La pandemia lo cambió todo, la forma de relacionarse, la mirada de lo inmediato, la situación en la escala de lo importante. Para personas como Violeta Zapata, CEO de Violeta Porté, la vuelta a lo cotidiano aterrizó picando cuesta arriba, porque tiempo atrás se le diagnosticó con 30 años una diabetes tipo A que llegó sin avisar, golpeando fuerte para presentarse, elevando a 800 el marcador de azúcar en sangre que fue el preámbulo de una vida que había cambiado para siempre.
La diabetes, rememora Zapata, «llegó de una forma muy agresiva a mi vida». De tener una agenda como la de cualquier persona recién entrada a los treinta, se vio metida en casa, enferma y buscando respuestas a todo lo que estaba sucediendo que no llegarían de forma inmediata. «Estuve bastante malita, me quedé completamente ciega y eso supuso un gran mazazo psicológico porque no entendíamos lo que estaba pasando».
Los días se convirtieron en citas hospitalarias, en continuas pruebas para esbozar un diagnóstico con el que empezar a remontar a la vida. «Meses antes de que se iniciase el estado de alarma, empiezo a convivir con la bomba de insulina».
Ese dispositivo tecnológico conectado al cuerpo es el ancla con la vida. «Lo digo en todas mis charlas. Son entre 60 y 100 sesiones al día para mantenernos vivos a lo que hay que añadir, algo que en teoría puede parecer muy banal, pero que es muy difícil de encajar en el día a día, que es la incomodidad y la inseguridad que tienes para que no se enganche el dispositivo en una actividad como puede ser hacer yoga».
Desconectar la máquina supone el encendido de todas las alarmas. «Si se desconecta, tienes que estar dos horas atento para ver que todo funciona bien». Esto, si sucede de noche, en una situación tan común como acudir al baño desvelado, es todavía más grave. «A mí me ha pasado levantarme de noche, engancharme y tener que estar despierta para controlar que todo funciona bien. Eso supone que al día siguiente llegas al trabajo sin haber dormido. Y así vives».
En esa búsqueda de vivir lo más parecido posible a lo que era antes de portar la bomba de insulina, llegó el día de tener una cita, de buscar en el armario el vestido de las grandes ocasiones y la imposibilidad de ponérselo por culpa de la dichosa bomba. Aquello supuso el llanto, la incomprensión, la rabia de querer y no poder, pero también el nacimiento de una idea disruptiva para curar todas las heridas que dolían más en el alma que la colección de pinchazos para regular la glucosa.
«En mi caso siempre he recurrido al arte. Estudié en el Conservatorio de Puertollano, hice el Bachillerato de Arte en el ‘Galileo Galilei’ y aquello sin que lo supiese me sirvió de impulso para coger un cuaderno y ponerme a dibujar lo que yo consideraba que tendría que haber en pasarela, porque me indigna mucho
que la moda inclusiva sea un color de piel que nadie tiene, un amarillo horroroso ortopédico, o un tallaje que me parece que tiene que estar superado, ¿no?»
En este sentido, añade, «me indigna cuando veo que se incorpora la tecnología en muchos sectores fuera de la moda y seguimos siendo incapaces de aplicarlo en sectores como la moda para la gente que vive con dispositivos sanitarios».
Con ese boceto de una Violeta garabateada, estaba naciendo un nuevo concepto de moda inclusiva, que iba a responder a los tres pilares sobre los que se iba a asentar lo que más tarde terminaría por ser la primera marca de moda inclusiva del mundo: «¿Por qué no existen productos para nosotros que sean bonitos, funcionales y seguros?», la siguiente pregunta fue: «¿Por qué no lo hago yo?»
Una lanzadera fue el impulso para conseguir 1.800 clientes de todo el mundo y más de 1.000 productos en el mercado

Con la idea rondando en su cabeza y el concepto de lo que quería totalmente claro, llegó ante ella el anuncio de una lanzadera Aceleración Empresarial Activa impulsada por la Cámara de Comercio de Ciudad Real. Poco tardó en decidirse a formar parte de ella para ver luz en aquellas lagunas que todavía aparecían en su idea de negocio.
«Me apunté a la lanzadera y en seis meses constituyo la empresa, vendiendo productos a nivel nacional. Pivotamos y nos ponemos en marcha para salir al mercado». En dos años, Violeta Porté ha conseguido una cartera de casi 1.800 clientes, con más de 1.000 productos en el mercado. «Es una empresa que necesita todavía mucha atención, mucho apoyo y mucho trabajo».
Para asentar su idea de negocio lo primero que hizo, quizás por deformación profesional de la periodista que lleva dentro, fue sentar a escuchar y a hacer entrevistas a personas con su mismo problema. «Miré en foros para ver si había más gente en el mundo compartiendo un problema similar al que yo tenía que hacer frente y no encontré respuestas. Por eso, hice 75 entrevistas que me sirvieron para aprender un poco más a lo que iba a enfrentarme y a definir lo que realmente necesitaba el mercado».
Formar parte del colectivo Diabefem, en el que están incluidas más de 8.000 mujeres, le acercó a su público objetivo, pero sobre todo, a la necesidad de darles una nueva vida a través de la moda a todas ellas, «hay estudios psicológicos que demuestran el impacto en salud mental que tiene poder vestirse, poder estar cómoda con tu nueva realidad, y ahí realmente tomó fuerza Violeta Porté».
Desde su creación Violeta Porté no ha parado de recibir reconocimientos
Desde que vio la luz, Violeta Porté no ha parado de recibir reconocimientos a lo largo y ancha de toda España, los más cercanos en el tiempo el pasado mes de marzo, el Premio EmprendeXXI como la empresa de base tecnológica más innovadora de Castilla-La Mancha otorgado por CaixaBank.
El pasado año fueron tres, entre ellos el Premio Emprendedora del Año 2023 en los Premios Aseme, pero este último que ha recibido, confiesa, «me ha hecho especialmente ilusión porque la tierra me mira y me parece importante que seamos capaces de reconocer lo nuestro, porque nuestros pueblos se mueren. Si no cuidamos nuestro talento, nuestras iniciativas, nos vamos a morir de pena».
Por eso, su apuesta habla de localismo. «Todos mis talleres son locales, en Castilla-La marcha y Madrid. Habitualmente dirigimos los talleres a personas que viven en el entorno rural, personas que son víctimas de violencia de género y ahora vamos a empezar a trabajar con personas con discapacidad».
En esa apuesta por lo cercano, Zapata acaba de regresar a Puertollano, desde donde quiere relanzar el proyecto. «Mi objetivo es generar trabajo aquí y recuperar los talleres y la industria textil que hemos tenido».
Moda que cambia vidas
Detrás de los focos, de las entrevistas interesándose por su proyecto, de los premios en metálico que sólo son respaldo para seguir hacia delante, quedan las historias personales llenas de gratitud; los mensajes que llegan a un teléfono a punto de pedir la baja por estrés, que le dan las gracias por haberles devuelto una vida que pensaban perdida.

«Hace unos días recibí la llamada de una señora de 62 años llorando porque le pusieron la bomba
con 15 años, se casó con la bomba por fuera del vestido de novia y el otro día se lo volvió a probar
y se lo pudo poner con la liga y me comentaba que le hizo mucha ilusión porque en 40 años nunca había pensado que iba a poder hacerlo nunca».
Esas llamadas, esos mensajes, subraya, «son lo mejor que tengo y lo mejor que me ha pasado desde que inicié este proyecto. Yo no he ganado un euro todavía. No debo nada a nadie, todos mis empleados cobran, pero yo no he tenido un sueldo todavía de Violeta Porté, pero creo que estas historias personales valen mucho más que todo eso».
«Hay padres que me han escrito llorando porque sus hijas con 13, 14 o 15 años no querían ponerse la bomba de insulina, para no tener ese recuerdo constante de que están enfermas, y gracias a la moda y en este caso a Violeta Porté, han podido dar ese paso y mejorar su salud considerablemente».
Romper moldes, reivindicar la normalidad, es uno de los grandes retos. Que un bailarín de UPA Next (continuación de la mítica UPA Dance), lleve prendas de Violeta Porté para estar entre los mejores dancers o que publicaciones tan prestigiosas como ELLE se hagan eco de este tipo de moda inclusiva, sólo son puertas que se abren para que el estigma no condicione a nadie que en un momento determinado se encuentra frente a frente con la diabetes, con la que desde entonces tendrá que convivir toda la vida.
Casi 500 millones de personas tienen diabetes en todo el mundo
Cuando tienes 30 años, la idea de ser un superhéroe siempre está más cerca que los pensamientos que te alejan de la inmortalidad. No hay nada que todavía frene, que dé miedo de verdad o que te aleje de unos sueños que, pese a las primeras canas que se cuelan, siempre acaban por parecer posibles aunque sean contra todo pronóstico y consejo.

Sin embargo, hay hostias que duelen, que te cambian por completo y que te devuelven al estado de fragilidad que sin que seamos conscientes siempre serpentean los días. «Siendo honestos, si yo no tuviera la medicina, por ciclo de vida, yo estaría descalificada. Sé que estoy aquí porque existe la medicina y eso es muy duro de asimilar y de aceptar».
«Con una de las subidas de azúcar me quedé ciega, sentía que mi cuerpo se estaba reventando. Sabía que la diabetes me podía destruirme la boca, el pelo, …», en definitiva la vida. Ya lo dice Delaossa en ‘Yo lo hice por nosotros’ -quizás nunca un título de canción sirvió para definir mejor un proyecto como éste- «un pobre con talento y rabia es un emperador», en este caso emperatriz. La rabia contenida contra la diabetes y el talento empujando para darle luz, dieron lugar a unos trazos sobre un papel en blanco que no sólo estaban cambiando su vida, si no el de millones de personas con su mismo problema en potencialidad.
Desde la sinceridad, expresa, «de forma egoísta, ojalá no tuviera que tener esta empresa porque eso significaría que no hay 500 millones de personas enfermas de diabetes en todo el mundo y que las niñas las que vestían otro día con 4 años en un desfile las prendas de Violeta Porté no tendrían que hacerlo».
Recibir la diabetes supuso para ella caer en depresión. «Quedarme ciega en una de las hipoglucemias, me hizo tener mucho miedo». Ella que ha recorrido el mundo, que ha vivido en el extranjero durante tiempo poniéndose a prueba, ahora le tocaba enfrentarse con un obstáculo en el que jamás se había parado a pensar, la enfermedad. «De pronto, todo cambia y te das cuenta de que estás viva porque llevas una máquina». «Esa necesidad de improvisar es lo que me mantiene viva, con energía. Si no tuviese este proyecto no sería la persona en la que me he convertido. Personalmente, creo que la enfermedad me ha sanado».
En este punto, casi cuatro años después de su diagnóstico, muchas de las preguntas que entonces se planteó han quedado respondidas. «He desarrollado una mentalidad emprendedora y estoy en un punto donde quiero innovar».
Uno de los proyectos en los que trabaja es el prototipado de joyería sanitaria que prácticamente no existe en el mundo, que será un paso más en la consolidación como Grupo Inclutex. «Mi objetivo es crear un conglomerado de marcas españolas sostenibles con las que dar respuesta a distintas enfermedades».
La razón, apunta, «es que me doy cuenta de que hay muchas personas viviendo con distintos dispositivos en su cuerpo, que obligan de alguna forma a llevar una serie de prendas y no entiendo por qué».
A corto plazo en su hoja de ruta queda estabilizarse como Grupo en España y consolidarse en el mercado europeo, donde ya ha llegado a varios países pero sin tracción. «Todavía no estamos asentados fuera de España y es uno de los retos»; otro, a medio camino, es «incluir la segunda empresa en el Grupo Inclutex».
El periodismo en el centro de todo el proyecto

Violeta Zapata fue una de esas tantas adolescentes que soñaba con contar el mundo. El periodismo era el modo y Madrid el lugar donde hacerlo posible. Ese anhelo de libretas garabateadas con notas y esas declaraciones grabadas en las últimas grabadoras de minicassete, fueron su acogida en la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM, donde es posible que una de las primeras anécdotas que le contasen en el hall arcoíris, es que un tal Alejandro Amenábar grabó en aquellos pasillos ‘Tesis‘ y seguramente, le tocó convivir con la duda de si los camareros de la cafetería eran expresidiarios.
Aquellos años de Facultad, afirma que «me sirvieron para mucho», en contra de esas teorías que recalcan que la Universidad no sirve para nada. «Si fuese periodista no hubiera llegado a donde estoy. Esta marca ha tenido la posibilidad de crecer gracias a la forma en que se ha contado, en torno a una marca coherente y bien ejecutada a nivel comunicación».
Por eso, recalca, «uno de los grandes hitos de Violeta Porté es la buena comunicación que se ha creado en torno a los productos desarrollados. Eso ha permitido generar comunidad y eso, sin duda, tiene mucho que ver con el periodismo, que la final es mi profesión».
«Muchos proyectos buenos acaban muriendo en el camino por no saber transmitir la historia que hay detrás. A mí el periodismo me ha dado muchas alas y muchas capacidades de poder llegar a las personas». «Los trabajos que he hecho doblando sujetadores Tezenis durante horas, o el haber trabajado limpiando baños en Londres, también me han impulsado a estos resultados. Creo que todas las fases por las que he pasado forman parte de este proceso de crecimiento personal y profesional».
Mirar atrás para no olvidar de dónde se viene
Mirar atrás es siempre uno de los mejores ejercicios para no olvidar de dónde se viene, para poder reparar en quien siempre estuvo y para poder felicitarse cuando comienzan a llegar los resultados. «Cuando miro atrás soy muy feliz porque sé todo el trabajo que ha habido detrás de lo que hoy es Violeta Porté. Yo sola he brindado un modelo de utilidad, he diseñado ciencia, he creado una comunidad, he salido a Europa, he constituido empresas, he facturado, fiscalizado…etc».
«Me abrumo a veces y me lo tengo que recordar. Cuando recibo un premio y reconocen tu trabajo y la dificultad de lo que estás haciendo sola, siento vértigo pero me emociono mucho», porque se ve reflejada en esos emprendedores que nacen con un proyecto metidos en un garaje, soñando con oficinas acristaladas y rodeados de grandes equipos.

Porque detrás del reconocimiento y de los aplausos, también están las lágrimas cuando te toca tirar del carro en soledad. «Me ha pasado recoger un cheque de 15.000 euros y venirme a casa llorando sintiéndome una impostora. Acababa un acto y no había tiempo para celebraciones porque en casa me esperaban las cuentas para fiscalizar o para facturar».
Esa parte opaca del éxito sólo la conocen los de cerca. «Mi madre es una de esas personas que ha visto que detrás de lo que ahora estoy recogiendo ha habido más de 20 horas diarias de curro. Eso ha ocurrido durante muchísimo tiempo y de repente, en seis meses, todo lo que yo había sembrado explotó y empezó a generar esta dinámica actual de reconocimiento, pero sobre todo de utilidad real para personas de verdad que sacan provecho de este trabajo».
Sin ir más lejos, hace poco más de un mes, durante la celebración del Consejo Asesor, «estábamos con la Reina con Fundación Princesa de Gerona y de pronto, llegó a saludarnos y me llamó por mi nombre, sabía de mi proyecto. Eso significa que estás haciendo las cosas bien».
Ese tipo de gesto, reconoce, «me impresiona porque dices, ostras, todo el trabajo que he hecho y todo lo que estoy intentando que se entienda para ayudar a las 600 millones de personas que como yo tienen diabetes está funcionando, está llegando».
«Yo sigo alucinando con los premios, con las oportunidades y espero que siga así para poder crecer más y generar realmente una estructura y una industria en Castilla-La Mancha, como hizo Amancio Ortega en Galicia pero en Castilla-La Mancha».
Los viajes en tren y en autobús recorriendo España le invitan siempre a mirar por la ventanilla, mientras en el paisaje se pierde la mirada de unos ojos azul celeste -puede que falle en la tonalidad porque nunca fui bueno con el pantone-, que no sólo ven lo que tienen ante sí, sino todo lo que han surcado desde que comenzó esta aventura en la que no hubo sinopsis para advertir de lo que vendría por delante.
«Cuando viajo me quedo embobaba mirando por la ventanilla. Se me pasan muchas cosas por la cabeza. Probablemente, en este momento de mi vida, lo que más pienso es en la honestidad con la que se ha desarrollado el proyecto. He sido muy sostenible con todas las fases del proyecto, pero puede que no lo haya sido conmigo misma».
«Estoy en un momento personal muy complejo. Ahora vuelvo a Puertollano, dejo mi trabajo de directora en una agencia de comunicación estable, quiebro económicamente a nivel personal, he sacrificado muchas relaciones de amistad y de amor porque la gente, no todo el mundo entiende la vida de un emprendedor. No todo el mundo está para entender 20 horas de trabajo, el mal humor, la tensión, la incertidumbre, las pocas horas de sueño, el poco estar en casa».
Pero como en todos los momentos donde se resta, aparecen personas faro que siempre están. «Hay mucha gente que se ha quedado dándome la mano en los momentos de más oscuridad» y son justo en ellas, en las que frena para no abandonarse. «No quiero dejar este camino. Es cierto que hay días en los que me siento muy cansada y me siento pequeñita, pero eso también forma parte del emprendimiento».
De hecho, subraya, «no me gusta vender que el emprendimiento como un camino de éxito. A mí me gusta hablar de los baches, del dolor, del estrés. Muchas veces a mí me toca llorar cuando regreso a casa en un tren por puro agotamiento, sabiendo que al llegar a casa tengo que volver a empezar de cero».
En ese punto, en el que a veces te planteas si estás en el lugar que quieres, es donde la llamada de alguien anónimo que te agradece lo que haces, es lo que hace no perder el foco. «Cuando recibes el mensaje de una persona a la que has ayudado, sabes que lo invertido en tiempo y en dinero, ha merecido la pena, porque sabes que millones de personas pueden beneficiarse con tu trabajo».
«Hay niñas pequeñas recién diagnosticadas de diabetes que, si no evoluciona la tecnología, estarían condenadas a vivir con el problema por el que hemos pasado muchas personas como yo». Por eso, no es raro que algunas quieran conocerla, porque ejerce como inspiración, como salvavidas, como luz cuando el tramo del camino hasta el que llegan los ojos sólo tiende hacia lo oscuro.
A veces se piensa que los ídolos sólo visten camisetas de fútbol y portan un 10 en la espalda. La vida acaba demostrando, que los ídolos suelen tener insomnio, trabajan de lunes a domingo y son seres humanos de carne y hueso, que como en el caso de Violeta Zapata, nacen en ciudades como Puertollano, que nadie elegiría como lugar para desarrollar una gran novela, pero que ofrece talentos como éste.