielo o los adultos monten hasta a dos pequeños y los empujen como si fueran trineos.
Atractivo para la ciudad, el comercio y la zona centro, hasta la pista de patinaje llegan vecinos de otros pueblos que vienen a Ciudad Real a comprar y antes de regresar a sus localidades se pasan, incluso cargados de bolsas de la compra, a disfrutar del patinaje.
Patinar gusta porque “relaja, pasas el rato, es divertido y haces ejercicio. Parece que vas flotando, en una nube, y la gente lo asocia con la Navidad por la nieve”, apunta Álvaro, otro monitor, al que le sorprende la facilidad con la que aprenden los niños: “Llegan y parece que van a estar los cuarenta minutos cayéndose, pero miro al rato y ya muchos van patinando mejor que yo”.

La afluencia fluctúa mucho, es mayor los fines de semana en los que acuden entre trescientas y cuatrocientas personas al día a la pista de hielo, abierta unas cuarenta y cinco jornadas, desde finales de noviembre que se monta hasta después de Reyes y hasta la que se desplazan incluso clases de colegios de Ciudad Real y provincia antes de coger las vacaciones navideñas en la hora de Educación Física.
Parejas de enamorados que van de la mano, avezados aficionados que incluso se permiten giros y sorprendentes flexiones en piruetas y principiantes de todas las edades, al principio azarosos ante las características del nuevo medio, pero a los diez minutos “se van soltando poco a poco” y aprendiendo a patinar, coinciden en la pista de hielo. Hay “alguna culadilla que otra, pero como son cuarenta minutos la gente aprende y patina”.