Hace un mes, dediqué la columna a recordar a un brillante profesor universitario de psicología, Lucio Gil Fagoaga, de cuya docencia disfruté en un curso posgrado, cuando yo era bastante más joven, aunque no tanto como para no apreciar en toda su extensión el valor de las amenas clases magistrales de aquel catedrático ya jubilado. En la columna usé de las explicaciones en las que se entretuvo el encantador e inquieto intelectual sobre la tipología de Künkel, y más concretamente en dos tipos correlacionados en torno al poder, las de “César” y “Tarugo”, que actúan de forma muy distinta, aunque sin perder de vista el deseo de poder. Por eso la titulé “Nacidos para mandar”… pero me sobrevino el remordimiento ante el temor de que fuera interpretada la semejanza de la personalidad de Mariano Rajoy al tipo “Tarugo”, como un deseo por mi parte de insultar a nuestro indolente Presidente de Gobierno en funciones.
Cúlpese a Künkel de la terminología… y del acierto: en este último mes la inacción del líder del PP ha rayado lo patológico, aunque no así su pasión por el poder: con firmeza de tarugo se erigió en tropezadero de la dinámica constitucional, no aceptando ni rechazando la oferta del Jefe del Estado de someter su proyecto de Gobierno a la aprobación parlamentaria; sino que la “declinó”, esperando que le reservara el encargo hasta que a él le viniera bien. No le gustó que pasara la oferta al partido siguiente en votos, el PSOE, que ahora está en ello. Del mismo modo que, guste a o no a Pedro Sánchez, pasada la fecha de presentación sin haber cumplido el encargo o no merecer el “placet” de la Cámara, se habrá que repetir el proceso electoral. Y, desgraciadamente es muy posible que tal cosa ocurra: pese a que todas las formaciones hicieran manifestaciones en pro del acierto del votante español por haber obtenido un resultado “europeo” que obligase a consensos interpartidistas, la verdad es que sienten el primario instinto de “ganar” para gobernar en solitario, usando incluso mayorías absolutas para ejercer el absolutismo.
¿Cómo calificar, si no, al record batido por Rajoy en la utilización de decretos-leyes, hurtando el debate parlamentario? El Rajoy que ahora nos aburre protestando por la injusticia de que nadie quiera pactar con él, pese a considerarse ganador de las pasadas elecciones, bien podía pensar cual es la causa de la general repulsa que inspira… además de la corrupción. Pero precisamente esa incapacidad para pensar con una mediana generosidad, le hace encajarse más en el tipo “Tarugo”; aunque no parece que, ahora, nadie vaya a sacarle las castañas del fuego, como otras veces: aprecio demasiado a mis compatriotas como para creer que en una repetición electoral el podrido PP, cuya ruina se agrava por días, vuelva a ser la preferida en las urnas. Mas Volvamos a Fagoaga y su interpretación de las doctrinas de Künkel, del que adelanté los equivalentes femeninos: el tipo “Estrella” –bella, brillante, elegante y admirada- y el tipo “Cenicienta”, del que don Lucio comentaba pícaramente que era “de apariencia humilde, pero se casaba con el príncipe”.
En esta endiablada dinámica corrupta, a la que no acabamos de acostumbrarnos, aunque tampoco la condenamos con la justa energía, han participado también mujeres, como en Valencia; pero estos días Madrid ofrece, también, el ejemplo de mujeres con vocación de poder, que bien podían ser puestas como ejemplos de “Estrella” y “Cenicienta”. No es posible ignorar la condición estelar de la aristócrata Esperanza Aguirre y Gil de Viedma, la elegante aristócrata pelirroja transmutada en rubia, icono juvenil para un conocido periodista conservador, que en un artículo comentaba como lucía en la playa los biquinis más pequeños… tras pagar alguna multa por ello, de donde el articulista infería el liberalismo de esta estrella de la política conservadora, capaz de hablar un perfecto inglés, como una muestra más de su completa educación. Perteneció formaciones liberales-conservadoras, para integrarse en Alianza Popular en 1987, hasta su refundación como Partido Popular: su conservadurismo es público y notorio, pese a sus concesiones populistas.
Y mientras Esperanza Aguirre brillaba desempeñando estelares puestos políticos, alguno de forma tan irregular como la Presidencia de la Comunidad de Madrid tras “el Tamayazo”, desde las “Nuevas Generaciones” entraba en la política activa Cristina Cifuentes… por supuesto de la mano del PP. Pero nunca fue “Estrella”, sino más bien “Cenicienta” si la comparamos con su correligionaria y adversaria Aguirre. Ha tenido intensa vida política, defendiendo en el seno de su partido posturas progresistas en algunas espinosas cuestiones, como la supresión de la estatutaria inspiración religiosa de su partido, o el mantenimiento por el PP de los derechos conseguidos por los homosexuales: es explicable su alejamiento, como Delegada del Gobierno en Madrid, de la Presidenta de la Comunidad. Hoy lo es ella, mientras la estelar Aguirre no ganó la Alcaldía y ha tenido que dimitir de la Presidencia Regional del PP ante el empuje de la corrupción, en un declive que, probablemente, continuará.