La actividad cinegética representa uno de los principales motores socioeconómicos de algunas comarcas de la provincia y define las señas de identidad de los pueblos ciudarrealeños ubicados en el Valle de Alcudia, Sierra Madrona, Cabañeros y los Montes de Toledo. En plena temporada, El Campo vivió una jornada de caza en un bello paraje del coto de La Cereceda, en Fuencaliente, un día en el que cerca de un centenar de cazadores de la peña ‘El Puntal’ de Puertollano desarrollaron una montería que puso de manifiesto que esta afición reúne gestión empresarial, voluntad, oficio, deporte y ocio. Según los datos de la Administración regional, este sector genera más de 6.500 empleos fijos en puestos directos de trabajo, crianza y aprovechamiento de especies cazables, alrededor de 1.700.000 jornales anuales y una facturación de unos 600 millones de euros, muy por debajo de los cálculos que genera en realidad. La provincia es un referente cinegético fuera y dentro de España, con el 90% de su territorio acotado y una clara contribución a la conservación de los espacios naturales, según Aproca.
J. Y. / Ciudad Real
Antes de las 9 de la mañana ya está labrada una maraña de conversaciones bajo un toldo que difícilmente aisla del frío y un poco más de la lluvia y la humedad. Día invernal y gris (a pesar de ser otoño), los cazadores inconfundiblemente vestidos de verde en lo que se aprecia como una línea de moda intemporal y cotizada, degustan migas con chorizo y huevo, sardinas y pimientos. Para calentar el ánimo y los cuerpos, no faltan el vino, el sol y sombra y otros espirituosos que van a servir de base nutritiva para una dura jornada.
Quienes se reivindican amantes del valor ambiental cinegético que supone un oficio ancestral tan denostado como anhelado, miran de soslayo a las intrusas, que encima graban voces y recogen en fotos la “intimidad” del colectivo.
Son los cazadores que participan en una de las convocatorias fijadas para esta temporada por la Peña de Monteros ‘El Puntal’, que gestiona uno de los tres cotos sociales más extensos del Ayuntamiento de Fuencaliente.
Sin ser una montería comercial exclusiva, este grupo de amigos tanto de Puertollano, como de Andalucía, Madrid, Extremadura o Asturias que lleva dos décadas monteando por el Valle de Alcudia y Sierra Madrona, no pierde sus principales valores identitarios dirigidos a “compartir y disfrutar de la verdadera esencia cinegética” dentro de la filosofía de “la tradición y el respeto”.
Hay algunos niños y pocas mujeres entre una mayoría de varones de mediana edad, y poco a poco dejan sus reticencias ante la prensa para explicar durante el desayuno la importancia de las monterías en la regulación de las poblaciones de especies cinegéticas, tanto de caza mayor como de menor, “sino estaría todo invadido de animales como pasa en la Sierra de Madrid y Barcelona”, señala el ingeniero agrónomo Miguel. Habla con mucha precaución de las descompensaciones naturales de los censos de reses y de la “criminalización” no sólo de la caza como ‘pasatiempo para ricos’, sino de la propia agricultura a costa de los tratamientos que usan los productores, pero recuerda que los alimentos que comemos como el cordero, el pan y el vino provienen de un sector primario que en líneas generales es respetuoso con el medio ambiente.
Sobre las 10 empieza la liturgia, el sorteo de los 45 puestos sobre una mesa hacia la que se dirigen todos en pie. “Está prohibido doblar puestos (sólo se permite un arma), nadie se puede salir de su sitio por seguridad, se pueden batir dos venados de cupo por persona y libre de jabalíes”, recuerda un portavoz de la peña al enumerar las estrictas normas que han de cumplir por ley.
Y también da órdenes “más humanas” dirigidas a “tener mucho cuidado con las piedras mojadas y a pisar despacio y tranquilos sobre ellas”, porque no quiero accidentes.
“Hace un día malo, y hay que ayudar a los demás”, aconseja, sin desmarcarse de las reglas de una montería que “acaba a las tres y media, sí o sí”.
El agente forestal David Núñez sigue ‘la ceremonia’ con ojos de juez -“somos la policía de todo lo que tenga que ver con el medio ambiente”- pero totalmente integrado, porque está entre amigos y vecinos que han mamado como el Padrenuestro las pautas de estas convocatorias: estar en posesión de la documentación necesaria (permiso de armas, seguro, licencia de caza, etc.), seguir las indicaciones del postor, no tirar a especies vedadas, respetar el cupo establecido, prohibido desdoblarse, tener dos armas desenfundadas en el puesto y simultanear la acción de caza.
También saben que no pueden cortar reses, ni tirar al viso, que hay que respetar el tiradero de los otros puestos, y que cuando haya que “discutir” una pieza se hará en el campo, donde en caso de desacuerdo prevalecerá el criterio del postor.
Y disfrutan, cómo no, de la caza de manera responsable.
Con las expectativas puestas en los mejores o peores puestos, tras el sorteo de las papeletas, siguen con su ritual: un breve rezo y varios vivas.
En ese impás, Miguel explica a las periodistas las estructura de la mancha a cazar: con los cierres y fronteras que rodean la zona, las armadas que dibujan cada línea de escopeta y las traviesas que son las centrales
Pero lo que es además es “un encuentro social con amigos que disfrutan de la afición cinegética” explica una pareja de jóvenes.
Núñez explica que como agente medioambiental del Gobierno autonómico vigila que se cumplan las normas de los aprovechamientos de los cotos sociales, en este caso del cinegético, pero también hacen seguimiento del micológico y del senderismo.
“Debemos validar que están los puestos autorizados, que no se van a salir de la mancha, o que el número de realas (en este caso, quince con 25 perros cada una) es el que está acreditado”, indica porque lógicamente “una vez que empieza la cacería no vamos porque molestamos la actividad y nos exponemos”.
El ayuntamiento es el propietario de gran parte del monte del término de Fuencaliente, y ‘El Puntal’ tiene arrendado por seis años el coto de la Cereceda, el más grande, con 6.200 hectáreas, indica Francisco Ramírez, alcalde de esta localidad. “El Ayuntamiento tiene tres cotos, uno gestionado por una sociedad local, otro concedido a monteros de Fuencaliente y otro a la peña de Puertollano”, recuerda momentos antes de subir a los coches e iniciar la inmersión en el monte rojo, naranja y verde compuesto por una rica diversidad vegetal entre jaras, chaparros, madroños, encinas, alcornoques y enebros.
Es Sierra Madrona y el principio de Sierra Morena y mientras ascienden hacia el risco tocado con una cita roja que acoge el puesto (como todos), los cazadores, cada vez más pertrechados de prendas y complementos contra el frío (gorros, mochilas, paraguas,.. además de los rifles y escopetas) subrayan la importancia económica de una montería y los beneficios que reportan “al 80% de la población directa o indirectamente”. “Por ejemplo hoy, precisan, están trabajando entre 40 y 50 personas del pueblo, entre muleros, guardas, jornaleros, perreros, y otro personal auxiliar”, amén de los carniceros, los veterinarios, y las armerías.
Apuntan al “desconocimiento” de los sectores más críticos con la caza y de algunos medios porque “todo lo contrario, somos los principales protectores de especies de extinción, y la caza consigue repoblar los hábitats”.
Con la marcha andando para ocupar cada uno su puesto empieza la tensión: voces bajas, las armas colgadas de la espalda y los deseos de buena suerte.
Son las 11,20 horas y ya están instalados en el que va a ser durante cuatro horas su ‘casa’, da igual las bajas temmperaturas, las rahcas de viento y la lluvia fina que cala el cuerpo.
Carlos, uno de los monteros que le ha tocado un risco, observa el entorno por dónde pueden entrar los venados o jabalíes, aunque por momentos no le dejan las nubes bajas que se ciernen sobre el espectacular valle a sus pies.
Entonces todo se hace silencio porque empieza la caza: los perros inician el acecho, incitados por los rehaleros, sólo se oyen las voces de éstos y algunos tiros lejanos, no hay suerte para Carlos.
A las 15,30, los cazadores se comunican con los gualkitalkies y se organizan para bajar. Desandan sus pasos y se juntan en un punto para comentar la dura jornada, en la que ha habido pocas piezas abatidas. El mulero está presente y algún cazador pistea una res herida, mientras el resto lo espera tomando un aperitivo en los coches. Más tarde, pasadas las 17 horas, vuelven al punto de partida, a la cubierta donde desayunaron fuerte, en este caso para degustar un sabroso y merecido cocido monteño.