María es, por ello, la gran artista de la historia de la humanidad: lo sabemos por su obra, por el resultado de sus manos y su cuerpo entero que nos han regalado al Mesías. Pero lo sabemos, también, porque ha sido la persona más “inspirada” de la historia. ¿Qué sería el arte sin inspiración? María ha sido inspirada por el mismo Espíritu de Dios: su virginidad es signo de ello. En ella, las musas no han pasado un instante por su mente, su corazón, su mirada y sus manos para plasmar un atisbo de lo eterno: en ella, el Espíritu absoluto ha dejado su huella y le ha concedido dar a luz la belleza definitiva.
Bajo la sombra de esta mujer, artista entre los artistas, los alumnos del curso de Fundamentación de nuestro Seminario, bien conducidos por su formador, nos han dejado su arte como felicitación navideña. Ya se puede ver su “Belén” a la entrada de esa otra obra de arte que es la “casa de la vocación” de nuestra diócesis.
Se trata de un tríptico que juega con las vidrieras y las figuras, con lo transparente y lo opaco. Eso es nuestra carne: opacidad en espera de ser traspasada por la luz de lo infinito para sembrar claridad a nuestro alrededor.
En el centro, el Misterio: María, José y el Niño. Adoran al Hijo y nos lo muestran para que podamos participar de su alegría y de su sobrecogimiento. Adorar es la clave de la Navidad. Es también lo que hacen, desde arriba, los mismos ángeles: cantan la gloria de Dios y la paz entre los hombres porque son testigos de la fuerza de este Niño de Dios.
A la derecha, los magos, en camino hacia Belén. Por encima de ellos, con luz diáfana, la estrella entre las estrellas: han sabido distinguir su propia estrella que les ha puesto en camino, han comprendido las señales que el Padre nos envía a cada uno y han llegado hasta la meta. También ellos saben que todo converge en la adoración, en la admiración por el Otro que habita en lo pequeño. Belén es la culminación del amor y la superación de todo egoísmo y narcisismo, de toda tentación de construir la vida, tristemente, en torno a uno mismo. La vida es camino, pero camino hacia el otro, hacia lo nuevo, hacia el misterio: el amor es búsqueda de la persona que habita frente a mí. Esta es la “magia” de la vida.
A la izquierda se sitúan los pastores, los protagonistas de la adoración en el tercer evangelio. Ellos fueron los primeros en llegar al portal porque estaban colocados los últimos en la jerarquía social y religiosa de Israel: “Los últimos serán los primeros dirá este Niño muchos años después”.
“Hoy os ha nacido un Salvador”. A vosotros, los últimos, porque ha nacido para todo el pueblo. Desde abajo se construye la universalidad. Por eso, el Salvador es un niño, es promesa de futuro, es gestación de salvación, es Palabra sembrada en un bebé que debe aprender a hablar, es Vida que se hace criatura frágil y mortal.
Los artistas de este “Retablo de Navidad” han querido unir esta frase de los ángeles con una constatación de Jesús cuando ya está en plena misión: “Están como ovejas sin pastor…”. Por eso vino la Palabra a pastorear a su pueblo. Ahí está la ironía de la primera adoración: este niño entre pastores será el pastor definitivo del pueblo.
Por eso, también, es crucial el misterio de Belén para nuestro Seminario: también aquí sabemos de siembras y pequeñez, de pequeñas semillas con promesa, frágil, de futuro. También aquí sabemos de pastores: la Iglesia, nuestra sociedad, tiene necesidad del Pastor, por eso existe el Seminario. Estas semillas pastorales, estas promesas de futuro que habitan nuestro Seminario quieren acercarse a Belén, quieren ejercer de pastores desde lo más profundo y más sencillo: adorar.