Pilar García Arroyo ha rescatado para su primera novela histórica la figura de Olimpia, madre de Alejandro Magno, a través de la cual ha buscado reivindicar el papel de “otras muchas mujeres griegas que han quedado en el olvido”. La autora ha tratado también de romper la imagen distorsionada que la historiografía ha transmitido de la esposa de Filipo de Macedonia, como mujer “airada y manipuladora”. Para García Arroyo, Olimpia es “un personaje poderoso y muy curioso”, con “gran repercusión política”, que “consiguió hacerse valer” en un entorno hostil.
Más allá de su papel de esposa (su nombre era Políxena y lo cambió en honor a su marido, vencedor en unos Juegos Olímpicos) y de madre (que lucha por los derechos de su hijo, Alejandro Magno, y por mantener su legado), la autora ha querido centrarse en la versión de la Olimpia mujer y ha prestado especial atención a la primera fase de su matrimonio con Filipo de Macedonia. Le ha interesado, sobre todo, su llegada al palacio del rey y cómo se enfrenta a la poligamia y a la existencia de otras esposas, y su lucha por conseguir un papel importante dentro del gineceo, explica García Arroyo.
La novela es, en definitiva, una novela de emociones humanas “que son atemporales”. Aunque ambientada en un contexto histórico muy concreto, documentado e investigado por la autora, al final, se trata -según apunta- de que “las necesidades humanas permanecen y una madre siempre quiere proteger a su hijo, sea en el S.IV antes de Cristo o del S.XXI después de él”, de que los conflictos en “las relaciones de pareja se mantienen” y de que “las necesidades humanas son universales”. De lo que habla el libro, sentencia García Arroyo, es de “emociones humanas”.

Imagen distorsionada
La autora ha provechado la presentación de esta tarde en el Convento de la Merced, en la que ha estado arropada por la Asociación de Amigos del Museo de Ciudad Real, el subdelegado del Gobierno, David Broceño, y la doctora y profesora de la UNED, Pilar Fernández Furiel, para limpiar la “mala fama” que ha trascendido de Olimpia. Una imagen distorsionada que achaca en buena parte a Plutarco, escritor que 400 años después de su muerte la retrata como una “mujer airada” que trataba de enfrentar al hijo, Alejandro Magno, contra su padre, Filipo de Macedonia. Una imagen que ha trascendido a lo largo de los siglos perpetuando su papel de “mujer vengativa, capaz de envenenar a los hijos de otras mujeres para conseguir el poder”.
García Arroyo rechaza “el carácter misógino” con el que la historiografía ha tratado la figura de Olimpia y la de otras muchas mujeres, porque “ha quedado como divertido” mantenerlas en la historia “como vengativas, como malas personas”. Y contrasta como “cuando los hombres toman decisiones políticas, aunque incluso sean muy drásticas, se entienden como estrategias, todo se racionaliza, pero cuando una mujer hace algo similar o, incluso, menor se toma como que es vengativa, es mala, es una víbora”. Esto, señala, es lo que pasó con Olimpia, “que tomó decisiones políticas que siempre se le han criticado, porque no encajaba en su papel de mujer calladita que tenía que quedarse en el gineceo sin dar problemas”. La novela, añade, va de esto, de tratar de valorar las razones de Olimpia, “tan válidas como las de los hombres”, para hacer lo que hacía.
Brujas o prostitutas
La imagen con la que muchas mujeres han pasado a la historia, “como brujas o prostitutas” es, precisamente, uno de los aspectos que García Arroyo aborda de forma tangencial en esta primera novela. Una visión que considera que “todavía persiste hoy, de alguna manera, porque se sigue tendiendo a juzgar a las mujeres desde un prisma diferente al de los hombres”. A día de hoy, señala, todavía cuando se critica a las mujeres que han alcanzado ciertas posiciones “se hace cuestionando el modo en el que han llegado hasta esos lugares de responsabilidad”. Aunque no tan agudizado como en la época de su personaje, la autora sostiene que algo de todo aquello continua “todavía vigente”, por lo que cree que aún “hay mucho que hacer en este sentido”.

Hacer accesible la historia
‘Olimpia, hija de Neoptólemo’ surgió, según cuenta la autora, a raíz de la propuesta de un amigo para que trasladara “de forma comprensible y accesible el mundo griego”. De esta idea procede el salto de García Arroyo del mundo del ensayo, en el que había debutado con ‘Alucinaciones sagradas’ acerca del uso de drogas en el Mundo Antiguo (tema sobre el que profundizó en su tesis doctoral ‘Enteógenos, ritual y psicoactivos en el Mediterráneo Antiguo’) al de la novela. Detrás de todo ello se encuentra, además, el enamoramiento que la autora siente por el mundo griego y su “pena” porque “la gente no lo conozca”. Y la forma de darlo a conocer, dice, es “acercarlo al público en general”, con una novela como la que ha presentado esta tarde.
La autora ha contado que el proceso de escritura de ‘Olimpia’ le ha costado cuatro años, desde que comenzó a documentarse a mediados de 2020, hasta que el libro ha salido a la venta este pasado mes de febrero. La idea de centrarse en este personaje, más allá de la fascinación que lo rodea, surgió del proceso de investigación de su tesis en la que ya indagó sobre el Misterio de Samotracia, donde se conocieron los padres de Alejandro Magno. La autora comenzó a tirar de este hilo y con “mucho, mucho trabajo de documentación” ha construido ‘Olimpia, hija de Neoptólemo’ y todo el mundo de su época, desde la vestimenta al mobiliario, mediante un proceso de investigación “muy riguroso”.
Habrá una segunda parte de Olimpia
La autora declara su intención de seguir escribiendo novela histórica, y avanza una segunda parte de la vida de Olimpia, que ya tiene muy avanzada, pero para la que aún no hay fecha prevista de la salida. El nuevo volumen, como el actual, correrá a cargo de la editorial Serendipia. Además de esta nueva entrega, García Arroyo tiene ya en mente otros desarrollos de ficción protagonizados por personajes femeninos, también de época helena pero, en esta ocasión, del mundo egipcio. Piensa, aunque todavía no tiene decidido, en antepasadas de Cleopatra, como Tesalónica o Verenice.
