Playa, gente joven, camping, verano y música, los mejores djs del panorama internacional iban a estar allí. Al cóctel que propuso el Medusa Festival fue difícil resistirse o si no que se lo digan a la veintena de chavales de entre 20 y 24 años que acudieron a Cullera desde Piedrabuena.
“No soy muy fan de la música electrónica, pero a mis amigos les hacía mucha ilusión, decían que era un cartelazo, con los mejores djs y cantantes de música electrónica y reggaetón”. Roberto Álvaro cerró su barbería y se plantó el pasado jueves en su primer festival, que prometía ser memorable.
Nadie podía prever lo sucedido. Un joven de 22 años, de Daimiel, murió y otras 40 personas resultaron heridas de diversa consideración tras derrumbarse en la madrugada del sábado parte del escenario del festival a consecuencia de una fuerte ráfaga de viento, lo que la Aemet denominó un “reventón cálido”.
Tranquilo en casa, Roberto no quiere ni oír hablar de festivales. “Fue mi primer festival, pero al Medusa no vuelvo. El Medusa va a ser el último y para ir a otro tienen que pasar muchos años. La mayoría de mis amigos dicen lo mismo”, confiesa a Lanza en una entrevista.
En el camping eran como “hormigas”, todos apretados
El suceso meteorológico fue imprevisible, pero desde el comienzo la excesiva cantidad de gente amenazó con aguar la fiesta. “Dicen que esperaban 300.000 personas, pero al llegar al camping lo cierto es que estaba abarrotado, éramos como hormigas y nos chocábamos unos con otros en las tiendas”, cuenta Roberto. Había gente que tenía las entradas desde antes de la pandemia.
Las duchas privadas se quedaron en una promesa. El piedrabuenero señala que la noche de antes recibieron un mail donde la organización informaba de que no habría y al llegar se encontraron con que las duchas públicas, “unos chorros”, tenían horario, y eso pese al calor y a la humedad de Valencia por estas fechas.
Con los precios que aceptaron esperaban mejores instalaciones. Roberto pagó los 110 euros del abono del festival, más 80 euros del camping, 30 euros para entrar y salir, 3 euros por un vaso de plástico reutilizable, 100 euros para comer y beber dentro del festival, y 18 euros para hacer botellón dentro del camping (no se podía entrar bebida).
“Mirad chicos, el escenario se ha roto”
El jueves, la ‘party’ estuvo muy bien, pero el viernes, a las ocho de la tarde, justo cuando abrían el recinto del festival al completo, “el control se empezó a ir de las manos, había mucho tumulto y colas larguísimas”. Actuaba Steve Aoki, un dj estadounidense de origen japonés y todo el mundo quería pasar al mismo tiempo.
Media hora después ocurrió algo que parecía ser premonitorio. “Justo cuando comenzó a tocar Steve Aoki se desprendió parte del gorro de la carátula del escenario Circus of Madness. Yo me di cuenta y dije: Mirad chicos, el escenario se ha roto”, cuenta a este medio Roberto Álvaro.
La fiesta siguió de bote en bote y Roberto decidió a las dos y media de la madrugada irse al camping con algunos de sus amigos, porque hasta las 6 no les interesaba ningún grupo. El botellón, la fiesta, el ambiente seguía en cada rincón del festival, también en la era que tenían como camping.
Cuarenta grados y viento a 82 kilómetros por hora
Entonces vino el caos. “Cayeron unas gotas de agua y de repente subió mucho la temperatura, quemaba el aire. Salí de la tienda de campaña porque pensaba que había un incendio, porque de un momento a otro habíamos pasado a 40 grados. Y entonces vi que el viento arrancaba nuestro toldo, que las tiendas salían volando y las vallas también”, cuenta.
La Agencia Estatal de Meteorología ha explicado que un reventón es una corriente de aire que desciende a gran velocidad desde la troposfera y, al llegar a la superficie, origina rachas fuertes de viento. En esa madrugada se superaron los 40 grados y hubo rachas de viento de hasta 82 kilómetros por hora.
La gente gritaba, sujetaban las vallas, las tiendas, “estábamos como locos, porque no sabíamos qué estaba pasando, era muy raro”, cuenta Roberto. Duró unos 15 minutos y justo cuando se hizo el silencio sonó una ambulancia. Algunos de sus amigos seguían dentro del festival, pero a ninguno les pasó nada.
“Ellos vieron como se caía el escenario y salieron corriendo”, señala Roberto. En medio de la confusión no recuerdan si salieron por las puertas de emergencia, “se hicieron hueco como podían”. Por suerte enseguida respondieron a las llamadas de sus amigos, preocupados por el sonido de las sirenas, y se reunieron con ellos en el camping.
La espera
Después solo les quedó esperar. Estaban en el ojo del huracán, pero durante horas no supieron a ciencia cierta lo que había pasado. Con la red colapsada apenas podían acceder a Internet para informarse. A las cinco recibieron botellas de agua, en palabras del piedrabuenero, “lo único que hicieron por la gente que seguíamos en las tiendas”.
Con el miedo en el cuerpo, rodeados de gente joven “muy afectada” por lo que había ocurrido, los chavales tuvieron que esperar hasta la mañana siguiente para volver a casa. “En un principio nos retuvieron y después la gente de la organización prácticamente desapareció, solo quedaba una persona en la entrada del festival y otra en el camping”, admite.
Fue un segurata el que les dijo a las doce del mediodía que recogieran, “que el festival no se iba a celebrar y que tendrían que reclamar posteriormente”. A día de hoy todavía no saben cómo se tramitarán las devoluciones y todavía tienen el susto en el cuerpo.