Mahatma Gandhi aparece en mi pensamiento frecuentemente. Llega como un viento purificador que se mete en mis entrañas y las lava del dolor de tanto odio y rencor, tanto enfrentamiento fraticida, tanto avasallamiento de los poderosos. Me enternece la fragilidad de su pequeño cuerpo y la grandeza de su corazón. De un corazón compasivo y generoso que vivió intentando lograr la justicia y la libertad para los indefensos. Me da ejemplo su respeto a las creencias de los otros y a todo mensaje divino. Nunca intentó imponer sus propias creencias. Fue repartiendo sus mensajes de libertad y enseñando a luchar desde la paz. También nos enseñó un mundo vivido en la pobreza material y en la riqueza espiritual. ¿Pero quien intenta seguir los predicamentos de Gandhi…? Nuestras metas no coinciden en este mundo en el que es rey el dinero y el poder. Yo, desde este pequeño lugar de mi existencia, me gusta soñar con su mundo ideal, con su generosidad, con su amor. Me gusta mirar al cielo y contemplar los luceros estando segura que en ese jardín de hermosura pisarán sus pequeños pies. Me gusta pensar que él, junto al Supremo Señor, rogará por un mundo mejor; en ocasiones, ante una lluvia serena imagino sus lágrimas por nuestro empecinamiento en el error.