La rutina de ir al quiosco de la esquina a comprar la prensa se convirtió durante los meses más duros del confinamiento en una auténtica aventura, al igual que en su día lo fue ir a por pan, al súper o a sacar la basura. Los quiosqueros siempre estuvieron ahí. No cerraron. A pesar de su escasez de ventas por la escasez de la movilidad, fueron considerados durante el confinamiento un servicio esencial al garantizar un bien fundamental para el funcionamiento de una democracia, la libertad de información.
Desde su pequeño mirador han sido testigos históricamente del ajetreo diario de las zonas más transidas de la capital. Un movimiento que se detuvo bruscamente a mediados de marzo con el decreto de estado de alarma y su consecuente confinamiento, aunque a pesar de éste, los quiosqueros siempre estuvieron al pie del cañón con el objeto de mantener a la población informada, especialmente, en unos meses donde la demanda informativa creció hasta niveles que nunca antes se habían visto.
Una demanda informativa que no repercutió positivamente en la venta de periódicos. Al contrario, cuenta a Lanza Olga Franco, una de las dueñas del quiosco ubicado junto al Mercado Municipal de Ciudad Real, quien cree que la demanda de información ha crecido bastante durante estos meses, pero a través de los móviles, no de la prensa escrita, la cual “está de capa caída”, considera.
“Cada día se vende menos prensa escrita y la pandemia ha contribuido a ello. La gente, especialmente la joven, cada vez está más informada, pero a través de internet”, lamenta, al tiempo que añade que “esto se está hundiendo” y vaticina que “llegará un momento en que deje de existir la prensa escrita”.
Algo similar opina Pilar Castellanos, dueña del quiosco de prensa de la Plaza del Pilar de la capital, quien señala que abrieron en el confinamiento “porque teníamos que estar”, pero que los ingresos apenas daban para pagar los gastos que se tenían durante esos meses.
De no cruzar absolutamente nadie a recuperar la normalidad
Los quiosqueros, junto con los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, probablemente hayan sido quienes más tiempo han permanecido en la calle durante el confinamiento y quienes mejor han podido observar lo que ocurría durante los tres meses que la población estuvo encerrada en sus domicilios.
Pilar Castellanos narra que todo lo que vivieron en los primeros días “era impensable”. Pasó de ver una Plaza del Pilar con “bastante ajetreo y barullo” a una Plaza del Pilar en completo silencio y por la que apenas pasaba nadie.
Lo mismo le ocurrió a Olga Franco, que pasó de ver la zona del Mercado Municipal con un constante ir y venir de gente a no ver absolutamente a nadie. “Parecía una ciudad completamente fantasma. Era una situación un poco miedosa, porque las calles estaban vacías y apenas vendíamos”, comenta.
Afortunadamente, señalan ambas, con la llegada de junio, la situación comenzó a revertirse y todo volvió, “más o menos”, a la normalidad. “Las calles, poco a poco, volvieron a llenarse de gente y la verdad es que se agradece”, coinciden ambas.