Álvaro Rodrigo Sánchez cumplirá 26 años el próximo mes de marzo pero ya sabe lo que es superar el cáncer tras sufrir dos durante su infancia. El primero de ellos vino cuando apenas tenía cinco años, un linfoma no Hodgkin. Cuatro años después, cuando él y su familia pensaban que todo había pasado le diagnosticaron otro, un carcinoma de tiroides.
Dos experiencias que le han marcado, pero que no le han impedido que hoy en día pueda llevar una vida completamente normal y sin secuelas, bueno a parte de unas cicatrices y de la pastilla que se tiene que tomar todos los días a causa de no tener tiroides.
El primero, explica comenzó porque le dolía un brazo y se lo detectaron al hacerle una radiografía. “Con ese cáncer me dieron quimioterapia, con el impacto que conlleva, siempre iba con el gorro o la gorra, con la cabeza tapada”.
Unos años después, con nueve, le diagnosticaron el carcinoma de tiroides. “Tuve varias punciones e intervenciones en el cuello, hasta que me operaron y me quitaron uno para ver si era maligno o benigno. Al ver que era maligno, me quitaron el otro y después me dieron yodo para evitar restos cancerígenos”.

Recuerda los continuos viajes a Madrid
Lo que más recuerda de esa época son los continuos viajes a Madrid ya que fue tratado en el Niño Jesús. Esto suponía cortar las clases, cualquier actividad de deporte, de amigos porque “en cualquier momento tenias que ir a Madrid o estar allí ingresado unas semanas”. Cree que cuando se es pequeño la mente “autofiltra algunas cosas” y se va quedando con lo que quiere. Tiene recuerdo de algunas operaciones, o de intervenciones más dolorosas como una punción lumbral, le hicieron varias.
Pero asegura que tiene recuerdos buenos de sus compañeros del hospital y en especial del cine del Niño Jesús. “Estuve meses ingresado, la suerte es que no perdí muchas clases porque coincidió con verano, sobre todo cuando tuve que recibir quimioterapia. En el caso de la operación no estuve tanto tiempo ingresado”.
Una vez superada la enfermedad recuerda que una vez le dieron el alta estaba enérgico y feliz. “Cuando tuve la intervención en el tiroides yo jugaba al baloncesto y apenas unas semanas después le preguntaba al cirujano si podía jugar”.
Las cicatrices habituales de una operación de tiroides y la consiguiente pastilla al no generar la hormona tiroidea son las únicas secuelas que le han quedado de aquella época a este joven que en la actualidad es abogado. Explica que desde pequeño siempre ha tenido claro que quería estudiar Derecho, “lo de ser abogado no tanto”. Sin antecedentes en la familia había quien le decía que como iba a estudiar eso “con todo lo que hay que aprender y leer, pero al final acabé Derecho, hice el Master de Abogacía” y desde hace un año trabaja en un despacho de la capital especializado en derecho hipotecario.
“Físicamente no me ha afectado absolutamente para desarrollar una vida normal. Vivo con mi pareja, tengo mi trabajo, mis amigos, disfruto con mis hobbies como leer o salir, he salido bastante, me lo pasé muy bien en mi etapa universitaria”.

«Estas experiencias te unen»
Lo ocurrido durante su infancia fue toda una experiencia y aunque confiesa que cuando eres pequeño “no te das cuenta como les está afectando a tus padres o a tu familia, una vez que eres mayor eres consciente del trago”.
Destaca los lazos que se generan con la gente que está ahí durante la enfermedad en este caso con sus padres, y especialmente con su madre que es la que más estuvo con él durante los ingresos. “Estas experiencias te unen”.
Reivindica la importancia de explicarle todo a los niños que estén pasando por una situación similar a la que a el le ocurrió, “hay que decirle que es una situación grave pero que para salir tienes que aguantar y tienes que pasar unas pruebas, pero que se sale”.
«Mi madre siempre me hablaba muy claro. Es muy importante explicarle todo a los niños»
Algo que hizo su madre con él ante su pregunta de que si se podía morir. “Era un niño que lo preguntaba todo y me dijo que podía ser posible pero que estábamos allí con los tratamientos para que me curara. Mi madre siempre me hablaba muy claro”.
La ayuda de Afanion en el proceso de curación fue fundamental “cien por cien”. Un apoyo en todos los sentidos, desde económica con la búsqueda de un piso cuando estuvo ingresado en Madrid, como psicológica y apoyo grupal al darles la oportunidad de conocer más familias que están pasando por la misma situación, algo “que ayuda”. Tiene especial recuerdo de las excursiones que hacía junto a otros niños en su situación.
Si algo ha aprendido de todo lo que le pasó en su infancia es a no agobiarse con algunos problemas cotidianos que “son completamente superables y solucionables y que no requieren más que un poco de tranquilidad para resolverlos”.

«Por muy mal que lo veas, se sale»
Además confiesa que empiezas a valorar pequeñas cosas que no valorabas antes y que cuando creces te das cuenta que “no se acaba el mundo porque suspendas un examen, te echen del trabajo o te den un golpe en el coche, hay cosas muchos más graves, y personas que están pasando cosas peores”.
Desde su experiencia asegura que puede decir con certeza que la vida realmente son etapas y que a veces te enfrentas a algunas para las que no estás preparado, etapas malas en las que lo pasas muy mal, pero que tienes que asumirlas. “Siempre están las preguntas de porque a mi, que al principio es normal pero llega un punto que si quieres adelantar y avanzar hay que asumirlo”. Pero que finalmente se pasan y van a llegar las buenas, “por muy mal que lo veas se sale”.