Estoy convencido del alto papel cultural de la tauromaquia vista como planeta, universo o cosmos de lo taurino. Y creo en el valor humano, artístico y ético de la corrida de toros. Fui fedatario en la iniciativa legislativa que llevó al Congreso una furgoneta de pliegos de firmas, origen de la Ley 18/2013, de 12 de noviembre, para la Regulación de la Tauromaquia como Patrimonio Cultural. Convencí y autentifiqué a cientos de firmantes. Mis convicciones no constituyen una forma de entender la tauromaquia sino una manera de sentirla, como está claro en la conferencia impartida para el Ateneo Taurino Manchego (XXIV ciclo «Los toros en la cultura», año 2010) y numerosos artículos de este periódico.
Antitaurinos por ideología
Pero una cosa es lo que miles de taurinos más o menos instruidos sintamos y otra lo que piensen los no tan impuestos, sobre todo, si son antis por ideología. Día tras día y año tras año proliferan las divulgaciones del mérito cultural, histórico y social de los toros, pero, aunque dirigidas a todos, se quedan en quienes nada cuestionamos. Carece de fuerza y virtualidad para los de fuera y desconocedores —no digo ya esquinados y perversos— lo que a nosotros, en casa, nos parece palmario. Utópico ver converso a un solo abolicionista porque se aprueben leyes protectoras de la fiesta o declarativas de sus cualidades intrínsecas. Nada sirve que André Viard, Williams Cárdenas o la Asociación Internacional de Tauromaquia, digna de todo elogio, organicen campañas. Ni que el Ministerio de Cultura monte congresos como en Albacete este fin de semana. Todo termina en ineficaz para captar a indiferentes, más aún para que recapaciten los opuestos, y todavía más para ganarse a la Unesco, competente en patrimonios inmateriales.
Camino de obstáculos
Hace poco que François Zumbiehl, vicepresidente del Observatorio de las Culturas Taurinas (Francia), inauguraba en Las Ventas, con una solidez sin discusión, el cursillo anual de la peña «Los de José y Juan», y en el coloquio, tras identificarme totalmente con su conferencia, le interpelé sobre cómo salvar en el camino hacia la declaración universal las barreras que no puede traspasar ningún patrimonio cultural por universal que sea, entre ellas, el maltrato animal (otras serían el daño ambiental, la desigualdad, el racismo o el desprecio a la mujer). Porque los taurinos hemos asimilado el mal trago de los duros pasajes de la lidia (no buscados, siempre ajenos a su finalidad y sin empañarla), pero tenemos difícil hacia afuera los vómitos de sangre después de la fea estocada, las convulsiones de la res agónica o los repetidos descabellos y puntillazos en su expiración.
Precedentes insuficientes
Es cierto que la Unesco ha acogido actividades y prácticas que implican muerte, pero en la cetrería, aparte de otras diferencias obvias con los toros, la pieza muere por el instinto natural de la rapaz. Zumbiehl agregó a mi cita el sacrificio de cabras en Malí para cebo de pescadores, que yo ignoraba y no sé bien en qué consiste. Los juzgo precedentes insuficientes para el escollo de la lidia cruenta, y más si la declaración se pretende para la tauromaquia en bloque, que incluiría el rejoneo (y el entrenamiento de los rejoneadores con becerros), consumido en clavar rehiletes, arpones y rejones desde la cabalgadura amaestrada, sin pelear a cuerpo limpio lidiador y lidiado, mutilando a un toro con el que poco arriesga el jinete que lo burla y humilla. Demasiado complicado de explicar en un foro de neutralidad y delicadeza diplomática como el de la ONU, donde emergerán las diferentes sensibilidades (notorias incluso, no se olvide, dentro de los países promotores) y la discusión con los ecologistas, animalistas y pacifistas, que habitan otros mundos, en medio de juicios morales y apelaciones de conciencia irreconciliables. ¿Imagina alguien que la Unesco declare patrimonio inmaterial de la humanidad lo que en el propio país distancia a los programas electorales? Cuesta creerlo. Y también que los variopintos partidos prohibicionistas o abstencionistas de las ocho naciones con toros vayan a hacer causa común de la solicitud de sus gobiernos —si la tramitan— anteponiendo los intereses generales a los de clase cuando en sus escaños se enconan por las leyes del sector. Y más iluso resulta que la Unesco se meta en temas que dividen ideológica o políticamente estando por medio los regueros de sangre de un animal, por fundada que esté la justificación de los aficionados de lustre —así, Vargas Llosa, Picasso o Cela— para no considerarlos crueldad. Pero dígaselo a quien ve en el torero a un torturador.
Declive de los toros
Añádase a ello que los toros están, no ya en entredicho legal, sino en declive social por todos sus feudos, disminuyendo las ciudades con plaza abierta, los festejos ofrecidos y el público asistente, del que aumenta sin cesar la media de edad. Únase el abandono de los factores tradicionales de lo taurino, con innúmeros ejemplos a citar, desde manejar con vehículos en vez de caballos y restringir la libertad de un toro cada vez más manipulado, hasta alimentarlo en pesebre, inseminarlo, clonarlo o enfundarle antinatural y antiestéticamente los cuernos, pasando por lidiarlo en polideportivos y recintos multiuso, de mucha funcionalidad pero escasa antigüedad y nula tradición, inundados de decorados, olores, imágenes y sonidos que poco casan con lo clásico y de solera. Casticismos en decadencia por la informalidad y banalidad de algunos toreros —más conocidos del enemigo que del amigo—, el empleo de músicas impropias en programas y reportajes de medios informativos, la profanación de ruedos con exhibiciones vanguardistas y ruidosas o la transformación de cosos en zocos y tenderetes, si no en discotecas o pasarelas de modas y modelos.
Ingenuidad y realismo
No puedo olvidarme de otras cosas, como que la tauromaquia es un concepto tan amplio que la declaración de la Unesco no podría abarcar a todas sus manifestaciones sin mezclar disparidades: la cría del toro y la corrida reglamentada, la tienta y el acoso, el encierro y los recortes, las vaquillas y el correcalles. Siendo de mucho alabar el trabajo, la buena intención y la sobrada argumentación que sostienen al Congreso de Albacete en curso, se antoja ingenuo esperar de la Unesco concordia en lo que aquí anoto como de extraño casamiento, nada nuevo en mi línea crítica ni fabricado para la ocasión o traído con ánimo de aguar la fiesta a nadie. Simple realidad de una dificultad con agudos trancos y a cuya superación no veo que ayude, más bien perjudica, la presencia de un rey dimisionario y retirado, de secano, dedicado a ornar actos sociales, que puede resaltar la falta de apoyo del rey de verdad y su antitaurina esposa. ¿O alguien piensa que Felipe y Letizia se mojarán en los cenáculos internacionales —no lo hacen en los nacionales— para defender las corridas y el rejoneo en nombre de la UE?
Bastante que no se derogue por quien venga la ley de 2013, metida en el BOE a empujones y sin consenso, con el único sostén del PP y un PSOE haciendo de Pilatos. Digo, para concluir, lo que aquel graduado militar sensato: defendamos el fortín sin osadías de expansión que nos dejen al raso. Y es que no son tiempos de líricas taurómacas. Virgencita, como estoy.