Aún en 1962, fecha en que los escritores Fernando Fernández Sanz y Vicente Romano, habían dado comienzo a un viaje por el sur provincial de Ciudad Real, podía entenderse que existía la llamada Literatura de Viajes. Un género que crece y se prodiga, desde el siglo XVIII, con los efectos ilustrados del Grand Tour que promueven un viaje desde el norte europeo hasta el sur del continente, y que llega hasta bien mediado el siglo pasado, con autores como Paul Teroux o como Richard Kapuscinski.
En esos años viajeros, y viajeros aún de la palabra narrada o escrita, se prodiga la excelencia editorial, con la primitiva Alfaguara y la colección 'Las botas de siete leguas' que capitaneaba Camilo José Cela, y que venía de su empeño personal con el 'Viaje a la Alcarría' en 1948, siguiendo una estela prolífica que, desde 1905 trazara Azorín con 'La ruta de Don Quijote'; editorial Alfaguara en la que acabaría apareciendo el texto de Vicente Romano y Fernando Sanz en 1967.
Hoy podemos decir que los viajes, en sus nuevos formatos turísticos, son ya una experiencia visual o audiovisual concentrada y no dispersa. Lugares a los que nos desplazamos ahora para acumular fotografías capturadas desde el móvil, para hacernos selfies delante de las pirámides o para retratarnos con un cocinero condecorado con “Estrellas Michelin”. Presididos como están los viajes, por el mundo virtual, carecen de relevancia los esfuerzos viajeros del pasado próximo, y carecen de relevancia los empeños literarios en volcar esa experiencia al papel. Aunque siempre haya excepciones, como ha demostrado recientemente, Martín Caparrós con su libro viajero al interior argentino, llamado 'El interior'.
Por eso también el empeño de Romano y Sanz de viajar al Valle de Alcudia para contar los ribazos de la actualidad de 1962, se produce tan a contracorriente como el empeño de reeditar ese trabajo por la Biblioteca de Autores Manchegos en este 2015. Un viaje peregrino que da comienzo por Puertollano y Mestanza, para morir, pasada la Sierra del Pajonal en Alamillo, al occidente de la extensa llanada de 1.400 kilómetros cuadrados, que además era la localidad natal de Vicente Romano, desaparecido el pasado año 2014.
Un recorrido lleno de destellos sorprendentes entonces, y más ahora que ya han desaparecido algunas de las cuestiones tratadas, que han muerto algunos de los protagonistas que desfilan en sus páginas, o que han sucumbido algunos paisajes horizontales. Rarezas, que vemos en las fotografías realizadas entonces por el propio Fernando, como el sarcófago romano que baldea agua, como las escuelas blancas y mudas de La Bienvenida, como el viento imparable de la historia de la muerte rural o como la presencia alargada de la Guardia Civil que interrogan a los forasteros viajeros. Que a su vez, son tratados como si fueran ellos mismos, unos personajes más del relato viajero.
Y ahora 53 años más tarde de la salida andariega de los viajeros y 48 años después de su publicación, podemos volver a las andadas, y nunca mejor dicho, para realizar un doble viaje en el espacio y en el tiempo, en la Geografía y en la Literatura. Para interrogarnos por esos cambios operados, tanto en el Paisaje Natural, como en el Paisaje Literario. Por eso, lo del viaje que se verifica en el Espacio y en el Tiempo, con esta lectura o con esta relectura del texto de Romano y Sanz. En el Espacio, como el movimiento viajero temprano realizado por los autores, para indagar la vigencia de la trashumancia y de cierto nervio rural; y ya hoy, en el Tiempo, con ese regreso a un texto inencontrable y excepcional. Del que se ha producido un trabajo actualizado y meritorio, con inclusión de un Índice onomástico, el plano del itinerario que siguieron y el referido prólogo de Fernando F. Sanz.
Vicente Romano y Fernando F. Sanz., El Valle de Alcudia, Diputación Ciudad Real, Biblioteca Autores Manchegos, colección General nº 197, 2015, 191 páginas.