La voluntad, la reflexión, la motivación y la paciencia son algunas de las aptitudes que conllevan los procesos de deshabituación toxicológica. Es el caso de los quince usuarios del Proyecto Renacimiento, ubicado en Ciudad Real, que miran de soslayo a sus mochilas marcadas por la drogadicción para centrarse en la terapia que les permitirá alcanzar la meta de la reinserción, tras su desintoxicación y rehabilitación física y anímica.
Es una oportunidad que han tenido a lo largo de 23 años los más de 600 hombres (no hay mujeres) drogodependientes que han pasado por esta comunidad terapéutica, con resultados exitosos, dado que, según la coordinadora del centro, el 60% de los beneficiarios “han mejorado la calidad de vida”.
“No es nada fácil el proceso de recuperación”, asegura María Antonia Oviedo, por un lado por los cambios en las tendencias de consumo, en el año 1995, cuando se abrió el centro, con la heroína como la gran ‘seductora’, y en la actualidad con el peligroso juego de ‘excitación-relajación’ que provocan la cocaína y la heroína, además de la sostenida presencia del cannabis y el alcohol.
Por su parte, el aumento de la patología dual, es decir, el padecimiento simultáneo de una adicción y un trastorno mental, también ha complejizado el tratamiento.
Así, mientras que hace años sufrían esta afección entre el 20% y 30% de los usuarios de ‘Renacimiento’, en 2017 la mitad de ellos tenía diagnosticada una enfermedad psíquica.
Por ello, Oviedo valora los efectos positivos de los ingresos, completos o incompletos, que, en su opinión, conllevan unos procesos de cura que “no caen en saco roto”.
La psicóloga y coordinadora del centro, gestionado por la Asociación provincial contra las Toxicomanías (también la preside), destaca el promedio de 200 días de estancia de un máximo de 365.
Registran un 20% de abandonos, sobre todo en las primeras semanas, de las que el 5% corresponde a salidas voluntarias sin alta terapéutica en una fase posterior, cuando ya los usuarios han superado nueve meses de tratamiento y “han conseguido muchos objetivos”.
Oviedo sostiene que son “enfermos” que llegan derivados desde la Unidad de Conductas Adictivas (UCA), herramienta necesaria para ingresar y a la que posteriormente siguen ligados con un seguimiento ambulatorio. También son internados en la comunidad desde centros penitenciarios, dado que un 80% de los internos tiene causas judiciales pendientes.
La mayoría de encausados, en concreto siete de cada diez (65%), están dispuestos a resolver estos problemas desde la comunidad, con una motivación “no tanto extrínseca como más intrínseca”.
Medio más estructurado
Renacimiento, como centro de deshabituación residencial ofrece, al igual que la mayoría de los trece recursos que funcionan en Castilla-La Mancha, atención a hombres con problemas derivados del consumo de drogas que requieren una intervención en un medio más estructurado de internamiento, en base a dos actuaciones para su integración.
“Trabajamos, explica Oviedo, con el programa libre de drogas”, una terapia que combinan con la administración de sustitutivos (mantenimiento con metadona), que reciben el 45% de los ingresados.
A partir de ahí, imparten una terapia individualizada “no estática”, al incluir procesos de recaída como parte de la atención, y una revisión de los casos de manera personal, en función de la evaluación de los objetivos marcados.
El programa se estructura en tres fases interdependientes -adaptación, acción e inserción-, y constituyen un proceso global que a lo largo de 12 meses combinan con actividades terapéuticas educativas-ocupacionales, psicosociales, de ocio, tiempo libre y de reintegración al medio externo.
El día a día
Cada día, explica Oviedo, los quince drogodependientes procedentes de toda la región en proceso de rehabilitación en Ciudad Real cumplen escrupulosamente las numerosas responsabilidades asignadas en un horario de 16 horas, entre las 8 a las 00 horas.
Realizan todas las tareas domésticas del centro, además de los pequeños arreglos (el edificio es muy antiguo), el cuidado de las zonas verdes, el mantenimiento de la piscina en verano y el trabajo en un pequeño huerto.
Limpian, lavan su ropa y la de cama y, con medida intencionalidad terapéutica, están obligados a trabajar un mes en la cocina para que afronten la responsabilidad de elaborar la comida diaria, que puede generar aceptación o críticas y que, por tanto, les ayuda a resolver conflictos en una dimensión real.
“Están limpios de cualquier consumo y ven la vida cómo es, de manera realista”, apunta Oviedo, que precisa que “son exigentes a la hora de cumplir los deseos de manera rápida”, por lo que hay que “trabajar mucho la paciencia” para atemperar sus comportamientos y actitudes.
A muchos los enseñan a “gestionar el ocio para que en el tiempo libre no se recreen en sus problemas”, y en otros casos rebajan con la terapia su carga de agresividad, su manera habitual de relacionarse, porque “han estado en contextos violentos y tienen falta de control de los impulsos”.
También tienen que aprender a convivir entre ellos, “cada uno con su historia”, cumplir unas normas, normalizar hábitos, y respetar a los profesionales.
Salidas
Las salidas al exterior desde el centro ubicado a varios kilómetros de Ciudad Real son otros procesos determinantes del tratamiento.
Siempre acompañados, los fines de semana realizan salidas de gasto, y “si todos disponen de dinero” van al cine, o de lo contrario toman un helado o un café y dan un paseo.
En otras ocasiones van a comer al campo o acuden a la biblioteca, así como en la tercera fase, acuden solos a cursos de formación, o a buscar trabajo.
Pero siempre, antes de cada cita, han debido de dar negativo en drogas en los protocolos médicos. Son sometidos a analíticas toxicológicas en las UCAs, y una vez al mes hacen en el centro un control “sorpresa” para verificar el avance del tratamiento.
“La cocaína y la heroína se negativizan en cuatro días, aclara la directora, mientras que el cannabis precisa de 15 días para no reflejarse en la sangre”.
Los objetivos de las salidas al medio externo, apunta Oviedo, son “madurar en los procesos de autoconocimiento, autonomía personal y responsabilidad”, además de poner en práctica “habilidades sociales y de solución de conflictos”.
Les ayudan, igualmente, a planificar su tiempo, administrar el dinero, y a aplicar estrategias de prevención de recaídas.
“También perseguimos detectar deficiencias o dificultades, internas o externas, en el manejo autónomo de los usuarios, cambiar sus patrones y establecer nuevos vínculos fuera del consumo”.
El ámbito familiar es otro de los ingredientes que los quince hombres de mediana edad, muchos padres de familia y con responsabilidades paternofiliales, rumian, primero desde una posición más inconsciente, y conforme se van recuperando (ganan peso y tienen un entorno reconocido y aceptado) de manera más reflexiva y cruda.
“Cuando entran, explica Oviedo, firmamos un contrato con sus acompañantes, responsables o familiares, de los que la mayoría llegan agotados y cansados porque la drogadicción es un problema que rompe todo”.
Esta posición conlleva cierta incomprensión por parte de los familiares, que asocian la solución del problema a la fuerza de voluntad, aunque “es una enfermedad y no es tan fácil”. Oviedo apela a la empatía y a “ponerse en la piel” de las personas que sólo viven para tomar sustancias, de las que a partir de ahora se tienen que alejar definitivamente para “vivir toda la vida sin ellas”.
Por eso se dan tantas recaídas, muchas veces asociadas a los lugares de origen donde empezaron la carrera al abismo, otro flanco al que han de enfrentarse. “Irse de su entorno y empezar de cero también es muy duro”, sostiene la psicóloga, aunque a veces les facilite la recuperación.
Equipos y programas
El equipo terapéutico de Renacimiento está compuesto por cinco profesionales, una trabajadora social, dos monitores, y dos psicólogas, además de tres voluntarios, sin cuya colaboración el proyecto “sería inviable”.
Los programas que desarrollan se centran en la educación para la salud, la prevención de recaídas, habilidades sociales, manejo del estrés y autocontrol para mejorar la autoestima, además de actividades de ocio y tiempo libre.
Un trabajo y la familia como redención
Con 39 años y una larga trayectoria a la deriva por el alcohol (principalmente), la cocaína, y el cannabis, J. M. está reordenando las piezas del puzle de su vida para, desde la reflexión y el convencimiento, completar una definitiva escena en la que ya no sea el espectador, sino la cabeza pensante.
Ingresado desde finales de 2017 en Renacimiento, en la actualidad visualiza un futuro con un trabajo que le permita “luchar por la custodia de mi hija”, asegura quien siempre ha buscado cobijo a sus problemas en las sustancias tóxicas.
Su historia es muy particular, pero universal cuando se trata de sentimientos y afectos incompletos.
Originario de un pueblo de Toledo, refiere una relación de idas y venidas a la casa familiar, con los apegos interrumpidos por sus hábitos.
No había cumplido los 30 cuando tuvo la segunda oportunidad para vivir ‘limpio’ tras superar una estancia de tres años en la comunidad terapéutica ‘Incontro’ en Albacete.
De eso hace 10 años, cuando se sintió fuerte y se mudó a Valencia para cambiar de vía en un esperanzador recorrido. Allí consiguió uno de sus sueños: formar una familia.
Se casó, tuvo una hija, ahora de cinco años, y empezó una etapa en pareja con tres niños (dos de su exmujer), con su afán centrado en el espacio doméstico. Pero pronto, otra vez, todo se descompuso y las piezas de la convivencia empezaron a girar al revés.
El paro y la falta de ingresos económicos para el gasto diario llevó a la familia al abismo: “nos desahuciaron”.
“Me vine abajo, no salía, era una situación desastrosa, hasta que el final ‘me perdí’”, señala para referirse a su huida a la calle, donde estuvo viviendo casi un año en albergues, en cajeros, pidiendo,… hasta que volvió a sus orígenes, a Toledo.
Sin esconder su problemática encontró un trabajo que se frustró a la semana por haber dicho la verdad, y en vez de ir hacia la casilla de salida, le hizo retroceder.
Fue la familia la que le lanzó un salvavidas. Fue el año pasado. “Llamé a mi hermana, relata, para que me ayudara y, junto a mis padres, me llevaron a la Unidad de Conductas Adictivas (UCA)”.
De allí fue derivado al proyecto Renacimiento, donde su pronta recuperación tras alcanzar los objetivos de la primera fase no fueron suficientes para que volviera a caer y a defraudar a los suyos en el primer contacto con el exterior al superar los dos meses de internamiento.
Con los 300 euros que le enviaron sus padres con mucho esfuerzo fue a Valencia a ver a su hija. Estuvo con ella, pero también nueve días perdido.
La madre denunció su desaparición y lo encontró la Policía.
Pero esta vez, la recaída no ha sido negativa, sino todo lo contrario, ha sido un revulsivo que le está haciendo poner las fichas en orden.
De hecho, ha sacado varias conclusiones. “Mi mujer no me interesa, tengo a mis padres y mi familia al lado, y he comprendido el verdadero sufrimiento de ellos”, sostiene con un evidente sentimiento de culpa. “Me encontré, recuerda, con una historia diferente a la que tenía en la cabeza, mi padre me arropó, me dio apoyo y cariño, y también mi madre, mi hermana y mi sobrina, y me di cuenta que no estaba haciendo algo bien”.
Ahora, mucho más lúcido y con las prioridades definidas, se prepara para la salida definitiva de Renacimiento el próximo otoño.
Ha empezado a leer libros para evitar las faltas de ortografía en los pasajes del diario que escribe y que ha retomado “con mucho entusiasmo”, además de entregarse a las tareas domésticas y a las de restauración del mobiliario de madera (ha trabajado como carpintero), pintado o barnizado.
“Cuando salga, lo primero que haré será colocarme en la aceituna, y luego buscar un trabajo para tener una nómina y poder pelear por la custodia compartida de mi hija”, asegura un hombre “muy motivado” y que mira la vida de frente sin estimulantes.
“No tomo nada, ninguna medicación”, aclara muy sonriente.
Vivir sin esclavitud
L. I., de origen gallego, lleva más de media vida consumiendo drogas. En concreto desde los 16 años. Tiene 39 y ha pasado por diversos recursos terapéuticos, con resultados fugazmente positivos, que hasta la actualidad han sido incapaces de sortear los hábitos recurrentes que siempre lo han abocado al pozo negro.
Ingresó en el proyecto Renacimiento hace ocho meses y está “genial”, otra vez “bien psicológicamente, estable con mi familia y con ganas de estar con ellos, en Lugo”.
Cuenta que en los últimos años y tras pasar por el Proyecto Hombre vivía con su pareja en Cuenca, donde pasó “una temporada buena”, que tristemente acabó con otra recaída, “otro tropezón”.
Ahora dice tenerlo “muy claro” y saber “cómo gestionar mis hábitos” para poder vivir sin drogas y olvidarse de “la esclavitud”.
Repite esta palabra para referirse a las sustancias a las que es adicto, “a todo, principalmente heroína y cocaína”, señala quien es un chico alto, fuerte, bien parecido y con un marcado acento gallego.
En el centro toma Suboxone (una medicación similar a la metadona) como tratamiento sustitutivo de la dependencia a opiáceos, que “me está ayudando mucho con el síndrome de abstinencia”.
Paralelamente a su mejora física, está esperanzado ante el inmejorable futuro que le espera en su tierra natal, donde sus más allegados le van a dar una oportunidad laboral en un negocio familiar.
También espera superar los problemas judiciales que arrastra por robos a pequeña escala desde antes de ingresar en la comunidad, a donde llegó “solo” y convencido de que “iba a acabar muerto o en la cárcel”.
En el centro realiza trabajos en los jardines y por estar en la segunda fase del tratamiento sale a la calle cada 15 días, con una actitud “muy comprometida” ante la nueva vida que tiene al alcance de su mano.
“Es un hándicap tener esta oportunidad, con lo difícil que es conseguir un trabajo”, celebra, antes de reiterar con seguridad que “quiero optar por una vida sin esclavitud”.