Nació en 1932 a la luz de candiles en un cortijo extremeño, en Sierra Morena, del que eran administradores sus abuelos, pero a los dos años enfermó, le recomendaron un cambio de aires y le “trajeron” a tierras manchegas donde vivía la prima hermana de su padre, su madrina, que dijo ‘me lo llevo a Ciudad Real una temporada’, “pero se quedó conmigo y ya no me soltó. La víctima fue mi madre”, aunque no estuvo sola porque sus cinco hermanos se “quedaron allí con ella”.
El estallido de la Guerra Civil, que incomunicó Ciudad Real con Badajoz, también influyó en que terminara quedándose aquí. “Durante cuatro años no fui”, rememora Fernando Martínez Valencia, que recuerda cómo en el primer convoy al que dejaron paso vino su padre y “ya desde entonces algún verano me iba a Badajoz”.
Éstos son los inicios de una vida “de novela” de una relevante figura de la procuraduría en Ciudad Real, que ejerció durante dieciséis años como decano del Colegio de Procuradores y fue ocho años consejero nacional de la Procura, recibiendo la prestigiosa medalla de San Raimundo, actividad que compaginó con las clases de Derecho que impartió en la Escuela de Arte. No obstante, su “violín de Ingres”, su “verdadera vida y pasión” siempre fueron el dibujo y la filosofía, reconoce uno de los mejores dibujantes de Ciudad Real y el país, cuya obra se encuentra seleccionada en el Muddi, el Museo Julio Gavín ubicado en el castillo de Larrés, en Sabiñánigo, Huesca, único espacio museístico de España dedicado exclusivamente al dibujo.
Precisamente uno de los toros dibujados por Martínez Valencia, con el morro alzado mugiendo hacia el cielo en carrera, forma parte de las nueve obras que aparecen en el programa de mano como ilustrativas de las joyas que contiene la colección del museo oscense de cerca de 5.000 trabajos de 850 autores.

La tauromaquia, los borrachos y la mirada de la mujer son tres de los principales temas de su amplia producción como dibujante, tratando de mostrar siempre “los adentros”, ya sea de la persona o el animal, con una línea elegante, limpia, seguida, sin correcciones ni renuncios, y buscando la mayor síntesis, es decir, expresar “lo máximo posible con el mínimo trazo”.
Hay una “exaltación y homenaje a la línea pura continua, modulada y alada”, porque parece que vuelan los personajes, en la obra de Martínez Valencia, que reconoce que lo que le interesa no es reproducir con exactitud la realidad como hace la fotografía, sino mostrar “el movimiento, la lírica, el espíritu, los sentimientos, los adentros”. Así mismo, su naturalidad y frescura no se corresponden con el apunte, sino que son obras “eminentemente reflexivas”, estudiada una por una cada línea.

“Quizás por la velocidad del trazo o por lo que sea”, se siente “orgulloso” de que, sin intervenir o pretenderlo previamente, “están vivos, no son naturaleza muerta” los personajes de sus obras, las cuales rezuman autenticidad porque “siempre he dibujado para mí”.
Tenía que ejercer sus profesiones como procurador y profesor de Derecho para su “manutención y la de su familia”, pero su verdadera pasión era ésta. “Dibujaba hasta de madrugada, me daban las tres y las cuatro de la mañana dibujando porque lo hacía por placer”.

“Desde la más tierna infancia, toda mi vida he pintado”, resume este artista de noventa años y medio, que trae a colación cómo estando en el colegio le pasó un cuadernillo con los dibujos de los profesores “en cueros, con cuernos y rabo”, a un compañero, Antonio Rodríguez Daimiel, quien fue después alcalde de Argamasilla de Calatrava, y que, “con toda la mala leche del mundo, los tiró por el aire, percatándose el prefecto que teníamos, don Agustín, en los Marianistas”, quien, pese a que “no me rebajó nada más que un grado la conducta y se tuvo que poner la mano en la boca para no reírse”, le sacó al día siguiente a la pizarra para que pintase con tiza los retratos, haciéndole pasar muchísima vergüenza.
En su casa, son numerosos los cuadros en las paredes del pasillo y las habitaciones, siendo tan sólo una muestra de una amplia producción de excelsa calidad que podría llenar salas de un museo. Henri Matisse y Pablo Picasso son dos de los “maestros” que cita como referencias un autor que también reconoce la calidad de la obra de “un dibujante de línea extraordinario de la provincia” como el valdepeñero Gregorio Prieto.

Autor de nueve libros, a nivel literario y filosófico, tiene entre sus referentes a Oscar Wilde, que le “entusiasma porque hace moral a través de la inmoralidad lo cual es muy difícil, Federico Nietzsche, y luego ya todos: Shonpenhauer, Kierkegaard, Sartre,… La filosofía me ha gustado muchísimo”.
En este ámbito, se sitúa su trilogía de pensamientos y dibujos: ‘Echando un cigarro’, ‘Azulejo’ y ‘Tal vez’ y ensayos como ‘El espíritu de los objetos’. También escribió su vida hasta los 33 años en la autobiografía ‘El balcón’ y puso los dibujos de ‘Soledades’ con poemas del magistrado Carlos Cezón, quien participó como actor, por otra parte, en el exitoso estreno de su obra de teatro ‘La doble mirada’.

A nivel cultural en Ciudad Real, echa de menos más coloquios y conferencias, un Ateneo, y respecto a su legado, con un estilo único, “no hay otra obra de dibujo en España como ésta”, prefiere que se mantengan enteras sus colecciones -sólo la de toros está conformada por 226 obras-. Un Museo de Dibujo sería un buen destino pero, “bueno, que se dediquen ya a ello mis hijos”.