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Medio Ambiente

Esquinas, activista del consumo comprometido: “La alimentación se ha convertido en un negocio”

“El hambre es la mayor amenaza para la paz, y los grandes movimientos sociales tienen como base la población desnutrida”, denuncia

José Esquina con el libro ‘Rumbo al ecocidio. Cómo frenar la amenaza a nuestra supervivencia’ / Lanza
José Esquina con el libro ‘Rumbo al ecocidio. Cómo frenar la amenaza a nuestra supervivencia’ / Lanza
Julia Yébenes / CIUDAD REAL
El ingeniero, investigador y profesor ciudarrealeño, que trabajó 30 años en la FAO, analiza en el libro ‘Rumbo al ecocidio. Cómo frenar la amenaza a nuestra supervivencia’ la degradación del escenario climático

Consumir como un acto político. Transformar pacíficamente el carro de la compra en un carro de combate. Recuperar el carácter ‘sacrosanto’ de alimentos básicos como el pan. O comprar la comida necesaria procedente de cadenas cortas. Son los mensajes radicales (desde la raíz) que el científico José Esquinas (Ciudad Real, 1945) proclama desde hace décadas para lograr la transformación de los procesos productivos y la preservación de los ecosistemas locales. Está en juego el futuro del ser humano en la tierra, asegura, y es necesaria una ‘revolución’ personal y colectiva.

Son propuestas que conforman, negro sobre blanco, la esencia del libro ‘Rumbo al ecocidio. Cómo frenar la amenaza a nuestra supervivencia’ (Espasa, 2023), que ha escrito el ingeniero agrónomo e investigador ciudarrealeño, en colaboración con la reportera Mónica García Prieto. A lo largo de casi 300 páginas, Esquinas analiza la “funesta” deriva de los recursos naturales -tierra, agua, aire, diversidad biológica y energía-. Están cada vez más despojados y mercantilizados por los sistemas de producción en intensivo, señala, y sigue profundizando una de las contradicciones más incomprensibles de la humanidad: la “vergüenza del hambre”, por un lado, y “la sobreabundancia de alimentos”, por otro.

¿Y qué falla en un sistema agroalimentario que produce el 60 % más de lo necesario para alimentar a la humanidad entera, y que, sin embargo, no cubre las necesidades de 832 millones de hambrientos y es responsable de casi el 30 % de los gases de efecto invernadero y de la pérdida de más del 90 % de la biodiversidad agrícola?, se pregunta en la publicación quien ha trabajado durante 30 años en la Organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

Alimentos frescos / archivo
Esquinas critica el desperdicio alimentario / Archivo

Se trata de un enfoque apriorístico en el que Esquinas no sólo escudriña las causas y los efectos, sino que, además, da soluciones a través de su rico testimonio de vida, plagado de gráficas anécdotas. El ingeniero ciudarrealeño ve el libro, que dedica a su hija y a la generación del siglo XXI “para que nunca se rindan”, como una oportunidad para que los ciudadanos se sumen de manera activa al desafío de los pequeños gestos, los particulares, esos que no son vanos y que logran convertir los sueños en realidades. La lucha “por los ideales nobles, la ética y los valores, a su juicio, nunca son estériles y hoy son imprescindibles para que la humanidad tenga un futuro”, argumenta.

El volumen, en conjunto, “divulgativo pero sin perder el rigor científico”, reúne la cosmovisión de Esquinas sobre el incierto destino de un mundo que favorece el cambio climático con “un sistema económico que aumenta las desigualdades, confunde desarrollo con crecimiento, esquilma y privatiza los recursos naturales limitados del planeta y rompe los equilibrios ecológicos y ciclos naturales”.

Es una realidad que el ciudarrealeño condena con rotundidad porque “está condenando a las generaciones futuras”. “Les estamos robando” su propio bienestar con la destrucción de unos recursos naturales “que no nos pertenecen y los tenemos en préstamo de nuestros nietos”.

El hambre

La erradicación del hambre es uno de los frentes que Esquinas mantiene vivo en su labor científica y divulgativa, y que ocupa buena parte del libro (varios capítulos). Por ahora, es insalvable, por falta de voluntad política y “el doble rasero” de muchos países en las prioridades del planeta. “No es un problema de producción” porque “los alimentos están en el mercado”. La quiebra está, advierte, en que “no llegan a quien deben”, mientras que un tercio de la producción mundial (1.300 millones de toneladas métricas) se desperdicia y se tira a la basura cada año”.

La FAO, según recuerda, no ha conseguido en los casi 80 años de su historia el objetivo de hambre cero por falta de voluntad política y financiación: “el presupuesto ordinario de la organización de dos años equivale a lo que Estados Unidos y Canadá gastan en comida para gatos y perros en una semana”. 

Esquinas recibe el Premio internacional de FAO/ONU por su trayectoria personal en la lucha contra el hambre. / Lanza
Esquinas recibe el Premio internacional de FAO/ONU por su trayectoria personal en la lucha contra el hambre / Lanza

Esquinas va más allá y tira de una triste experiencia vivida hace 46 años para ilustrar una escena todavía con vigencia en la actualidad. Fue en 1977 en un restaurante de la capital de Guatemala cuando “estaba cenando pollo asado con otras personas, y me percaté de que dos niñitos, de entre 7 y 9 años, miraban desde fuera del local e intentaban pasar. El dueño les impedía el acceso a gritos, pero consiguieron entrar y acercarse a nosotros para pedirnos los huesos pelados. Los invité a sentarse a la mesa, y el restaurador dijo que no podía ser porque eran indios, pero ante mi amenaza de que nos iríamos sin pagar, consintió a regañadientes. Mientras comían pollo -probablemente sería la primera vez que lo hacían sentados- le pregunté al mayor por lo que quería ser de mayor, y me respondió que limpiabotas como su tío. ¿Por qué?, le pregunte, pues “porque come casi todos los días, me respondió”.

Fue un hecho que le produjo una conmoción “profunda”, pero que es espejo de situaciones que ocurren hoy en día entre los más de 800 millones de personas hambrientas, la “verdadera pandemia”. El fenómeno provoca 17 millones de muertes al año, 35.000 al día, es decir, cinco veces más que la cifra de fallecidos por Covid.

José Esquinas en una cumbre sobre pueblos indígenas en su etapa en la FAO / Lanza
José Esquinas en una cumbre sobre pueblos indígenas en su etapa en la FAO / Lanza

“El problema es que el hambre no es contagiosa”, pero “sí sumamente peligrosa”, advierte el experto en germoplasmas. Explica que la falta de seguridad alimentaria en los puntos calientes de las crisis alimentarias implica déficit de seguridad en el mundo, y se manifiesta en los fenómenos de la inmigración ilegal y la violencia internacional. 

“El hambre es la mayor amenaza para la paz, y los grandes movimientos sociales tienen como base la población desnutrida”. Por ello, el investigador lamenta la falta de voluntad de los gobiernos más poderosos, a la hora de facilitar el acceso a los alimentos entre los pueblos más paupérrimos. “Es contradictorio, sostiene, que se produzca comida suficiente y de calidad para todo el planeta y que cada día mueran por hambre miles de personas”.

Externalidades

Esquinas también analiza en el libro otro factor negativo como es la “engañosa” valorización del sistema agroalimentario en términos macroeconómicos (aportación al PIB), frente a la que debería ser una medición de corte más social y medioambiental y por tanto, “más real, justa y sostenible”.

Afortunadamente, celebra, hay países como Bután que han reaccionado y miden la calidad de vida con el indicador de Felicidad Interna Bruta (FIB). También Nueva Zelanda aplica el Índice de Bienestar, y otros países como Australia diversos tipos de índice de progreso.

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Este extremo está relacionado, explica Esquinas, con el fenómeno de la “uniformización” de la producción de alimentos registrada en el siglo XX con la monopolización de los procesos productivos y la consiguiente pérdida “de diversidad biológica, de culturas, lenguas y políticas”.

Son modelos que llevan aparejada la contaminación, consideradas externalidades por los economistas, tanto por los propios procesos de la industria productiva como por los usos de los agroquímicos, que llegan a intoxicar acuíferos y tierras. Igualmente, la transformación y transporte de los alimentos entre puntos que están a miles de kilómetros de distancia provocan la emisión del 29% de todos los gases de efecto invernadero, que son los responsables del cambio climático.

“No es ético que un buen porcentaje de los alimentos que llegan a España hayan recorrido entre 3.000 y 4.000 kilómetros, como son los casos del cordero desde Nueva Zelanda, los cereales desde Ucrania y la soja desde Brasil y EEUU”.

Es una deriva con una causa principal, para el ingeniero, como es la mercantilización de la alimentación, convertida en “un negocio sin más”.

Son desnaturalizaciones que, para el científico ciudarrealeño, hay que revertir en la nueva centuria -“el siglo XXI será el siglo de la diversidad o no será”- para recuperar la relación primigenia del hombre con la tierra.

“El ser humano colectó, domesticó las plantas y cultivó semillas locales hasta el siglo XVIII, cuando la revolución industrial abrió el camino hacia la pérdida de la riqueza varietal por las exigencias de alimentar a las ciudades”, explica. El siglo XX fue el escenario del asentamiento de las grandes industrias de producción intensiva, con sistemas basados en el monocultivo, el uso de insecticidas o herbicidas y la explotación de los vegetales más productivos, frente a la pérdida del 93% de éstos.

El científico con su publicación / Lanza
El científico con su publicación / Lanza

“El ser humano ha utilizado de 8.000 a 10.000 especies distintas a lo largo de su historia, según la FAO, rememora Esquinas, mientras que en actual siglo XXI no utilizamos más de 150 comercialmente, de las cuales el trigo, el arroz, el maíz y la patata contribuyen en más del 60% a la alimentación calórica humana”.

El ingeniero ciudarrealeño, proveniente de una saga de agricultores, evoca, en esta línea, la costumbre antigua entre las familias de guardar las semillas de frutas y herbáceos, una práctica que él mismo analizó a finales de los años 60 en su tesis doctoral dedicada a las variedades de melón en toda España. “Recolecté 380, que están en el banco nacional de germoplasma, frente la decena que hay ahora”. Incluso una de las plantas más resistentes a enfermedades que el entonces doctorando clasificó, proveniente de la comarca de las Urdes en Extremadura, forma parte del catálogo de semillas que preserva y distribuye la Universidad de Texas (EEUU).

La diversidad vegetal, resume el investigador, garantiza el cerco a enfermedades y la reducción de pérdidas ante ataques a las producciones. Frente a esta riqueza “se ha impuesto la homogeneidad de las variedades, uniformes y estables, que “favorecen los intereses de las grandes multinacionales”.

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El ciudarrealeño con una tribu cerca del Lago Victoria / Lanza

Soluciones

Ante este escenario tan negro, Esquinas propone soluciones y apela a las conciencias y a los hábitos de consumo de alimentos de las personas. La suma de pequeños gestos contribuirá, insiste, a frenar el tren del planeta en proceso de descarrilamiento.

Así, más allá de reducir la dependencia a las producciones internacionales por parte de los estados, insta a los consumidores a apostar por alimentos de cercanía, procedentes de la agroecología a menor escala, que además son preservadores del entorno y garantizan la estabilización de la población.

¿Pero estas prácticas serán suficientes para alimentar el mundo y frenar el cambio climático?

La respuesta es paradójica: el 78% de los alimentos consumidos en el mundo proceden de agricultura familiar, según un estudio de la FAO de 2014, dado que las grandes compañías producen lo que más demanda la sociedad de consumo, aunque luego acabe en la basura..

Precio y valor

En esta línea, Esquinas también desmonta en el libro “otra falacia” como es el coste más caro de los productos ecológicos. “A cada euro que gastas en el súper de marcas de la agroindustria, hay que sumar otros dos euros para paliar los efectos negativos al medio ambiente y la salud humana”. Por tanto, “el coste real es de 3 euros”, lo que significaría “una subvención oculta a la agroindustria”.

“No es lo mismo valor que precio”, concreta quien apuesta por “internalizar las externalidades”, es decir, valorar “el uso de los recursos que tenemos en préstamo de nuestros descendientes y que utilizamos de forma abusiva e irresponsable”.

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Consumir es un acto político, dice el ingeniero ciudarrealeño / Elena Rosa/ Archivo

¿Qué podemos hacer?

En este punto, Esquinas apela a la conciencia personal a la hora de responder a la pregunta de ¿qué podemos hacer nosotros?

“Consumir es un acto político que tiene implicaciones de tipo socioeconómico y medioambiental”, sostiene, dado que al comprar “un alimento u otro incentivas o desincentivas determinados sistemas de producción”.

Aquí es donde llega la hora de “transformar nuestro carro de la compra en un carro de combate”, como agentes de influencia a la hora de adquirir “lo necesario y procedente de la agricultura local y estacional”.

“Tenemos que hacer nuestra parte, como el colibrí que echa gotitas de agua para apagar el fuego, y actuar como mosquitos”, agrega antes de activar a los reticentes: “quienes dicen que no puede hacer nada por el escaso impacto en la sociedad, es que no han dormido con un mosquito en su habitación”. Es más, “hay que molestar más, y ser moscas cojoneras”.

Son opciones que calladamente marcan “con fuerza” la muesca de la influencia colectiva “en las decisiones políticas” y son coincidentes con la filosofía que Carlo Petrini, presidente internacional de la plataforma ‘Slow Food’, recoge en su libro ‘Bueno, limpio, justo’. “Los alimentos han de ser buenos, al tener altas características organolépticas y nutritivas para el ser humano; limpios, en base a una producción más sostenible y menos residual, y justos, si no previenen de explotación en el trabajo ni de salarios de esclavo”.

Es una actitud que permitirá, según el autor de ‘Rumbo al ecocidio’ “pasar de súbditos a ciudadanos del mundo”.

Inspiradores de estas experiencias son, indica Esquinas, Martin Luther King, el activista negro que terminó con la segregación racial; Mahatma Gandhi, uno de los impulsores del movimiento de la no violencia e impulsor de la independencia de la India; o el propio Nelson Mandela, que terminó con el apartheid en África. Más cercanos están, comenta Esquinas, José Mújica, el expresidente uruguayo que promovió la paz en el país, o la activista sueca Greta Thunberg, que ha movilizado a los jóvenes en la lucha contra el calentamiento global.

“Muchos han tenido una actitud revolucionaria, e incluso algunos han estado en la cárcel, pero son ejemplos de cómo se pueden conseguir objetivos que parecen inalcanzables”, esgrime quien opina que “la desobediencia pacífica que puede acelerar cambios radicales necesarios”. Es una posición “que no es de izquierdas ni de derechas”, sino “cuestión de supervivencia y de evitar el ecocidio”.

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El objetivo es preservar el planeta para el bienestar de los futuros habitantes / Clara Manzano

Defensor de las generaciones futuras

Como colofón a esta posición proactiva, Esquinas ve necesaria -tal y como recoge en el libro- una figura ya presente en muchos territorios, como es el defensor de las generaciones futuras en los parlamentos. Se trata de una entidad jurídica (persona o comité) que “habla en nombre de los que no han nacido”, actualmente olvidados porque “no consumen ni votan”.

Igualmente, Esquinas anima a los países occidentales a ejercer “el egoísmo inteligente” para “cuidar de esa barca con agujeros que es la tierra”, aprovechando todas las sinergias a su alcance.

“Es imprescindible diseñar un cambio a todos los niveles, desde los estados, a las personas como consumidores”, para así poder modificar “las prioridades en el planeta”.

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 Maite Guerrero
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