El derecho a decidir, para unos, y la deriva nacionalista, para otros, están creando un dolor de cabeza tan importante como innecesario, porque es algo que debe de resolverse por las vías políticas que ofrece nuestra democracia y no golpeándonos en la cabeza con la Constitución y con el Poder Judicial, de momento.
El problema de los nacionalismos es que son excluyentes. Cada nacionalista ve a “los otros” fuera de su terruño, aunque vivan en él. Eso ocurre tanto en los nacionalismos periféricos como en los centralistas. Ninguno parece darse cuenta de que todos navegamos en el mismo barco y que si esto se hunde, naufragamos todos. Cordura y “seny”, por favor, “si un plau”.
Hemos de pensar en el conjunto para no perdernos en las individualidades, porque un cuerpo en el que una pierna va para un lado y la otra hacia el lado opuesto, no puede avanzar. El tensar la cuerda, lo haga quien lo haga, no conduce más que al terreno de nadie. Incluso en la Física, la tercera ley del movimiento de Newton, nos dice que a cada acción corresponde una reacción igual y contraria.
¿Estamos ya en el punto de no retorno, como pronostica un conocido periodista? En mi opinión siempre se está en el momento de rectificar, porque mientras hay vida hay esperanza, como reza el dicho. Ya se ha demostrado que judicializar la política sí conduce a ese terreno de nadie. Es tan sencillo como que cada poder del Estado ejerza desde la estanquidad, evitando así la política de vasos comunicantes, como percibe la ciudadanía que ha sucedido en esta legislatura con los tres poderes.
A ver si la próxima legislatura, sin mayorías absolutas como pronostican las encuestas, es la del consenso (esa palabra tan en desuso últimamente), la de la razón, la de centrar en las personas la acción política, la de la verdad, la de la cordura, la de la ilusión. En las manos de la ciudadanía queda la responsabilidad el próximo 20D.
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