Tres cuartos de siglo se cumplen en este 2019 del primer desfile procesional de la imagen de Nuestra Señora del Mayor Dolor, -de la Hermandad del Silencio-, obra de los imagineros valencianos José María Rausell Montañana y Francisco Lloréns Ferrer, policromada por el también nacido en las riberas del Turia, Juan Castellanos. Actualmente, y desde 1954, lo hace sobre trono de estilo barroco, construido y dorado en pan de oro, -en los talleres del igualmente hijo de Nuestra Señora de Los Desamparados, Francisco Hurtado-, en el año de 1954. Él mismo luce artística iluminación eléctrica a base de cuatro candelabros de guardabrisas de cinco brazos cada uno, dispuestos en los extremos de su base, y faldones en negro, con la Cruz de Jerualén. La imagen de la Virgen porta sobre su cabeza una “concha” que perteneció a otra de idéntica advocación, -cómo puede comprobarse en curiosa inscripción-, en siglos pasados, donada por el entonces párroco de San Pedro, Apóstol, -donde canónicamente está establecida la hermandad-, Emiliano Morales.
En ese momento mágico en que un día culmina y otro comienza, -a las doce en punto de la noche de este Martes Santo-, tras el toque del cornetín, que invita al silencio absoluto, se abrían las puertas del templo y comenzaba su lento caminar, en dos filas, y sucediendo al estandarte guión un centenar de señoras y señoritas vestidas de luto prácticamente riguroso, portando cirios eléctricos, flanqueando a los hermanos de cetro y portadores de distintos atributos, además de un esperanzador grupo de niños que, sin duda, son el futuro de la Hermandad, aunque alguno, cómo nos decía su padre, aún no tiene muy claro si decidirse por el silencio, o por las cornetas y los tambores.
Cerraba el cortejo, que cuenta con el único acompañamiento musical de un tambor destemplado, -o sin bordón-, y una corneta, el “paso de la Virgen”, llevado por treinta y cinco portadores, que lo hicieron a un hombro, presentando un hermoso exorno floral a base de alhelíes, -en recuerdo de su primera estación de penitencia-, lilium blanco, rosas, rosas de pitiminí, -todo en tono blanco-, y calas, por ser la flor que define a ésta hermandad.
Durante su recorrido por General Rey, Mata, Compás de Santo Domingo, Lirio, Plaza de la Inmaculada Concepción, Norte, Plaza de Santiago, Ángel, Jacinto, Altagracia, Estrella, Elisa Cendrero, Plaza de la Constitución, Toledo, Estación Vía Crucis, Plaza del Carmen, Azucena, Paseo del Prado, Feria, María Cristina, Plaza Mayor, Cuchillería y Ruíz Morote, y antes de su regreso al templo de partida, hacia las tres de la mañana, fueron meditados los siete Dolores de María Santísima, -de acuerdo con la tradición-, desde la invitación a hacerlo por parte del sacerdote claretiano, perteneciente a la comunidad de Puertollano, Juan José Marcos, ya que fueron miembros de esta congregación sacerdotal los encargados de hacerlo en los primeros años.