“En la plaza de mi pueblo dijo el jornalero al amo, nuestros hijos nacerán con el puño levantado”. En mitad de la contienda nació entre ideas de libertad en una España que se sumía en la oscuridad. Germinal Espartero García-Villaraco, conocido la mayor parte de su vida como Antonio, lleva por nombre uno de los meses del calendario republicano francés, propuesto durante la Revolución Francesa. Nacido en Torralba de Calatrava en una familia con firmes ideales de izquierda, Germinal canturrea la canción popular mientras observa la inmensa losa que cubre la fosa común de las personas represaliadas por el Franquismo en el cementerio de Ciudad Real.
Una gran placa de granito en la tapia reza “Más temprano que tarde se abrirán grandes alamedas, donde pasarán los hombres libres para construir una sociedad más justa y mejor”. Allí están los restos mortales de su abuelo, Silvestre Fernández Espartero, ahorcado con 60 años en el seminario de Ciudad Real a los pocos días de que los sublevados tomaran el control en la provincia. Fue el primer represaliado enterrado en el cementerio de la capital tras la guerra. Germinal cuenta que el 1 de abril de 1939 “los franquistas cogieron a mi abuelo le pegaron una paliza y lo pasearon montado en burro por todo el pueblo como escarnio”.

Su padre, Vidal Espartero, representante de la CNT en Torralba de Calatrava, no corrió mejor suerte. “Ellos tenían sus ideas, las defendieron y pagaron con la muerte”, explica Germinal. Al terminar la guerra su padre fue capturado cuando huía hacia Alicante, estuvo un tiempo en un campo de prisioneros en Barajas del que consiguió salir, pero finalmente fue delatado por una persona de su pueblo. Así fue como los huesos de Vidal acabaron en el cementerio de Carabanchel: dejó a un hijo de 6 años al que abandonó cuando apenas tenía unos meses. “Esta postal te dedico en el día de tu santo, este que te quiere tanto y que te dejó tan chico. Vive alegre en el calor de tu abuelita, que un día veré tu cara bonita y las flores te ofrezcan amor paterno que desconoces ahora”. Germinal lee la felicitación que le envió su padre desde la cárcel el día de su cumpleaños.
De su padre no recuerda casi nada, pues en toda su vida solo lo vio “dos o tres veces en la cárcel”. Cuenta Germinal que el Día de la Virgen de la Merced dejaban entrar a las familias para ver a los presos. Cuando llegaban, uno de los prisioneros los cogía en brazos y los llevaba a un patio donde comían en platos de aluminio y con una sola cuchara por familia. El día previo al fusilamiento, su tía lo llevó a la cárcel, y recuerda a su padre vestido con un mono azul y una larga mirada. Tenía 34 años. Esta mujer, “que se ganó la vida cosiendo para los señoritos que habían dado el golpe de Estado”, fue la que consiguió que el cadáver de su padre no acabara en la fosa común, con las otras 33 personas que fusilaron.
El día que colocó los huesos de su padre

Su padre y su abuelo fueron asesinados, y tres tías pasaron por la cárcel. La historia de la familia de Germinal resume a la perfección todo el horror producido por la represión franquista. Solo hay que escuchar como relata Germinal el día que colocó los huesos de su padre en un nuevo ataúd, cinco años después del fusilamiento y con tan solo once años, para que el vello se ponga de punta. “Recuerdo que hacía un día como las películas de miedo, no se veía nada de la niebla que había, y cada vez que sacaban un cuerpo, la gente empezaba a decir, éste es mi padre, mi abuelo o mi tío, allí había médicos, abogados y mucha gente corriente”, relata. Hoy, en la misma losa que yacen los restos de su padre, aparece el nombre de su madre Rogelia, que murió con 28 años a los 15 días de nacer él por insuficiencia renal. Sus restos mortales desaparecieron en medio del caos de la guerra.
Recién llegado a Ciudad Real, donde su abuela decidió asentarse para ayudar a sus hijas que estaban en la cárcel, Germinal dice que después de todo tuvo “una niñez estupenda”. Recuerda los pellizcos de su abuela y también que en la víspera del Día de Reyes iba de la mano a pedir a las tiendas “zapaticos y muñecos recortables”. Luego los ponía encima de la mesa del comedor y esperaba con ansias disfrutar del dulce y el juego al día siguiente. Con una enorme estima habla Germinal de la madre de su padre, aquella mujer que le sacó adelante sin nada. “Cuando murió mi madre, compraron una cabra para mantenerme, pero al ganar la guerra los sublevados se la quitaron, por lo que una vecina recién parida me amamantó unos días”, cuenta Germinal, que con apenas 12 años medía 1,20 y tenía una barriga hinchada que compara con la de los niños de la guerra de Biafra, llena de forúnculos.
Sin dejarse llevar por sentimientos de revancha

Con los años, formar parte de los “apartados del mundo” se asimiló “mal” reconoce Germinal, que recuerda las veces que iba al cementerio de Ciudad Real con dos mujeres de Malagón y un compañero suyo a hacer montones de tierra, “para que se viera donde creíamos que estaba nuestra gente”. Si trataba de dar visibilidad en la juventud a sus muertos en pleno régimen, cómo no iba a comprometerse hoy en Mapas de Memoria. Este hombre de convicciones de izquierdas y “libre pensar”, que nunca ha tenido carné de un partido político, destaca la importancia de “dar dignidad a esta gente que, equivocados o no, lucharon por sus ideas, por lo que sentían”. Para él, existe una cosa clara: “mientras que unos siempre han estado expuestos en las iglesias con nombres y apellidos, otros han sido masacrados y olvidados”.
Lejos de dejarse llevar por un sentimiento de revancha o sucumbir ante la desgracia, Germinal fue botones, mecanógrafo, delineante, operador de cine por afición, aprendió a leer, fue jefe de obra en Madrid, se casó y tuvo tres hijos. Ahora defiende la concordia, escucha zarzuela y flamenco, lee lo que cae en sus manos y escribe novelillas. Cuando llegó la democracia, el ciudarrealeño la admitió “tal y como era”. Siempre ha votado, “porque era un derecho que nos quitaron”, aunque con cierto desasosiego, admite que siempre creyó que “la democracia era una cosa distinta”, y se emociona. “Yo soy hijo de un obrero, nieto de un obrero y seré obrero toda mi vida”, concluye este hombre que siempre creyó que “la verdadera democracia” traería el fin de las desigualdades sociales y más cultura para el pueblo.