Llevábamos veinticinco días de toros en Madrid, y todavía no se había producido la salida a hombros de un matador de toros. Sí había salido un novillero (Jarocho) y un rejoneador (Diego Ventura), pero hasta ayer, tarde en la consiguió Borja Jiménez (oreja y oreja), había un vacío de triunfo gordo en tal escalafón.
Y a punto estuvo de no producirse, lo cual habría sido una flagrante injusticia, ya que, después de una abigarrada faena del torero sevillano a un gran segundo toro de Victoriano del Río, el presidente del festejo, José Luis González, tan solo concedió una oreja cuando todos -quitando veinte o treinta, que de todo puede haber, de un total de 22.964 almas en la plaza y más aún en las pantallas de Onetoro-, esperábamos las dos. Y la vuelta al ruedo al toro, que también habría sido de justicia.
Las dos orejas habrían resultado el premio justo a un trasteo molestado por el viento a un toro que fue bravo y que ofreció embestidas para hacer el toreo, aunque no para relajarse, pues su casta exigía, y el condicionamiento del viento dificultaba.
El de Victoriano del Río, de nombre Dulce, embistió sin parar a pesar de la aparatosa voltereta que sufrió en el inicio de faena de muleta, en la que hubo toreo de categoría, sentido, ceñido, con extrema verdad; en suma, con emoción.
Nos quedamos con cara de tontos y semblante de incredulidad cuando vimos que la obra de Borja Jiménez únicamente mereció una oreja a juicio del palco, y la plaza, tras la protesta generalizada, obligó a Jiménez a dar dos vueltas al ruedo. Algunos llegaron a reclamar una tercera.
La consecución del triunfo de la puerta grande quedaba a expensas del quinto, el cual, para más inri, fue devuelto a los corrales por tener gran clase pero la fuerza del límite para abajo. Y salió uno de Torrealta, colorado, largo como un tren, y que, afortunadamente, embistió.
Tras un entonado recibo de capote, después de recibirlo -como a los dos anteriores- a porta gayola, hubo un soberbio inicio con trincherazos y pases de la firma. Borja Jiménez hilvanó un trasteo a un toro algo rebrincado que tuvo buen embroque, es decir, que metía la cara abajo en el momento en el que llegaba a jurisdicción del torero. No fue una labor larga, ni de momentos deslumbrantes como sí hubo en su primero, pero mantuvo un nivel suficiente para la previsible concesión de una oreja. Sin embargo llegó el pinchazo, que precedió a una fulminante estocada entera arriba que fue excusa suficiente para que el palco «arreglara» lo que desarregló en el segundo, y sacara el pañuelo que abría la puerta grande a un Borja Jiménez cuestionado por sus tibios triunfos en sus dos tardes previas.
Una oreja y una oreja no es lo mismo que dos en un mismo toro. Pero podría haber sido peor si el de Torrealta no hubiera embestido y el balance hubiera quedado en singular.
Del resto de la corrida cabe señalar un magnífico comienzo de faena, doblándose por abajo, de Emilio de Justo (palmas con aviso y silencio con aviso) al encastado primero, y pasajes de buen toreo demasiado desigual en el cuarto.
Roca Rey (silencio con aviso y silencio) se las vio con un tercer toro impetuoso, en un trasteo que se desarrolló de más a menos y en un tono demasiado premioso, sobre todo en el inicio, llegando a escuchar un aviso antes, incluso, de montar la espada. Por su parte, ante el incierto sexto, parecía que podía ser y no fue. El de Victoriano del Río embistió con categoría en una prometedora tanda inicial antes de tomar camino de las tablas, derrotado por el poderío de la muleta del peruano, que optó por abreviar.
Fotos: Plaza1/Alfredo Arévalo