El centro de adultos Antonio Gala de Ciudad Real está viviendo semanas muy emotivas. El pasado 28 de mayo, en España se celebraban las elecciones municipales y autonómicas; pero las letras sacaban espacio para llorar la muerte del poeta que da nombre a este centro educativo, cuya obra y legado sirven además para inundar los espacios de bienvenida a este lugar del saber ciudadrealeño.
Además, estas semanas son emotivas porque muchos de los alumnos que han pasado por sus aulas durante los últimos cursos están a punto de despedirse para siempre, con su título bajo el brazo, esperanzados en recuperar un tiempo que parecía perdido y que el destino les ha permitido volver a encontrar de frente.
En una de las aulas del tercer piso, Javier Sánchez, secretario y profesor del ámbito Científico y Tecnológico del Antonio Gala, imparte una de sus últimas clases del año. Al abrir la puerta, nos lo encontramos hablando de los planetas, de la situación que ocupan en el Universo, dejando una moraleja que no necesita subrayar a sus alumnos. “Somos demasiado pequeños, apenas un punto si intentamos compararnos con el resto”; lo mismo que le pasa al sol, continúa explicando, “un pequeña estrella, que menos mal que no es más grande”.
Mientras acaba la explicación de Sánchez, sonríe satisfecha Rosa García, directora del Centro de Adultos Antonio Gala de Ciudad Real donde lleva más de veinte años ejerciendo la docencia.
Precisamente es ella quien explica el perfil del alumnado que cada año se matricula. “Durante estos veinte años ha cambiado mucho el tipo de alumno que hemos venido recibiendo. Antes eran chicos que habían dejado la escuela y que necesitaban el título de Secundaria para empezar a trabajar. Era un perfil de estudiante quizás más de mediana edad, no había tantos jóvenes como ahora”.
También ha ido variando el tipo de asignaturas que se imparten. “En estos momentos contamos con una mayor diversidad de docencia. Contamos con más unidades de idiomas: inglés, francés, alemán, italiano, más cursos de informática, cursos de preparación para la prueba de acceso para mayores de 25 años, el curso de acceso a un Grado Superior, Ciclos Formativos de Grado Medio”.
Sin embargo, más allá del conocimiento, para García quedan las historias personales de superación, con problemas estructurales de desarrollo, que impidieron en su momento mirar al futuro de frente, obligando a pervivir condenados a “no ser nadie” y que hoy luchan por un porvenir lleno de esperanza y oportunidades. “Aquí no sólo somos docentes, muchas veces somos también consejeros. Al principio, todos vienen con corazas, que luego, escarbando, te permiten conocer qué hay detrás de cada historia y es ahí donde comprendes la razón por la que la Educación no tuvo un papel primordial cuando correspondía”.
Este mismo argumento también lo corrobora Javier Sánchez, secretario y profesor del Antonio Gala, al que los años de experiencia en Educación para Adultos le ha demostrado que la forma de enseñar en estas aulas cambia mucho respecto al modelo ordinario.
“Existe mucho miedo a aprender y mucho miedo a fracasar”
Una de las situaciones más complejas a las que se enfrentan los profesores de adultos es el miedo, las barreras psicológicas y las incertidumbres con las que llegan muchos de los alumnos, acostumbrados a tropezar en otros momentos de sus vidas y que miran con recelo a lo que pueda ocurrir cuando vuelven a estudiar.
“Muchos de los chavales más jovencitos que llegan, vienen con muchos inconvenientes, muchas contraindicaciones. Cuesta mucho meterlos en la dinámica de trabajo para adultos. Los mayores, sin embargo, son un encanto. Están deseando aprender, pero también existe mucho a aprender y hay muchísimo miedo al fracaso, en el que enfocamos gran parte de nuestro esfuerzo para que consigan sacar adelante esta titulación para la que todos, están plenamente facultados”.
“Dedicamos mucho esfuerzo en motivarlos para que la frustración no puedan con ellos y no abandonen”, subraya el profesor, mientras los alumnos que hoy tiene en clase asienten en silencio con una media sonrisa dibujada en la cara, sabiendo que detrás de sus palabras está el camino que ellos mismos han recorrido.
Sobre sus alumnos, pone en valor su profesor, “son un ejemplo de resiliencia para la sociedad. Están saliendo de una situación de estar sin estudios, donde la sociedad les presiona por no tener la ESO, para tener el valor de matricularse, ponerse a estudiar, poder suspender y tener que volver a enfrentarse al examen. Es muy meritorio lo que están haciendo”, se felicita Sánchez, que entiende que “para nuestros alumnos tener el título de la ESO significa mucho más que para un chico de dieciséis años, porque significa haber roto todo lo que les impedía venir. Significa todo”.
Entre el “amor propio” y la necesidad de reciclarse
En el aula de Ciencia y Tecnología de Javier están presentes: Raquel, Celia, María del Carmen, Corina, Miguel, Elsa y Adara, todos ellos con sus propias historias; diferentes entre ellas, pero entrelazadas en el mismo final, conseguir el título de la ESO este mes de junio.
Raquel se matriculó antes de la pandemia. Comenzó a estudiar tercero de la ESO, con el reto de aprobar tercero y cuarto en el mismo curso escolar. A lo largo de su vida nunca tuvo la motivación de conseguirlo. “No pensaba nunca en estudiar porque no tenía la ilusión por conseguir el título de la ESO”. No obstante, cuando se sabe tan cerca de tenerlo, confiesa estar “muy contenta, porque además, estudiar me está ayudando a encontrar las cualidades que siempre he tenido y que no sabía que estaban”.
En su caso decidió volver a estudiar porque se sentía “un poco frustrada de sólo tener la EGB, que es como no tener nada. Al final, contar con el título de ESO cambia las perspectivas en el mercado laboral”, que es uno de los objetivos con el que llegan a las aulas del Antonio Gala; el otro es reconquistar el amor propio que a veces se había perdido en el camino de los años.
Cuando finalice el curso dentro de unas semanas, su próximo reto es “hacer un acceso a Grado Medio, e intentar aprender algún idioma que es donde me veo un poquito más flojilla”.
Por su parte, Carmen tiene una tienda en Ciudad Real. Por la mañana la atiende, por la tarde se forma en la modalidad a distancia, cuyas clases puede seguirlas en directo desde casa, conectada a la plataforma habilitada por el Antonio Gala. “Sólo tenía el Graduado Escolar. Ahora que tengo un poquito más de tiempo, decidí que quería tener este título. Me animé y estoy muy contenta”.
Principalmente, una de las razones para no volver a estudiar es pensar que tener un título no va a ser necesario en un futuro para encontrar trabajo, cuando las nóminas se suceden en el tiempo y la vida parece encauzada sin desvíos. En ese punto, lo difícil es encontrar la motivación del saber; la de Carmen, fue su hijo. “Él tiene carrera y cada vez que lo miraba, yo pensaba, ¿y por qué yo no voy a ser capaz de hacerlo también? Eso fue un plus para que me pusiese a estudiar”.
A ella, dice, “me gustaría hacer el acceso a mayores de…” y se ríe, porque la suma de años tienen que romper las etiquetas que marcan según qué situaciones académicas. “Me gustaría hacer un acceso para la Universidad y luego, ya veremos”.
Miguel llegó de Barcelona en plena pandemia, en un momento personal complicado. Se vino a Ciudad Real con su pareja, sin trabajo y preguntándose qué iban a hacer para salir adelante. A falta de oportunidades laborales, la mejor opción fue volver a estudiar.
“Necesitaba reciclarme. Venir aquí fue abrir un abanico con todos los compañeros, empezar a conocer gente nueva y eso me animó mucho”.
Volver a empezar, relata, “al principio fue un poco duro. Llegas aquí, te pones a prueba otra vez, te preguntas si tienes las capacidades, si eres capaz de superar las asignaturas.
Cuando ves que poco a poco vas teniendo resultados, que coges el hábito de estudiar que era algo que tenías totalmente olvidado y ves que eres capaz, que puedes conseguirlo, eso te anima muchísimo”.
La sensación del primer aprobado todavía le eriza la piel. “Tener un aprobado en matemáticas, para mí eso fue una alegría impresionante”.
¿Se gana juventud cuando entras a una aula como ésta? -pregunto, sabiendo que es el más mayor de su clase donde ejerce como delegado- “No, yo soy uno de ellos también”, sentencia Miguel con tono de broma, porque en el fondo sabe que al lado de sus compañeros ha recuperado la sonrisa y una juventud que parecía olvidada, porque más allá de los conocimientos reciclados, queda la riqueza personal que entre todos han sido capaces de construir mientras se han acompañado.
Al terminar los relatos, la pizarra digital vuelve a disponer de imágenes explicativas, los folios vuelven a recibir la tinta de bolígrafo. Desde el fondo del aula alguien pregunta si eso que Javier acaba de explicar entrará en el examen, él, como buen profesor, responde según lo esperado: “Entra todo”.