Supongo que una gran parte de del vecindario de Tordesillas, enamorado de lo que llaman tradiciones, habrán visto alguna relación entre el “desafuero” de la prohibición legal de la bárbara muerte de del Toro de la Vega” y el hecho de que ello se haya producido en un día maldito, trece y martes. Pero no es la primera vez que esto ocurre: ese horrible festejo ya fue puesto fuera de la ley anteriormente, nada menos que en la dictadura de Franco, a iniciativa de su ministro Fraga Iribarne, que en una circular de 1963, oficialmente vigente hasta 1977, prohibía los espectáculos taurinos populares, permitiendo solo los de las corridas de toros. Creo haber leído que ello obedecía a criterios turísticos que querían limitar excesos callejeros y mantener “la tradicional y artística muestra de nuestra cultura” encerrada en las plazas de toros; aunque, al decir de algún maledicente, era una forma de liberar a nuestro país de ciertos comentarios sobre el maltrato animal… preservando el turismo rentable.
Un viejo dicho castellano aseveraba que “en Castilla las leyes se acatan, pero no se cumplen”, y el dicho, que algunos extienden a toda España, bien puede aplicarse al territorio leonés. Ya en el 64 el toro fue muerto, pese a la nueva normativa, parecida a la actual y a la vigilancia de la Guardia Civil: hubo detenciones, pero el toro no resucitó; y algo semejante ocurrió al año siguiente. Tras esos dos incumplimientos se endureció la presión sobre el Ayuntamiento y la circular se cumplió hasta que las presiones locales y provinciales consiguieron en el año setenta volver al buen camino matando a pinchazos al pobre toro. Eso sí: dejando en vigor la norma que con tan poco éxito prohibió el festejo, hasta su derogación en 1977… junto con otras normativas franquistas, y para “rematar la faena” en 1980 fue declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional. A veces la democracia deriva al populismo: me irrita localizar en el progreso de la Transición tamaño retroceso.
El pasado martes y trece, pese a discusiones entre adversarios y partidarios del festejo, alguno de los cuales fue sorprendido con la hoja de una lanza escondida para hacerse famoso pinchando al pobre “Pelado”, que fue muerto por un veterinario tras ser anestesiado. Sufrió un encierro sin lanzadas: no lo libraron de morir, aunque sí de la tortura de las dolorosas heridas alevosamente inferidas por un montón de enloquecidos caballeros amigos de la tradición. Pero esa fiesta no gustó, como ya adelantaron los participantes en la manifestación de unos tres mil defensores defensores de continuarla y que, profanando la idea de libertad, profanaban su nombre para prolongar bárbaras costumbres que la humanidad va superando. Y, como es natural, la nota populista adobaba la reclamación de estos liberales de aluvión, defensores de la “Fiesta del Toro de la Vega”: “Políticos, traidores, vendéis a vuestra madre por un voto”, rezaba una de las pancartas exhibidas.
Esas pancartas ponen en duda profundas convicciones, porque ese festejo tildaría de político traidor a Fraga Iribarne -tenido por lo más presentable del franquismo- por prohibir la muerte a lanzadas del toro, tal como se permitía en la época más dura de la dictadura. Derogó la prohibición la naciente democracia, que no solo restauró la legalidad del sacrificio, sino que lo elevó en el año ochenta a la categoría de Fiesta de Interés Turístico Nacional: no solo se restauraba, sino que se exhibía. Y el tiempo ha venido a inquietarme hasta lo más profundo de mis opiniones: el año pasado, cuando ya eran clamor las protestas del bárbaro festejo, la Junta de Castilla y León vuelve al “statu quo” normativo de la circular de Fraga Iribarne y prohíbe el alanceo y muerte en público del toro: los políticos del gobierno de la Junta de Castilla y León pertenecen al PP y han arrostrado las iras de amantes de tradiciones y bárbaras que ahora los insultan. No ha observado la misma conducta el alcalde de Tordesillas, que no se ha expuesto a perder los votos de sus electores y se ha lanzado a tan radical defensa de su suspendida fiesta local, que ha llegado a avergonzarme.
Conservar lo viejo
El Alcalde de Tordesillas, afiliado al PSOE como yo, me ha hecho recordar con su aparente populismo, como otro veterano, hace ya varios decenios, entre bromas y veras me hizo reír cuando me explicó que él distinguía entre “compañeros” y “co-carnetarios”. No soy quien para descalificar a un correligionario, aunque mantenga posturas que me hayan hecho crecer la pena que sentí al leer a la presidenta del Partido Animalista PACMA, que el PSOE había perdido la oportunidad de haber derogado tan bárbara actividad. Ni tiene sentido lamentar el final del “Toro de la Vega, ni temer a los martes y trece: no hay por qué conservar todo lo viejo.