Iván Bastante Villaseñor, Francisco Javier García de León Sánchez, ambos de la capital, y Óscar Martín Biezma, de Consuegra, en la provincia de Toledo, han dado un paso más en su camino hacia el presbiterado, que alcanzarán en no muchos meses. Estuvieron acompañados por familiares, amigos y una representación de los diversos pueblos donde han desarrollado su pastoral.
Dentro de la eucaristía en sí, hemos de hacer hincapié en ciertos momentos. Así, tras la presentación pública de los futuros diáconos con las palabras del rector del seminario, Manuel Pérez Tendero, tras la liturgia de la Palabra, garantizando la preparación de los candidatos, el prelado pronunció una homilía en la que ha subrayado la generosa entrega que hacen de sus vidas a la Iglesia, animando a toda la comunidad, decía Melgar Viciosa, a dar gracias a Dios “por vosotros y con vosotros”.
La Caridad brota de la Eucaristía
El ministerio de la caridad, indicaba el obispo, brota de la Eucaristía, el sacramento del amor, fuente y cima de toda la vida de la Iglesia, ha dicho don Gerardo, recordando que es el servicio a la misa, y desde ella, a la caridad, la característica fundamental del diaconado. “Habréis de impregnaros del olor a perfume misionero que vive la Iglesia (…) Debéis sentiros misioneros de una Iglesia misionera y comprometida, que sabe que su misión es hacer llegar el mensaje salvador de Cristo al corazón del mundo”, urgiendo así a los tres diáconos a vivir su ministerio misionero.
Este servicio de ofrecer el mensaje salvador de Cristo a todos “pide de vosotros abandonar complejos y cobardías. Abandonarlos para servir a Cristo con valentía y con entusiasmo; para ofrecerle a Él, y a su mensaje, como lo único que puede dar sentido a los hombres de hoy y a las aspiraciones más profundas del hombre actual”, dijo el obispo, explicando después el celibato que viven los diáconos como estímulo para la caridad pastoral y signo del amor generoso al que todos estamos llamados.
Promesa pública e imposición de manos
Tras las palabras de Gerardo Melgar, continuó la celebración con la promesa pública de los tres candidatos, que prometieron obediencia al prelado. Llegaba, a continuación, una de las partes más características de la ordenación, como es la oración de petición con las letanías a todos los santos, mientras los elegidos permanecen tumbados en el suelo y toda la comunidad de rodillas rezando por ellos.
Después, el Pastor de la diócesis les impuso las manos, quedando así ordenados como diáconos. Tras vestirse con la dalmática y la estola cruzada, características del ministerio que desempeñan, el presidente de la celebración, el obispo, les entregó el Evangelio, dándoles la paz como signo de acogida. A partir de ese momento la Eucaristía siguió su ritmo habitual.