J. Y.
Ciudad Real
Miguel Ángel Tajuelo llevaba tramando desde hacía varios meses el ataque mortal a su esposa, Juliana Monreal, a quien le arrebató la vida el 30 de enero de hace dos años tras golpearla con un jarrón de cristal en la cabeza y apuñalarla después en cinco ocasiones.
Así lo declaró en el juicio con jurado que se sigue desde el lunes en la Audiencia provincial uno de los agentes que lo interrogó en el hospital a las pocas horas de cometer el presunto asesinato. “Me dijo que llevaba tiempo pensando” acabar con la vida de su esposa, que contaba con 43 años, con el fin de evitarle sufrimiento por unas deudas que en teoría el acusado había contraído y que superaban los 13.000 euros.
El primero de los cuatro guardias civiles que testificaron en la segunda sesión del tribunal dio una versión coincidente con el desarrollo de los luctuosos hechos que reconoció el propio imputado: en el salón del domicilio Juliana yacía muerta entre manchas de sangre y los trozitos de cristal (no pudieron restituir el jarrón) y el inculpado estaba en la calle tras tirarse desde una ventana del segundo piso y después de autolesionarse levemente con el mismo cuchillo con el que apuñaló previamente a la mujer.
Este agente, además, fue el que tres horas más tarde tomó declaración a Miguel Ángel en el hospital, donde lo encontró “apesadumbrado y apenado”, aunque mantuvo una conversación “ordenada, consciente, fluida y coherente”. Al agente le manifestó que había pedido perdón a su víctima, a la que había planeado matar desde hacía “meses”, dijo el testigo a preguntas de la acusación particular.
En la declaración ante la Guardia Civil, el imputado -para el que piden entre 20 y 25 años de cárcel- justificó su lamentable crimen en los motivos económicos. “Me dijo que tenían una deuda y que lo hizo para que no sufriera su mujer”, relató.
A petición de la fiscal, los miembros del jurado (formado por cuatro hombres y cinco mujeres) pudieron ver las pruebas del delito: el cuchillo de 23 centímetros, la ropa y las zapatillas manchadas de sangre del autor, además de fotografías de la inspección ocular realizada por los agentes.
Los guardias civiles que acudieron a la casa del matrimonio criptanense se encontraron con el acusado, vendedor de pescado en un supermercado, en la calle (había roto la barandilla de la puerta de acceso del edificio al caer) y una escena más dantesca en el piso familiar. Todos coincidieron, principalmente a preguntas de la fiscal y la acusación particular (también está representada la Junta de Comunidades por ser un caso de violencia de género), en que no había signos de lucha, ni el cadáver había sido manipulado.
En la estancia, de dos ambientes, estaba el cuchillo ensangrentado encima de una mesa, en la que también había dos móviles, y una cadena de oro con una chapa con el nombre del acusado “perfectamente desabrochada”, mientras que en otra mesa auxiliar se hallaba la chaqueta del chándal que vestía Miguel Ángel y en un mueble los papeles de un seguro de decesos.
No conocía las deudas
En la primera parte de la sesión de este martes comparecieron también el hermano de la fallecida y la hermana del acusado.
El hombre narró que mantenía una relación cordial y familiar con la pareja y que desconocía por completo los supuestos problemas económicos de su hermana y su cuñado.
Reconoció que se enteró de las deudas tras suceder los hechos -aunque, al parecer, la víctima había confesado a su madre que no llegaba a fin de mes- y que en el pueblo “se había rumoreado que Miguel Ángel tenía afición al juego”. No dudó en responder que hubiera ayudado a su hermana con algún préstamo de haber conocido dichas dificultades y contó que la última vez -antes de cometer el crimen- que vio a su cuñado “iba conduciendo tranquilo y normal”.
Había matado a Juli
Rosario, la hermana del pescadero, fue la primera en vislumbrar la verdadera dimensión del suceso.
Esta mujer fue la persona elegida por Miguel Ángel para confesar su ataque machista y lo hizo a la hora de comer (los hechos ocurrieron a las 13,30 horas) cuando se encontraba como todos los domingos en casa de sus padres comiendo. “Llamó por teléfono, se puso mi padre y preguntó por mí”, relató. “¿Qué le dijo?”, preguntó la fiscal, “que no abandonara a su hija que en ese momento estaba en casa de sus abuelos, porque no sabía cómo, pero había matado a Juli”, respondió.
Enseguida, junto a su marido, se dirigió a casa de su hermano y lo vio en la calle sangrando rodeado de gente. “Los vecinos pensaban que Juli estaba trabajando (limpiaba en unos salones) pero yo dije que llamaran a la policía porque vi que era verdad lo que me había contado mi hermano y que estaba en su casa muerta”.
Esta testigo tampoco sabía que sus familiares tuvieran problemas de deudas (el acusado declaró que el 1 de febrero concluía el plazo para pagar 4.800 euros a Bankia), si bien reiteró que en las semanas anteriores al ataque violento veía a Miguel Ángel “triste y apagado” pero lo achacaba a sus “dolores de espalda”.