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24 abril 2024
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Luengo, un apellido ligado a los 80 años de Lanza

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Las tres generaciones de Luengo en el Diario Lanza / Elena Rosa
H. Peco / CIUDAD REAL
Tres generaciones de Luengo han sido los encargados de dar forma a las portadas y noticias de este periódico, en una historia que pasa de abuelos a nietos y que miran al futuro, preguntándose si habrá un cuarto Luengo que asuma el relevo generacional dentro del medio

A veces la vida de las personas y de las cosas suelen avanzar con destinos en paralelo, dejando un reflejo entre ellas que sirven para comprender la biografía de ambas, porque la de A no tendría sentido sin la B y viceversa.

Este año que Lanza infla sus pulmones para soplar de un golpe las ochenta velas de su octava década de vida, echar la vista atrás y repasar una memoria que ya es colectiva, resulta casi una necesidad vital para saber de dónde venimos, comprender los errores cometidos y volver a disfrutar con aquellos momentos que prometieron no olvidarse y que el paso de los días, irremediablemente, condenaron a dejar paso a otros nuevos; porque la vida es un poco eso; jurar que lo que acaba de pasar es lo mejor que te ha ocurrido, y repetir la misma frase cuando la magia de ese momento queda liquidada por el presente.

En el repaso de ochenta años, a través de las páginas que se han ido tiñendo de amarillo ocre, el lector se hace partícipe de la historia de España, que en Lanza comenzó a contarse en 1943, cuando las calles de todo un país todavía estaban teñidas del rojo de una contienda injusta que enfrentó a hijos de vecino, que en muchos casos, ni siquiera sabían qué significa la política y mucho menos, qué defendían aquellos que llamaban bandos contendientes por los que se habían visto secuestrados.

Antonio Luengo abuelo trabajaba en Renfe. Fue destinado a Melilla a hacer el servicio militar, de donde regresaría siendo sargento tres años después. Nada más regresar del servicio militar estalló la guerra y le alistaron en la Guardia de Asalto, denominada de forma oficial como Cuerpo de Seguridad y Asalto en el bando republicano.

Los días de conflicto y la falta de noticias, hicieron pensar a la familia que estaba muerto, haciéndolos llorar por la añoranza del que ha partido sin fecha de vuelta y por el dolor de una muerte sin confirmar que parecía segura. “Estábamos convencidos de que lo habían matado. Las pocas noticias que nos llegaban eran de bombardeos y fusilamientos del bando republicano. En casa reinaba el silencio y la tristeza porque la sensación era de que jamás podríamos enterrar a mi padre”, cuenta la segunda generación, su hijo.

Sin embargo, la moneda cayó de canto y la suerte sonrió. Luengo no había sido aniquilado por las balas, sino que estaba encarcelado en la plaza de toros de Cáceres, donde cada día partían pelotones de inocentes para ser fusilados y donde él tuvo la suerte de la libertad.

De aquel episodio, relata su hijo: “De buenas a primeras les dijeron que se podían ir. Tanto mi padre como todos los presos que pudieron salir junto a él, pensaban que era una estratagema para fusilarlos en cuanto saliesen por las puertas; pero no”.

Aquel día hubo clemencia, pudo salir libre y volver a Ciudad Real, de donde no tenía noticias, pero albergaba la esperanza de reencontrase con la familia que dejó atrás y con ella construir una vida nueva, alejada del dolor de la guerra que Picasso resumió como nadie en el Guernica. “Aquí llegó demacrado, con una barba kilométrica y los ojos hundidos, irreconocible”; tanto que, a su llegada, su madre no pudo reconocerlo.

“Tocaron a la puerta y mi abuela preguntó quién era. Él respondió que era Antoñito, y su voz fue para todos como una visión imposible de creer. Imagina después de estar varios años pensando que había muerto en el conflicto”.

Aquellos días de fusiles bramando y de aviones asolando una España que lloraba, fueron calmándose a través del miedo y la necesidad de vivir en paz. Durante décadas el país fue enmudecido por el miedo, con heridas que todavía supuran y que sólo la bendita Democracia consiguió suturar sobre una cicatriz que sigue tierna y que muchos olvidan que lo está.

Al poco tiempo de estar ya en Ciudad Real se puso a trabajar en la imprenta de Enrique Pérez, y poco tiempo después entró en la imprenta de la Editorial Calatrava. En aquella imprenta, una de las primeras en toda la región, tiraba Lanza sus primeros periódicos, sin saber demasiado bien lo que estaba germinando a través de esas hojas informativas que cada mañana esperaban en la ciudad.

La necesidad de saber lo que estaba pasando en España y una sociedad cada vez más ávida de información, permitió que aquel medio incipiente fuese cobrando fuerza, hasta convertirse en cabecera de referencia en la provincia. Su expansión hizo que el servicio externalizado de imprenta fuese asumido por el medio, dando un paso más en la construcción de una historia que este 2023 suma ocho décadas de noticias contadas.

“Aquella imprenta yo la recuerdo con mucho cariño. A mi cabeza todavía viene su suelo de madera, las escaleras para subir a la segunda planta; el olor a tinta y papel. La verdad es que son imágenes que no se me olvidan, con mi padre trabajando de cajista y componiendo los titulares que encabezaban las noticias”.

Años después el diario Lanza se trasladó a la antigua calle Comandante López Guerrero (ahora calle Libertad), donde siguió trabajando hasta que se jubiló.

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Los Luengo junto a la rotativa de la Ronda del Carmen / Elena Rosa

El segundo Luengo llega a Lanza

Al primero de los Luengo se sumó sin darse cuenta el primogénito a los catorce años. “Era un crío. En el colegio sacaba buenas notas, jugaba al fútbol y la idea es que estudiase para tener un buen porvenir”; pero llegó verano, las vacaciones y ahí cambió todo. Con intención de que no se descuidase y aprovechase aquellos meses de asueto, el padre de Antonio lo invitó a irse con él a la imprenta y echar una mano en lo que pudiese mientras iba aprendiendo del oficio.

“Al principio me iba con el botones a los recados que le mandaban, luego me enseñaron a cortar las noticias del teletipo, también llevábamos los periódicos a la estación de tren o salía con la bicicleta a hacer recados. Aquello me gustó. No sé cómo, pero acabé enamorándome de esa vorágine de imprenta”. Esos días fueron calando en un chaval menudo de cara avispada, al que el trabajo le empezó a ganar terreno a la posibilidad de seguir estudiando.

“Cuando volví al colegio, yo sabía que quería trabajar. Así que, la única posibilidad que vi, fue la de dejar de estudiar, suspender todas las asignaturas y que me echasen”, recuerda. De ser un estudiante modélico en los Hermanos Gárate, empezaron a caer los suspensos y las broncas. “No sacaba ni los libros”, se ríe ahora, sabiendo que el tiempo le dio la razón y pudo disfrutar de lo que quiso.

La única solución que vieron en el Centro para reconducirlo fue castigarlo sin jugar al fútbol. “La pelota era mi pasión y además se me daba bien. El entrenador hizo lo posible porque me dejasen jugar, pero los curas se negaron en redondo; eran las reglas. A pesar de eso, decidí seguir sin estudiar, porque por mi cabeza sólo pasaba irme con mi padre a trabajar”.

El plan le salió a la perfección. Al llegar el boletín de notas con el único aprobado en Educación Física, se confirmó lo que se venía anunciando, estaba expulsado del colegio y le tocaba buscarse la vida. En casa, después de los reproches, llegó la búsqueda de soluciones. Hubo una llamada del padre para que el administrador de la rotativa, Vicente Castillo, accediese a que fuera a trabajar allí para aprender un oficio. Fue uno de esos tantos niños de la postguerra que fueron adultos aun siendo imberbes.

“Empecé haciendo algunos encargos. Recogía los teletipos en rollo que nos llegaban de agencia y los montaba en cuartillas antes de llevarlos a redacción donde los redactores los revisaban. Las noticias más importantes las bajábamos para que las compusieran en las linotipias. También iba hasta Correos donde llegaban por carta los artículos de opinión”.

“A los 16 años pasé de botones a empezar a trabajar en la rotativa del periódico. Entraba a trabajar a las 2,30 de la madrugada. Yo era uno de los encargados de recoger los periódicos que iban saliendo de la rotativa y luego los íbamos haciendo paquetes para llevarlos a la estación de Renfe en bicicleta o en un carrillo antes de que saliera el tren y los fuera repartiendo por los pueblos por donde pasaba. Luego llevábamos otro bloque de paquetes a Correos donde se encargaban de distribuirlos.”

Aquel trabajo no lo decepcionó, sino todo lo contrario. “Estaba encantado. Al año de entrar a trabajar, pedí que me enseñasen el oficio cajista. Cuando acababa mi turno de la máquina y el reparto, me iba a descansar y por las tardes volvía para aprender el puesto. Me encantaba hacer moldes en el componedor”. Después de aquello, llegó un paso más que lo condujo hasta la linotipia. “Le dije al administrador que yo quería ser linotipista y me dieron un cartón con las letras que tenía el teclado de la linotipia hasta que me lo aprendí casi con los ojos cerrados y entonces me dejaron sentarme en una de las linotipias y empecé a trabajar de linotipista viendo mi sueño cumplido. Varios años después se cambió el plomo por la informática y ahí hubo un cambio tremendo, pero poco a poco se fue superando y al final terminé siendo uno de los encargados de maquetar y montar el dominical que salía los domingos y las páginas del deporte nacional hasta que me jubilé, siendo una parte más de ese engranaje que cada día estuvo contando noticias y acontecimientos que son historia”.

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Padre e hijo consultando publicaciones pasadas / Elena Rosa

De la danza a la maquetación, el tercer Luengo llega a Lanza

Al paso de los años y las noticias fueron siguiendo las casualidades, algo que siempre ha regido la vida de la familia Luengo cuando se refiere al trabajo en Lanza. Para el abuelo fue la guerra y la iglesia, para el padre fue un verano de recados y para el hijo, la necesidad de reinventarse cuando la música se vio entrecortada por el ruido de la rotativa como alternativa.

Cuenta Antonio Luengo, el tercero de la saga en pasar por Lanza con el mismo nombre y apellido, que ser el relevo generacional de su padre como maquetador nunca pasó por su cabeza. “En mi caso llegar aquí fue una casualidad increíble. Yo me dedicaba a la danza y disfrutaba con ella. Compaginaba las funciones con las de profesor de bailarines, pero algo en mí anunciaba que este mundo del que estaba viviendo se estaba viniendo abajo poco a poco y era difícil rentabilizarlo en una ciudad como Madrid”.

La falta de ayudas y subvenciones le impulsaron a tomar nuevos derroteros y justo, cuando trataba de encontrar nuevos retos que le motivasen, surgió la oportunidad de volverse a Ciudad Real. “Salió una bolsa de trabajo en Lanza, de la que tuve conocimiento un día antes de que terminase el plazo, me presenté y dio la casualidad de que quedé segundo. Tenía asumido que no iba a entrar pero el destino es caprichoso; el que había quedado en primera posición no cumplía con los requisitos académicos reconocidos y así pude hacerme casi de rebote con la plaza”.

Antes de pisar la redacción de Lanza, Luengo junior ya había hecho sus pinitos en la revista “Por la danza” en la capital; “allí hacía pequeñas maquetas para anuncios, maquetaba algunos textos y ésa era mi noción básica de este trabajo”.

Sus primeros años coincidieron con el incipiente inicio del mundo digital. “Recuerdo que, en ese proceso de cambio hacia lo digital, nuestra cabecera tenía un sistema muy rudimentario de subida de noticias a la web, así como de la confección de la portada. Un sistema muy rudimentario visto con los ojos de hoy, porque en aquel momento era lo más avanzado que existía. Lanza siempre ha sido pionero en muchos nuevos formatos. En eso también ha sido muy valiente”. En 2017 llegaría la reconversión definitiva que finiquitaba el modelo analógico, y que aniquilaría la práctica totalidad del departamento de maquetación, aunque todavía permanecen los semanarios y los especiales, que recuerdan aquellos días de olor a papel, tinta y ruido de rotativas en los bajos del edificio que acoge la redacción del diario Lanza.

80 años de noticias, 80 años de Lanza

De aquellos días de impresión de periódicos diarios todavía quedan las máquinas y algunos de los objetos que permanecen en el mismo sitio y en la misma posición, en las que un día se dejaron como si fuesen un “hasta luego”. En esos fondos del periódico parece que todos los rincones guardan historias y recuerdos con olor a lignina; y da la sensación de que en cualquier momento la rotativa fuese a echarse a funcionar de nuevo.

“Aquí llegamos a imprimir más de 3.000 ejemplares diarios”, rememora emocionado el mayor de los Luengo, quien afirma que el periodismo “ha sido una profesión que se ha vivido mucho en mi familia. A los trabajadores se nos mandaba el periódico a casa y despertarse, era encontrarse con las noticias de frente y era un hábito leerlo desde por la mañana con el café delante”.

El relato también es compartido por su hijo. “El periódico ha sido testigo de muchos de nuestros acontecimientos familiares. Todo lo que somos y lo que tenemos se lo debemos a Lanza”.

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Noticia recogida en Lanza sobre la explosión en la estación de Ciudad Real

De ochenta años de portadas y noticias, el mayor de los Luengo se queda con el miedo que pasó con la explosión junto a la estación de Ciudad Real del año 77, cuyas causas siguen sin conocerse y que provocó el miedo de toda una ciudad; más cuando en su caso, dado que vivían en las inmediaciones del lugar. “Aquello fue increíble y pasé mucho miedo. Vivíamos al lado y lo único que quería era llegar a casa y saber que todo estaba bien”. También pasó miedo el día en que Tejero dio el golpe de Estado. “A las diez entraba a trabajar y en la calle no se veía un alma. Cuando llegué a la puerta del periódico, me pararon dos grises que estaban custodiando la entrada y me impidieron el paso. Tuve que enseñar el carnet y allí nos tuvieron hasta que todo quedó resuelto y nos mandaron a encender las rotativas para contarlo”.

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Portada Lanza golpe Estado Tejero

El primogénito se queda con la muerte de Juan Pablo II. “No habíamos vivido un relevo de papado y para nosotros fue algo súper novedoso”, también rescata de aquellos fragmentos de historia más cerca “la abdicación de Juan Carlos I”.

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Portada de Lanza con el fallecimiento de Juan Pablo II

Recorriendo los pasillos y recovecos del edificio, uno que acaba de llegar, se siente partícipe de todo lo que ahí se ha vivido. Pasillos que fueron testigos de muchos trabajadores, de muchas noticias, que hoy son anécdotas. En sus manos, Antonio Luengo padre, lleva algunas fotografías antiguas. En primer lugar la de su padre, el primero de la familia en ser maquetador del periódico; detrás de ésta unas cuántas imágenes suyas trabajando.

Su hijo, actual maquetador de Lanza, lo mira con orgullo mientras lo ve sostener las imágenes, sabedor de que gran parte de lo que es lo ha aprendido de ellos. Ahora es él el que ve crecer a sus hijos, que también viven con emoción la profesión de contar. “A mi hijo mayor le encanta grabarse dando noticias. Le gusta mucho todo lo que tiene que ver con grabar podcast, Youtube. Terminará siendo lo que quiera, pero está claro que sería un honor que sea la cuarta generación en esta casa”. Lo que está claro…es que si llega, mantendrá el apellido pero no el Antonio como prefijo.

¿Habrá cuarta generación de maquetadores Luengo en Lanza? Sólo el destino lo sabe; de momento, los que somos, seguiremos contando historias, que quizás se recuerden con cariño y con risas, como aquel ace que recorrió el mundo que avisaba de que Nadal volvería a ganar Roland Garros unos días más tarde.

Antonio Luengo, de segundo apellido, Lanza.

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