Digo tallos y no churros porque en Viso siempre fueron eso, tallos. Desde que los hacían Amando y sus hijos, en la calle hoy dedicada a la Constitución, y Aurelio Marín, con su esposa Isabel y cuñada Leonor, donde hoy luce la tienda de Guiller. También fueron churreros Antonio Marín y su mujer Pilar Orellana, puede que en una esquina del Pradillo, pero de eso me acuerdo peor. Hablo de cuando se freían en lumbre de cándalos, no con butano, y se despachaban ensartados en juncos segados a haces, no en bolsas de plástico. Ahora se prohíbe cortarlos aunque las «juncás» invadan ramblas y loden vallejos. Pero esto debe ser lo bueno, porque antiguamente no se hablaba del cambio climático y hoy no se cesa de lamentarlo. Entre otras causas, por la quema de gases y el empleo caprichoso de polímeros. Inteligentes los hombres, que progresan para resolver problemas, pero a veces sus avances originan males distintos y hay que buscarles remedio con nuevos inventos que engendren más desarrollo y alimenten el ciclo de la irracionalidad.
Desayuno habitual
Pero dejemos los introitos y vayamos al meollo de mi propósito, lo que me exige aclarar que soy consumidor empedernido de porras, como llaman en Madrid a los tallos. Todos los días las desayuno y conozco muchas churrerías madrileñas céntricas y de barrio, con fama o sin nombre, baratas o no tanto por las que rondo y roto aprovechando la economía y facilidad de mi transporte público, la ociosidad de jubilado y el confort de las mañanas frías de invierno y frescas de otoño (o de suave brisa en estío y primavera), meteorologías que animan mi vagabundeo callejero con poco abrigo a cara despejada. Y mejor que mejor en días llorosos o pintados de gris.
Si es difícil hallar gozo que supere, por ejemplo, al de rematar un escrito después de costarte sudor y sangre, se me ocurre el placer de un café muy caliente con tallos recientes en la barra de Manoli, a media mañana y después de haber trabajado desde temprano, charlando con ella y su parroquia sobre temas domésticos o locales, trascendentes o triviales. Y de los asuntos de España y el mundo que susciten quienes compartan el pulcro mostrador de su limpísimo local sito en el mercado. El de abastos hecho por mi padre en los sesenta, que ya no sirve para bastimento alguno, ni como lonja, pósito o alhóndiga, sino para fines más actuales, salvo los cuartos de Pili Parrilla y dos ambulantes del mercadillo de los martes.
Como sus ancestros
Reuniendo ese decorado indudable atractivo para no fallar a la cita ningún día de los que estoy en el pueblo, lo importante son los tallos artesanalmente creados por Manoli para llevar a casa o tomar a pie de sartén: fritos rosca a rosca en aceite de oliva en su punto, sin quemar y renovado, que no empachan ni repiten por salir de masas convenientemente aliñadas y batidas a mano en lebrillo de barro. Igual que los de sus antepasados, maestros churreros de Villamanrique y vecindades en donde ella no continuó la secular tradición por casar con viseño, a quien hizo del gremio, sí, pero sin acompañarla, pues cada día, laborable o festivo, hace esos mismos productos en su cafetería de Valdepeñas, desde el alba al mediodía, en que —anoten— retorna a saborear los que le guarda su mujer.
Digo a los turistas que visitan Viso por el arte y la historia del palacio italiano del Marqués de Santa Cruz (y a los viajeros que, para no perdérselo, dejan por un rato la autovía de Andalucía o la CM-4111 de Ciudad Real y Puertollano a Almuradiel) que no olviden pasar por la churrería, cerquita del gran noble edificio y su inseparable compañera, la iglesia de la Asunción, un siglo mayor pero menos alta. Les van a quedar buenas ganas de regresar.
Y volverán
Si, para ahondar en el reclamo turístico «Viso del Marqués, arte y caza» elegido por el ayuntamiento de aquella etapa de furor nacional en publicidad municipal, publicó la revista «Paradores» de mayo-junio 1988 —¡veintiocho años ha!— mi artículo «Viso del Marqués y la caza» (el primero de los que llevo encomiando a esta villa artística y campera), hoy añado al eslogan la tercera razón para dejarse ver por allí: unos ricos tallos con chocolate —o café, que es lo mío— en un rincón con encanto y calidad. Quien lo haga ya entrada la mañana en fechas que me pille por Viso, allí me encontrará. Y podremos hablar de caza, campo, toros y temperie, o lo que se le tercie a los bienvenidos forasteros jamás tenidos por ajenos en este lar. Prueben, que no se arrepentirán. No de charlar, sino de desayunar sano y barato en tan agradable lugar. Apuesto una rosca y sus chocolates a que volverán. Contento de haber perdido, gustoso pagaré en viéndolos llegar. Seguro que con alguien más.