“El dinero no deja de ser dinero”, viene y va, pero lo que “te queda” es la satisfacción de que tus productos gustan, comenta Emeterio, y, además, forman parte del recuerdo familiar de muchos ciudarrealeños en relación con unos pasteles y dulces de sabor auténtico, elaborados “como antiguamente”, a mano y sin conservantes.
“¿Es que tú te crees que antes había tantas cosas?”, le decía el padre de Emeterio, de quien heredó el nombre su hijo, a su nuera Ascensión, recordando las carencias en la Guerra Civil y postguerra que debían sortear para la elaboración de los pasteles. “No había levadura ni impulsores. Tenían que hacerlo de manera que subiera el bizcocho sin nada de eso. Y así lo hemos seguido haciendo”, relata Ascensión, quien conoció a su marido “con diecisiete añitos sin saber que era pastelero, ni nada de nada. Al contrario, cuando me enteré, me asusté un poco porque era llevar muchas cosas, atender al público y yo nunca lo había hecho”.

A pesar de ello, menos de un mes después de casarse, los padres de Emeterio se jubilaron y a Ascensión ya la “dejaron aquí sola en la pastelería. Entonces, al ver que ya es tuyo, vas fijándote en una cosa, haciendo otra y te picas, sobre todo, porque aprecias cómo Emeterio lo vive. Al final, te pega su entusiasmo”.
Toda una vida entre dulces
Después de 53 años en la calle Obispo Estenaga, la Pastelería La Manchega cerrará a finales del próximo mes de mayo con la jubilación de ambos. Emeterio ha estado esperando un par de años a Ascensión para ello y, ante el anuncio de que van a bajar pronto la verja, no paran de llegar encargos, más de los que dan abasto.

“Es un locura”, indica ella. “Sí, demasiado”, apostilla él. “Por ejemplo, hay gente que siempre encarga la tarta de yema tostada, como es la clásica, y, con eso de que nos vamos, están probando y cada fin de semana se llevan una distinta para probar”, apunta Ascensión, que ha recibido hasta encargos con dedicatorias para mascotas. “Hace poco me pidieron una tarta, me preguntaron la fecha para la que la podíamos tener e indicaron que le pusiera ‘Felicidades Lukas’, con ‘k’, lo que la sorprendió, a lo que siguió la aclaración de la clienta: “Es que es para mi perrito porque ya no sé qué excusa poner para que mi madre me deje comprar una tarta vuestra”.

Pero también hay otro ‘parroquiano’ que les ha asegurado que se va a comprar un arcón congelador donde prevé meter tartas y pasteles para la comunión de su hijo que se celebra días después del previsto cierre de La Manchega. “Ya lo utilizará para otra cosa, imagino, porque si no…. comprarse un congelador para eso…”, relata un tanto admirada Ascensión.

Como “no fabricamos ni vendemos para nadie”, son sabores y productos que en pocos otros sitios puedes encontrar y la gente está aprovechando estos últimos días de actividad, apuntan los responsables de una pastelería que, con noventa y ocho años, es uno de los negocios más antiguos de Ciudad Real.

Sus orígenes se remontan al abuelo de Emeterio, Sacramento, quien, procedente de Almagro, se vino a Ciudad Real a trabajar, primero en la calle Madrilas y la calle Real, para, después, comprar el 13 de agosto de 1927 una casa en la calle Jacinto donde montó un obrador de pan y pasteles, al que luego siguieron un puesto, el número 1, en el Mercado Municipal y una pastelería en la calle Alarcos que, cuando se expropió el tramo en el que estaba situada para crear el actual Pasaje de la Pandorga, se trasladó a su ubicación actual de Obispo Estenaga 3.
Pastelería con solera
Los niños suelen venir con un pan bajo el brazo y Emeterio, además de las numerosas recetas que luego aprendería de su padre, parece que lo hizo con una batidora que costó 13.000 pesetas, que aún sigue funcionando y para la que su abuelo Sacramento pidió a Unión Fenosa que le instalara en el año 1958 una línea trifásica.

De su padre, tradujo en gramos y litros medidas que le indicaba como, por ejemplo, media lata –se utilizaban de conserva como las de tomate- de un determinado ingrediente o una panilla de otro, y después de mucho probar aprendió los tiempos adecuados de amasado, batido y cocción para que quedaran inmejorables productos que caracterizan a esta pastelería como los mojicones, enaceitados, negritos, canelos, rollitos de coco y porrazos, así como las soletillas que hacen todos los miércoles, bizcocho alargado que se pone sobre las natillas y las convierte en “manjar de dioses”.

También son famosas sus figuritas de mazapán, elaboradas manualmente una a una, y sus roscones de Reyes. Cada 5 y 6 de enero se formaba cola ante la pastelería y a no pocos se les escaparon en este 2025 lamentos como ‘ay, qué pena, que es el último año y dónde lo voy a comprar ahora yo’.
El misterio está en “hacer poco y sin prisa, con el tiempo que necesitan las cosas” para que queden bien. “No es que no queramos hacer más producto, es que no da tiempo a hacerlo. Si puedes hacer dos roscones, por ejemplo, no puedes hacer cuatro, porque para hacerlo mal… Yo lo que hago, lo hago bien, si no no lo hago, prefiero hacer dos bien y punto en lugar de cuatro”, expone sobre su filosofía de trabajo Emeterio, que estima que para ser buen pastelero hay que “tener ganas de serlo y que te guste mucho la profesión: no mirar el tiempo ni el trabajo”. Se requiere de “mucha paciencia y probar mucho, hacer pruebas. Si te sale mal, vuelves a hacerlo y así hasta que lo sacas”.

El secreto de una pastelería tradicional para mantenerse a flote y que generación a generación sigan acudiendo los clientes es hacer “producto todos los días, que lo tengas reciente y que vengas el segundo día y que sea nuevo otra vez todo”.
Mantecados y escaparates
Entre los productos con los que más disfruta trabajando están los mantecados, asegura Ascensión. “Los sigue haciendo como su padre, en la misma mesa de mármol” en el patio del obrador prepara la masa y está atento al parte meteorológico ya que, como los prepara “como antiguamente, sin levadura ni nada, cuanto más hiele más sube la masa”.

“Ha habido veces que, estando en casa, preparando la cena, pone la tele o la radio, dicen que va a helar no sé cuánto y coge y se va a amasar para dejarlo toda la noche. Y luego viene y dice ‘mira qué mantecados me han salido, mira qué hermosura: ¿Pero dónde encuentras esto sin levadura. Los mantecados es que lo vive”, confiesa Ascensión, que asegura que en bastantes ocasiones se ha quedado con la boca abierta viendo cómo su marido dejaba para más tarde la cena que acababa de preparar mientras ponía la mesa.

Por su parte, ella, a quien le encanta la decoración, se ha llevado varios premios de escaparate, el último el pasado mes de diciembre de la Cámara de Comercio con un coro de tortas de Alcázar cantando canciones navideñas y varios muñecos mecánicos a sus pies moviéndose tocando instrumentos. Así mismo, ha reunido la historia de esta señera pastelería, con fotos históricas, artículos y hasta tíckets de lo que costaban hace muchas décadas productos como la harina y el azúcar, en las redes sociales, a través de las cuales ha atraído a clientes de muchos lugares hasta Ciudad Real, lo mismo de Madrid que de Canarias e incluso de Estados Unidos, para degustar la tradicional pastelería manchega.