S. R./ Ciudad Real
“He conocido a las familias biológicas y algunas son muy agradecidas, a veces te las cruzas por la calle y yo animo a la niña a que salude y bese a su madre. No he tenido problemas con las familias biológicas”, dice Prado Maroto Valdepeñas, madre acogedora con tres hijos biológicos.
Prado, que tiene ahora 51 años, se interesó por el programa de acogimiento familiar cuando se separó, hace siete años.
“Me interesé porque quería hacer algo por los demás”, explica, al tiempo que argumenta que “es duro pero nunca he pensado en tirar la toalla”.
Por el hogar de Prado pasó un recién nacido que enseguida fue entregado en adopción; después otra bebé con nueve meses que, con dos años marchó con sus abuelos a Paraguay. Mientras tenía a esta bebe, llegó otra niña con siete años procedente de un centro de menores, que sigue con ella, -ahora tiene doce-, y por último llegó a casa otra menor con nueve meses que ahora tiene cinco años y también sigue en su casa.
Prado explica que cuando planteó a sus hijos biológicos esta decisión reaccionaron bien, “aunque con el miedo al dolor de la pérdida”, apunta.
Para esta mujer ciudarrealeña, “lo más satisfactorio es ver cómo cambian con el paso del tiempo, tras comprobar las condiciones con las que llegan”.
Hogar
“Hay niños que piden a gritos tener un hogar o una familia, llegan con falta de cariño, desconfianza, manías y con el tiempo cambian”, argumenta Prado que nunca ha impuesto cómo deben llamarla, “les digo que me llamen como quieran”.
Asegura que ella tan solo trata de brindarles “normalidad” y que estas menores se recuperen al ver a una familia en condiciones, “tener una rutina o levantarse en una casa son actos que les dan tranquilidad”.
“Apego, cariño y seguridad es fundamental en el desarrollo de un menor”, argumenta al tiempo que asegura que muchos de ellos lo que necesitan es protección, más que alimentación.
En todo el tiempo que Prado Maroto lleva en el programa de Familias de Acogida recuerda como algo especialmente duro el momento en el que una de las niñas, que pasó por su casa, retornó con sus abuelos a Paraguay después de dos años, “ya me decía mamá y dejó un gran vacío, pero es su familia con quien debe estar por encima de todo”.
Sobre la situación en la que llegan los menores asegura que “cada niño viene con su mochilita detrás y en ocasiones los acogimientos fracasan precisamente porque el niño acarrea sus problemas”.
Esta mujer tiene muy claro que los intereses del menor están por encima de todo, de ahí que el contacto con la familia biológica sea tan importante.
En este apartado juega un papel muy importante el equipo técnico de la Dirección Provincial de Bienestar Social que elabora un plan de visitas, que, por lo general, la familia biológica suele respetar.
Si bien es cierto que el momento más duro es el retorno del menor con su familia biológica, Prado tiene muy interiorizado ese momento y manifiesta que es triste pero que hay que tomarlo “como un triunfo del programa ya que cuando vuelve a su casa es porque su familia está bien, ha vuelto a la normalidad o si se entrega en adopción es porque la familia elegida es óptima”.
Desde el primer momento a la familia de acogida se le inculca sentirse bien si el menor retorna “porque han cumplido el objetivo ya que nunca se puede sustituir a la familia biológica”.