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25 abril 2024
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El terror al oír las llaves en la cerradura

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Mercedes Camacho
“No me estaba matando físicamente, aunque también hubo golpes, pero sí que lo estaba haciendo de otra manera”. “Cuando lo miras te hace que te cagues encima de forma literal. Es algo fisiológico, un terror insuperable”. “Yo trabajaba de camarera y tuve que dejarlo porque me decía que me estaba follando a todos mis clientes”. “Sólo el sonido de las llaves en la puerta de casa cuando entraba ya hacía que me pusiera a temblar”. “El ‘puta’ es una palabra que me sigue volviendo loca a día de hoy”. Estas son algunas de las frases con la que Mónica puede resumir -aunque muy por encima porque han sido 23 años de maltrato- lo que ha sido su vida desde que tenía 14 años y se enamoró del que sería su mayor enemigo, un hombre que, como ella misma reconoce, la hizo desaparecer hasta convertirse “en una marioneta”.

Cuando la sociedad escucha 40, sabe que es la cifra que representa las mujeres que han sido asesinadas por sus parejas o ex parejas en lo que va de este año en España, la última ayer mismo. Pero parece que queda en eso, cifras, números fríos que no reflejan ni de lejos el infierno que viven las víctimas de violencia de género. Son cifras a las que una gran parte de la sociedad parece que se ‘acostumbra’ mientras asiste al constante goteo de víctimas.

Víctimas que tienen un rostro como el de Mónica, una mujer ciudarrealeña que, a sus 39 años, ha vivido 23 en el infierno -“porque no hay mejor forma de definirlo. Lo que vives es dantesco”- pero que con mucha fuerza, y sobre todo por sus hijos de 15 y 7 años, ha conseguido romper el círculo de la violencia y lucha por salir adelante “aunque no es fácil porque te quedan muchas taras que tienes que ir curando”.

El calvario de Mónica, como explica en una entrevista con Lanza, comienza con sólo 14 años cuando se enamora de la persona equivocada “y, pese a saber que tenía problemas, me sentí como su María Auxiliadora aunque no teníamos nada en común. Yo creía que podía salvarle pero él me hundió a mi en el peor de los pozos”.

A partir de ahí comenzaron, cada vez con más frecuencia, las típicas frases con las que los agresores van minando a la que es su pareja: “No sirves para nada, no vales para nada, no eres nadie, sin mí no eres nada… Hasta que llega un día en el que no eres nada realmente”.

“No me estaba matando físicamente, aunque también hubo golpes, pero sí que lo estaba haciendo de otra manera”. “Cuando lo miras te hace que te cagues encima de forma literal. Es algo fisiológico, un terror insuperable”. “Yo trabajaba de camarera y tuve que dejarlo porque me decía que me estaba follando a todos mis clientes”. “Sólo el sonido de las llaves en la puerta de casa cuando entraba ya hacía que me pusiera a temblar”. “El ‘puta’ es una palabra que me sigue volviendo loca a día de hoy”.

Estas son algunas de las frases con la que Mónica puede resumir -aunque muy por encima porque han sido 23 años de maltrato- lo que ha sido su vida desde que tenía 14 años y se enamoró del que sería su mayor enemigo, un hombre que, como ella misma reconoce, la hizo desaparecer hasta convertirse “en una marioneta”.

Y es que Mónica, que no puede evitar llorar durante las dos horas que dura la entrevista, pero con lágrimas que si bien están repletas de dolor también están compuestas de fuerza y coraje, reconoce que la sociedad “no tiene ni idea” de lo que es realmente ser una víctima de violencia de género  ya que “es una pandemia en la que la propia víctima ni siquiera es consciente de que lo es en muchas ocasiones”.

Esta mujer, cuyo juicio se celebró en 2015 y está sentenciado “aunque no tengo aún la resolución definitiva y mi orden de protección acabó en marzo del año pasado”, se dio cuenta muy tarde de lo que estaba sucediendo “porque, como tenía problemas con las drogas, todo lo achacaba a eso. Hasta que no me separé de él cuando nació mi hija y empezamos a ir al psicólogo, no me podía creer que fuera una víctima de violencia de género”.

En este sentido reconoce que “incluso cuando empiezan a demostrártelo tú lo niegas. Sabes que estás viviendo algo que no es normal, aunque normalizas lo anormal, pero no le quieres poner ese nombre porque entonces te estigmatizas con una cosa que no quieres que salga a la luz”.

Y es que cree que la revictimización de la víctima se produce demasiado a menudo por las administraciones, por la justicia y por la sociedad en general.

“Es la vergüenza de la víctima, a la que se estigmatiza y a mi aún me sigue pasando. Me han criticado incluso por contar mi caso para tratar de ayudar a otras mujeres o, por poner otro ejemplo, en el trabajo una persona se refería a mi como ‘la bonificable’ porque soy víctima de violencia de género y se prioriza nuestra contratación para facilitar que comencemos a normalizar nuestra vida, una vida que antes no era tal”.

Afirma que a ella la educaron en su casa para estudiar y ser una mujer libre e independiente, “por lo que yo no podía contarle a nadie lo que estaba viviendo. Entonces entras en el rol y te conviertes en lo que él quiere que
seas: una marioneta en la que no te reconoces. A día de hoy lo veo todo superlejos y ni siquiera me reconozco. A mi me ha pegado y me he puesto de rodillas para decirle por favor no me dejes”.

Mónica, que reconoce que al principio estuvo enamorada de él pero que luego ese amor desaparece y se convierte en dependencia, recuerda millones de momentos duros durante una relación “en la que cada noche te vas a dormir con tu enemigo sin que sepas lo que va a pasar, y en la que sentía terror cuando él llegaba a casa, sólo el sonido de las llaves en la puerta de casa ya hacía que me pusiera a temblar”.

En su caso, la mayoría del maltrato fue psicológico, aunque evidentemente no faltaron golpes, que es más dificil de demostrar y de ver por el entorno, porque la víctima no lo cuenta y no deja marcas externas. Sin embargo, Mónica asegura que es devastador porque son las 24 horas del día. “A veces habría preferido que me pegara porque sé que así se habría cansado y me habría dejado un poco”, confiesa angustiada.

Sin embargo, el terror más fuerte que ha sentido ha sido relacionado con sus hijos y recuerda, por ejemplo, cuando nació su hijo y la perseguía por todos los sitios. “Él no hablaba pero siempre estaba ahí. Por ejemplo íbamos a los columpios y se sentaba en un banco detrás de mi a mirarme. No me hacía nada ni me insultaba, que es lo que mucha gente no entiende, tan solo se reía si lo miraba porque lo que pretendía es que siguiera aterrorizada por su presión. Son años de sentirme perseguida hasta el punto de que dejé de salir a la calle”.

Cuando empezó a salir de nuevo, en una de sus separaciones, el terror que ha presidido 23 años de su vida seguía presente: “Yo iba con mi cochecito y me salieron callos en las manos de coger con fuerza el coche para que no se llevara a mi hijo”.

Explica que hay varias fases en el maltrato desde la agresión hasta el perdón en la fase denominada “luna de miel”, en la que la víctima perdona y hasta se culpabiliza de haber provocado lo que ha pasado. “Con el tiempo llega un punto en el que vives todas las fases en un mismo día, de forma que es un tiovivo emocional que te agota y acaba contigo”.

Cuando echa la vista atrás, asegura que llegó a temer por su vida en determinados momentos “y con determinadas miradas, aunque eso tampoco lo entiende mucha gente. Pero tú lo conoces perfectamente y sabes que con esa mirada te está matando. Si no mató físicamente, sí que lo ha estado haciendo de otra manera”.

Su hijo, el clic inicial

Sin embargo, la pesadilla comenzó su final precisamente gracias a sus hijos, que fueron el “clic” que le hicieron dar el paso, especialmente su hijo mayor que fue el primero que le dejó una nota en la mesa con el teléfono 016 y que, cuando volvió con su agresor la última vez, le dijo “estáis incumpliendo la orden de alejamiento, te voy a denunciar mamá porque no consiento esto más”. En ese momento, afirma, “me di cuenta de que ninguno nos merecíamos la vida que habíamos tenido y sé que, aunque sola, voy a salir adelante”.

Y Mónica está demostrando una fortaleza impresionante, aunque ella indica que “no soy especial, si yo puedo salir de esto cualquier otra víctima también puede hacerlo”.

No obstante esta mujer, que considera que nadie está libre de ser una víctima “porque no hay ningún perfil para ser una mujer maltratada sino que es un proceso lentísimo que te va minando poco a poco”, reconoce que no es fácil el camino de salida porque “lo que haces es exponerte completamente ante la policía, el juzgado, la sociedad…  Es horrible, espantoso. Pero con ayuda psicológica, que en mi caso fue fundamental tanto la de Pilar en el juzgado como la de Julio en el Centro de la Mujer, es posible”.

Por eso, también aprovecha para reclamar más apoyo para las víctimas “fundamentalmente una persona que te acompañe cuando desfalleces, porque los juicios, las denuncias, las declaraciones… Se producen cuando tú te sientes chiquitita.

Y que cuando digas ‘no puedo más’ te diga ‘claro que puedes, y vamos a hacerlo’ porque lo necesitamos muchas veces”. “Te sientes desprotegida en muchos momentos y la única ayuda real que tengo es la psicológica” agrega.

Una vida por delante

Ahora, aunque sigue teniendo miedo, Mónica por fin ve un futuro bonito por delante. “He conseguido trabajo y cuando me miro al espejo me reconozco todas las mañanas. Vuelvo a ser yo, aquella niña de 14 años que era inmensamente feliz aunque casi con 40, una edad que me gusta mucho más porque tengo una madurez que no tenía. Veo la vida maravillosa porque estoy tranquila y del dolor he aprendido”.

En este sentido insiste, “se puede salir de todo esto, cuesta muchísimo pero se puede”, por lo que anima a las víctimas a que llamen al 016, “que no aparece en el teléfono porque estas personas te registran hasta el alma”, porque desde allí las irán guiando e iniciarán el camino hacia una nueva vida “en la que no se pueden imaginar lo que es levantarse una mañana y no tener que dar explicaciones de por qué te has pintado el ojo. Que te puedes poner una falda, salir a la calle y saludar a las personas, porque no pasa nada. No tienen por qué estar aguantando ese sonido de las llaves en la puerta de casa cuando entra. Les diría que hay vida, por eso deben dar el paso: Merecemos vivir”.

Además, recuerda que la mujer es siempre la que tiene la última palabra sobre si quiere denunciar o no, “aunque yo animo a que lo haga porque entonces se inicia un protocolo que las hará sentirse más protegidas”.

Mucha suerte Mónica. Y a todas las víctimas que tienen que saber que no están solas.

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