La incertidumbre se mete en el corazón y roe la paz interior. Se convierte en un ente desequilibrador que va alterando hasta los latidos del corazón. La razón pierde su cordura y el desconcierto nos llena de angustia. Y nuestros sentimientos se alteran. Se desorientan y no saben a qué impulso obedecer; si a ese que todo lo ve negro, o al pragmático que quiere dar salida al problema por la razón.
La incertidumbre se ha apoderado de esta convulsa sociedad en la que no cabe la esperanza. Los presagios son negros e inciertos y el vivir se hace más difícil. Y ha aparecido la preocupación. Todo se va haciendo muy complicado materialmente y para muchos desgarrador. Las noticias cada día son más confusas y, en muchas ocasiones, dicen negro donde el día anterior habían dicho blanco. Y te preguntas ¿qué será, verdaderamente, lo que ocurre…? Y hacemos cuentas cara al futuro pero… ¿Cuál es nuestro futuro? Y aparece el terrible pesimismo. Un pesimismo que a nada bueno conduce. Es mejor arrojarlo por la ventana y dejar que la claridad del sol nos arrope. Tal vez ese calor nos devuelva la esperanza