El proyecto de investigación para hallar una vacuna de ADN contra el coronavirus en el que participa el doctor Pedro José Alcolea, biólogo molecular y químico ciudarrealeño, sigue avanzando en su fase preclínica.
El grupo, ubicado en el Laboratorio de Parasitología Molecular del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas (CIB) del CSIC, ha iniciado esta misma semana un ensayo de evaluación de la respuesta inmunitaria en ratones, tras haber comprobado de manera exitosa que las células humanas en contacto con el material genético vacunal producen el antígeno del virus.
En concreto, explica Alcolea, han elaborado ocho construcciones, denominadas plásmidos recombinantes, que contienen el gen que codifica una proteína del virus, diversos fragmentos del mismo y algunas modificaciones para tratar de potenciar su capacidad inmunogénica.
A continuación, han llevado a cabo la transfección de una línea celular humana en cultivo, es decir, la introducción de estas construcciones en las células, y han podido comprobar que dichos genes “se expresan en las mismas”. De ahí, que hayan iniciado el ensayo de evaluación de la respuesta inmunitaria en el modelo animal.
Es el primero de los ensayos que abrirá el camino a las sucesivas fases de desarrollo de la vacuna de tercera generación -la primera de ADN basada en la manipulación e introducción directa de genes que se probaría en humanos- en la que trabajan desde mediados de mayo “que no está en la carrera de llegar la primera”, sino de garantizar la máxima protección posible frente al SARS-CoV-2.
Se trata de pruebas de concepto, centradas, explica el investigador de origen socuellamino, en consignar si los genes candidatos vacunales administrados en el vector plasmídico pPAL, elaborado por el propio Alcolea, inducen una respuesta inmunitaria celular específica que dé lugar a la protección frente al virus.
Es un vector que ya lo utilizó el científico en la investigación de la vacuna frente a la leishmaniasis canina, junto al profesor Vicente Larraga (que dirige el equipo de la vacuna contra el SARS COV2) y la doctora Ana María Alonso en el Laboratorio de Parasitología Molecular del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas (CIB-CSIC).
El experimento consiste en administrar el material genético recombinante a ratones genéticamente estandarizados para cotejar “si induce la inmunidad humoral y celular”, es decir, si se promueve la producción de anticuerpos y la estimulación linfocitaria específica.
“Se inocula una dosis del plásmido que contiene el gen que codifica el antígeno y a los 15 días otra de recuerdo”, con el fin de que dentro de un mes aproximadamente “podamos analizar el nivel de inmunidad celular que han conseguido inducir”. “Evaluaremos los anticuerpos circulantes y la respuesta inmunitaria celular”, concreta Alcolea, que aclara que en ésta última, “los linfocitos T citotóxicos eliminan específicamente las células infectadas por el virus y los colaboradores se encargan de impulsar señales que activan otras células para que luchen contra el virus”.
Una vez superada la fase de cribado, a finales de agosto seleccionarán el mejor plásmido recombinante de los ocho que están probando para evaluar la protección que aporta en ratones y hámsteres previamente infectados experimentalmente con el virus. También les permitirá cuantificar “los anticuerpos neutralizantes, la evaluación de la reducción de la carga viral y la respuesta inmunitaria humoral y celular asociadas”.
A finales de 2021
Posteriormente, tras culminar la fase preclínica, iniciarán el procedimiento clínico con pruebas en humanos, en el que determinarán la dosis más efectiva a administrar para lograr la protección frente al virus de forma segura y sin causar efectos secundarios.
Si los tiempos se cumplen, indica Alcolea, la primera vacuna de ADN frente al coronavirus que ha causado la actual pandemia mundial podría estar lista en otoño de 2021.
Su desarrollo concluiría en un tiempo récord (poco más de año y medio), frente a otros procesos de investigación iniciados meses antes y actualmente en fases similares. Además, este tipo de experimentaciones se prolongan durante una media de cinco años.
Aun así, están trabajando “aproximadamente al triple de la velocidad normal”, al margen de la frenética carrera para ser el primero, pero dando pasos certeros para ir cerrando cada fase con la máxima garantía de protección. El objetivo final es que sea la vacuna “más efectiva”.
El secreto, explica el biólogo ciudarrealeño, es la estrategia científica utilizada, al haber aprovechado el formato con el que han investigado durante 15 años la vacuna contra Leishmania. Liderada por los estudios de Alcolea, está terminada y sólo pendiente de la autorización de la Agencia Europea del Medicamento para ser comercializada por los laboratorios del Grupo Zendal.
A escala industrial
Se trata de una “sencilla” metodología de ingeniería genética que, en el caso de la vacuna contra el coronavirus, permitirá una activa producción a escala industrial. “Nuestras investigaciones, sostiene Alcolea, incluyen la utilización del rendimiento del proceso de producción” y, por tanto, su gran ventaja es “la rapidez y la eficiencia”.
Con todo, “se necesitarán múltiples desarrollos para satisfacer la enorme demanda que existe”.
El proyecto está siendo posible gracias a los medios puestos a disposición de los investigadores a raíz de la emergencia sanitaria de la COVID-19.