Generar entornos comunitarios donde los menores extranjeros no acompañados se sientan protegidos es quizás “uno de los mayores éxitos del sistema”. Ángel Gómez, miembro de la junta de gobierno del Colegio Oficial de Educadoras y Educadores Sociales de Castilla-La Mancha, habla del tema. Acumula veinte años de experiencia y en la actualidad trabaja como director de un centro de protección de menores en la provincia de Toledo. “Cuando miras a los ojos a los niños y ves que están tranquilos, es maravilloso”, dice.
El encuentro con el mar de un menor que había cruzado el desierto del Sáhara y el océano Atlántico durante sus primeras vacaciones en la playa dentro del sistema de protección de menores resulta simbólico. Ángel cuenta que “hasta entonces los recuerdos que tenía del mar eran trágicos, allí había pasado mucho miedo y había visto muertos”, sin embargo, ahora “pasaba a ser un lugar donde jugar, donde refrescarse, donde estar tranquilo”. Ahí reside el triunfo del que habla el educador social.
Frente a los desequilibrios sociales que generan los flujos migratorios, Ángel explica que uno de los objetivos principales de los educadores en los centros “es la construcción comunitaria”, la construcción de comunidad, que consiste en “formar ciudadanos, y dar acceso a la educación y la cultura”. Para ello, reconoce que el sistema de protección en Castilla-La Mancha ha cambiado mucho: hoy existen “equipos de educadores con gran formación”.
Uno de los cambios que mejor valora es la desaparición de recursos exclusivos para menas dentro del sistema de protección en provincias como Toledo. “Eso es la integración, frente a los guetos”, destaca. A nivel cultural, esta convivencia resulta “muy enriquecedora para los menores, al tener cerca diferentes culturas, religiones y tipos de sociedad, y también para los mismos profesionales”. Eso sí, Ángel Gómez considera que “el sistema tiene que seguir evolucionando”, en relación con modelos afectivo-emocionales, educativos y el acompañamiento cuando llega la mayoría de edad.