El conocido (y reconocido) poeta de Piedrabuena, Nicolás del Hierro, nos deleita con una nueva entrega de su quehacer poético. El libro, “Nota quisiera ser de cuanto sueño”, de una cuidada edición y con portada de Ana Cano, la mujer de Nicolás, ve la luz gracias a la editorial Lastura, de Ocaña (Toledo) que tanto y tan bien está haciendo en los últimos años por la poesía, la cenicienta de las artes literarias.
Aunque muchos ya lo conocen, no está de más que aireemos los méritos literarios de este “Piedrabuenero ilustre” (título que le otorgó el Ayuntamiento de Piedrabuena en 2014), como es el hecho de ser uno de los tres fundadores de la Asociación de Escritores de Castilla La Mancha; que tiene tres novelas publicadas (“El temporal”, “Personaje sin nombre” y “El oscuro mundo de una nuez”) y otros tres libros de cuentos o relatos (“Nada, este es el mundo”, “Ojos como la noche” y “Una ventana abierta”). En cuanto a la poesía, este es el último hito de los que jalonan la larga trayectoria poética de Nicolás: más de treinta libros de poesía, desde el primero “Profecías de la guerra” (1962), hasta “Esta voz que me habita” (2016). Además de todo lo anterior, habría que reseñar sus críticas literarias en diversas revistas y periódicos, como “Lanza”.
El libro que comentamos está estructurado en tres capítulos. En el primero (25 poemas) nos habla Nicolás de los temas que preocupan a todo hombre de bien: la injusticia social, el horror de la guerra, la fe (y, a veces, la duda) de que la poesía sirva para mejorar el mundo, el ensalzamiento de las raíces del pueblo llano del que proviene, etc. Acaba esta primera parte con un soneto (“Soneto para una tregua”), que resume parte de las preocupaciones del poeta.
En el segundo capítulo (27 poemas), se nota una poesía más metafísica y existencial, tanto por sus alusiones a Dios como a las dudas del hombre en la tierra; todo ello sin olvidar sus orígenes rurales. En lo formal, llaman la atención los encabalgamientos en muchos de los poemas de esa segunda parte, lo cual les da más fuerza expresiva. El último capítulo (el III) está compuesto por un solo poema: un soneto que es como una recapitulación de su ideario poético. Aparte de los sonetos que abren y cierran la primera parte, como el de la tercera, el resto de los poemas componen una silva bien medida y estructurada. A los que conocemos la poesía y la poética de Nicolás, nos es fácil conectar con él a través de sus versos. Su poesía es entendible, cercana y humana, lo cual explicaría el éxito de su producción poética. Nicolás, a través de este libro, se hace muchas preguntas (en realidad, son las que todos nos hacemos) sobre la vida, sobre la muerte, sobre todo lo que marca el devenir del género humano. La guerra le preocupa ¿a quién no? Pero hemos de recordar que él tenía dos años cuando estalló la guerra incivil española y, supongo, que su entorno (y él mismo) se vio afectado por ello. Su origen humilde, su entorno rural, no fueron óbice para que él peleara por una vida más digna, pero nunca ha olvidado en su poesía a aquellos que le imbuyeron sus ideas y su forma de ser.
De todo lo anteriormente expuesto, vamos a poner algunos ejemplos de los que vienen en el libro. Su confianza en la palabra poética como instrumento de paz: “Por eso escribo y pienso/. Soy/ el que desanda y cruza los caminos,/ el que busca la paz y la concordia,/ el que se sabe nadie y nada puede/ hacer sino estos versos/ que llaman a la puerta/ de todo compromiso,/ por si acaso,/ por si alguno me escucha y se convence”. (Pág. 51); aunque también tiene sus dudas sobre esta idea: “¿Qué le concierne a nadie mi palabra?/ ¿A quién puede afectar lo que yo piense?” (Pág. 32); o bien: “No voy a escribir más/ ¿de qué me sirven/ todas estas palabras –me pregunto? (Pág. 63). No obstante, reconoce que su esencia está en el verso: “Solo y únicamente/ la integridad del verso/ donde plasmo mi más hondos temores,/ representa la esencia de mi yo”. (Pág. 33). En cuanto a su preocupación humana y humanística se puede citar: “El hombre es mi palabra favorita” o “Sueño con un mañana más humano”. (Pág. 19). Cuando cita a Dios, como Ser Superior, aunque dice que es “creyente a su manera” (pág. 40) denuncia la conversión del Dios del amor en Dios de la guerra por los diferentes fanatismos que pululan por el mundo: “¿De qué les sirve Dios (su Dios),/ si esconde el maleficio de las bombas?” (Pág. 49), o “Todo el que mata,/ incluso en nombre de su Dios,/ no deja de ser arma de suicidio”. En cuanto a las referencias a sus orígenes, aparte de ser una constante en todo el libro, a veces explícita y otras más subterránea, podemos entresacar algunos versos: “Mi voz sabe a rural y a tierra sabe” (pág. 69), o bien: “Alguien melló la reja del arado;/ alguna hita antisocial/ minimizó el trabajo de la fragua./ No hay herreros que afilen vertederas/ ni carpinteros surgen que otros puños/ más suaves le coloquen/ y orientación le den a la mancera”. (Pág. 87). Como se ve hay palabras como arado, vertederas, mancera que tienen (tenían) pleno sentido en sus orígenes y que colorean y dan expresividad a sus versos, son entendibles por lectores de cierta edad, pero, como contrapartida, dudo que los jóvenes de ahora supieran acoplarlas en su contexto. Las dudas existenciales también tienen su presencia en estos versos: “¿Adónde voy ahora?/ ¿A qué lugar me llevan estas mudas entelequias? (Pág. 23); o bien: “Debilitada la esperanza, dudo/ dudo y se agigantan mis temores”. (Pág. 46).
Como se ve, en el libro hay unas constantes vitales que, como metáfora de los seres vivos, son las que nos mantienen en pie y, en el caso de Nicolás, son las que le empujan a escribir y a reivindicar, con su palabra, con sus versos bellos e impolutos tanto en el fondo como en la forma, un mundo más humano y más justo.
Con este nuevo libro de poesía, Nicolás del Hierro demuestra que, pese a ciertos obstáculos que la vida ha puesto en su camino, su mente y su corazón siguen lúcidos y prestos a ofrecernos lo mejor de sí mismo. Enhorabuena.
POSDATA. Este artículo de opinión, enviado al diario ‘Lanza’ cuando Nicolás del Hierro aún vivía, se tiñe de luto por el fallecimiento, el día 14 de enero, de este buen poeta y mejor persona que fue Nicolás. Todos sentimos un gran pesar por la pérdida de un hombre con grandes valores humanos y poéticos, pero, en especial, aquellos a quienes distinguió con su amistad, entre los que me encontraba. Mi más sincero pésame a Ana Cano, su mujer, y a toda su familia. Descanse en paz. (Eugenio Arce Lérida»