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Guía para buscar los 350 volcanes calatravos sin perderse en el intento

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Entorno volcánico en Poblete, en el corazón del Campo de Calatrava / Clara Manzano
Noemí Velasco / CIUDAD REAL
Con una superficie de 5.000 kilómetros cuadrados, el Campo de Calatrava es la región con más actividad volcánica de toda la Península Ibérica. La última erupción fue hace 6.500 años en el Columba, que en la actualidad recuerda a las formaciones de la Calzada de los Gigantes de Irlanda. Los volcanes hidromagmáticos fueron "los más destructivos", pues provocaron liberaciones súbitas de energía similares a una bomba nuclear y dieron lugar a la mayor concentración de lagunas de origen volcánico de Europa Continental. El tiempo ha convertido cráteres en montañas, pero de comprobarse que el gas que aflora a la superficie a través de hervideros, fuentes de agua agria y géiseres es reciente, "querría decir que la superficie de Ciudad Real está conectada al manto de la Tierra a traves de fracturas profundas", por las que podría subir el magma en un futuro, dice el geógrafo Rafael Gosálvez

Los campos de trigo brotan en los negrizales, los flamencos retozan en las lagunas, montones de roca coronan las sierras y los mapas están plagados de cerros morenos y peñas pardas. Trescientos cincuenta volcanes motean el Campo de Calatrava, la mayor área volcánica de la Península Ibérica. Allí han estado siempre, donde han moldeado el paisaje y sus gentes, que durante siglos han sembrado pastos encima de las antiguas coladas de lava, han recorrido castillejos formados de escorias, han contemplado como las hoyas de los montes se llenaban de agua en tiempo de lluvia y han puesto nombres a los volcanes sin saber que hace varios miles de años esta tierra escupió fuego.

Recién llegado de La Palma, donde ha realizado trabajo de campo a 1.200 metros del cráter del Cumbre Vieja, Rafael Gosálvez descubre los secretos de esta área volcánica dormida, pero todavía activa, que hubo una época que experimentó erupciones muy parecidas a la que hoy sufre la isla canaria. Fueron en una superficie de 5.000 kilómetros cuadrados, delimitada por el conjunto de volcanes de las Navas de Malagón al norte, el volcán del Alhorín en Solana del Pino al sur, la Mesnera de Moral de Calatrava al este y los Castillejos de La Bienvenida en el Valle de Alcudia al oeste.

“Estamos hablando de que 45 pueblos, casi la mitad de la provincia, tienen volcanes”. El profesor de geografía física en la UCLM y miembro del grupo de investigación Geovol destaca que el Campo de Calatrava no tiene nada que ver con los volcanes desperdigados en Girona, Murcia, Cabo de Gata, Valencia e incluso Albacete, sino que es un lugar único donde observar “dinámicas muy variadas, desde hawaianas a estrombolianas e hidromagmáticas”. Puede que la erosión y la acción del ser humano hayan marcado el paisaje, donde la vegetación esconde las tierras de lava y no existen cráteres, pero los vestigios de la actividad volcánica son más que evidentes.

La mayoría tienen 2 o 3 millones de años, pero la última erupción fue hace 6.500 en el Columba

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Rafael Gosálvez, geógrafo de la UCLM y director de Geovol / Clara Manzano

Con 7,5 millones de años, el volcán más antiguo es el Morrón de Villamayor de Calatrava, declarado este 2021 monumento natural, aparte de lugar de interés geológico y geositio internacional. La erupción más joven fue la del volcán Columba, entre Calzada y Granátula de Calatrava, donde “la datación a partir de paleosuelo fosilizado por depósitos hidromagmáticos arrojó un valor de 6.500 años”. En ese espacio infinito de tiempo, el Campo de Calatrava ha registrado “momentos de actividad y de calma”, como ocurre en las Canarias, aunque el grueso de los volcanes surgió “hace unos 2 o 3 millones de años”.

Hasta el volcán de Cerro Gordo, el único visitable que existe en la provincia, hay que ir para contemplar la formación del cono de piroclastos, aunque el volcán Columba es perfecto para ver la dimensión y la estructura interior de la colada, por el corte que hicieron al construir la presa de la Vega del Jabalón. Gosálvez explica que es un lugar que recuerda a la Calzada de los Gigantes de Irlanda, un paraje muy icónico dentro del mundo de los volcanes. En el Columba, a través del corte vertical, “se ven muy bien las columnas con forma de prisma pentagonal o hexagonal y los sillares” formados por el enfriamiento de la lava. En el país anglosajón, por la erosión producida por el viento y el agua, estos prismas han brotado en la superficie, como si fueran un panel de abejas, y da la sensación de que son baldosas por las que andaban titanes.

Tres tipos de erupción: estrombolianas, hawaianas y hidromagmáticas

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Volcán de Cabezo del Rey en el mirador de los maares de Poblete / Clara Manzano

En el Campo de Calatrava, la mitad de los volcanes, unos aislados y otros agrupados, son como los de La Palma, “fruto de erupciones de tipo hawaiano con gran emisión de coladas de lava y dinámicas de tipo estromboliano”. Según explica el profesor, “se llaman así porque nos fijamos en los volcanes de Hawái y en Estrómboli, la isla italiana”. El resto son resultado de explosiones hidromagmáticas, y han dado lugar a 65 lagunas temporales alojadas en sus cráteres o maares. “Se trata de la mayor concentración de lagunas de origen volcánico de toda Europa Continental”, destaca Rafael Gosálvez.

A diferencia del volcán de La Palma, los maares se forman cuando el magma se encuentra con agua freática en su ascenso a la superficie. Gosálvez explica que “la reacción es similar a la de una sartén con aceite hirviendo cuando echamos una empanadilla congelada”. A escala geológica, “el magma genera una liberación súbita de energía equivalente a una bomba nuclear, como las de Hiroshima y Nagasaki, de 8 kilotones”. Pese a las apacibles estampas que han creado, como la de la laguna de la Inesperada de Pozuelo de Calatrava, donde hay una gran afluencia de aves migratorias, Gosálvez advierte que “son los volcanes más destructivos que han existido en el Campo de Calatrava”. Y no solo producen interés por parte de geógrafos manchegos, sino que en los últimos años han atraído a investigadores procedentes de todo el mundo, desde México, a Perú, Italia o el País Vasco.

En busca de las huellas de la actividad volcánica en el paisaje

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Rafael Gosálvez en uno de los laboratorios de geografía física en el campus de Ciudad Real / Clara Manzano (Archivo)

Para cualquiera dispuesto a ponerse al volante o coger garrote en mano en busca de volcanes, lo cierto es que “con un poco de entrenamiento” la misión será fácil. En primer lugar, Rafael Gosálvez señala que “si te encuentras en el cuadrante de 5.000 kilómetros un cerro cubierto en su mayor parte de pastos o cultivos de cereal con tierras de color oscuro, con un 80 o un 90 por ciento de probabilidad será de origen volcánico”. Pero es que, además, “si vas por una sierra y te encuentras un agujero de 1.000 metros de diámetro por 100 o 150 metros de profundidad, como pasa en la laguna de la Posadilla, hay que pensar que es un maar”.

Luego están las estampas curiosas que han creado las coladas en la parte occidental de la provincia, en concreto, en las serratas paleozoicas del Valle de Alcudia, del Campo de Calatrava y los Montes de Ciudad Real. Tapizadas con vegetación arbustiva y arbórea, matorrales y monte bajo, en las sierras aparecen “de repente” pastizales. Las sierras se ven a lo lejos de color verde oscuro, pero estos cordeles son amarillos en verano y verde claro en invierno. “Si encima los montes terminan de forma puntiaguda, que rompe la forma tradicional de la sierra, tenemos que pensar que es un volcán. La parte más puntiaguda es el cono de piroclastos y los pastos se plantan en la colada”, señala el profesor. Un ejemplo “maravilloso” para comprobarlo es el volcán de la Atalaya de Calzada de Calatrava, que además da el punto altitudinal más alto de todo el Campo de Calatrava, 1.118 metros sobre el nivel del mar Mediterráneo –en sí, el monte no tiene más de 150 metros porque está construido sobre la parte alta de la sierra-.

Del cerro moreno a la peña parda

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Turistas en el interior del volcán de Cerro Gordo en Granátula de Calatrava / J. Jurado

Una de las herramientas que utilizan mucho los geógrafos son los mapas topográficos y resulta curioso que “entre los topónimos que existen en el centro de la provincia de Ciudad Real se encuentran insistentes referencias a ‘olla de’, ‘cabezo de’, ‘cerro moreno’, ‘peña parda’, ‘castillejos’ y ‘negrizales’. “A lo largo de la historia, la gente sin saberlo puso nombre a los volcanes”, insiste el geógrafo. Cuando hablan de hoyas son maares, cuando señalan negrizales son coladas de lava meteriorizada o edificios estrombolianos erosionados, cuando apuntan a cerros o cabezos son conos de piroclástos, y las peñas y castillejos son erupciones hawaianas con cono de escorias. Estos mapas son “una pista buenísisma para hacer rutas por el campo”.

Incluso, los nombres de pueblos como Piedrabuena dicen mucho de la actividad volcánica. El profesor de la facultad de letras de Ciudad Real señala que el nombre atribuido por los romanos, “petra bona”, se refiere a la piedra volcánica. De hecho, Gosálvez recomienda acudir al municipio para contemplar el volcán Manoteras o la Arzollosa para ver las mayores coladas que existen en la provincia. “Es el volcán que tuvo la mayor tasa de emisión de lava de todo el Campo de Calatrava, que salió del cono, recubrió prácticamente la mitad de la cubeta de Piedrabuena y que ocupa, por lo tanto, varios kilómetros de extensión”, añade. Entre terrenos agrícolas y huertas hoy es posible ver en el terreno bolos, piedras porosas creadas como consecuencia de la meteorización de la parte superior del magma.

Así pues, los volcanes del Campo de Calatrava han dejado sus huellas en el suelo y en oscuras rocas que rozan el negro. Desde uno de los laboratorios de la facultad, el profesor señala que “a pequeña escala vamos a ver rocas que se mueven entre el negro, el gris y el rojo pardo”. Por un lado, es posible encontrar piedras muy masivas y que pesan mucho, aparte de otras con agujeros, “vacuolas que delatan que se escapó el dióxido de carbono y otros gases que contenía el magma y que son muy ligeras”. Otra de las “pistas” para saber que existe material volcánico son los suelos negros, “que popularmente la gente conoce como negrizales” y que contienen muchos beneficios para la agricultura. Pese a la destrucción inicial de viviendas y plataneras, en La Palma también sucederá este proceso.

Una ruta de 24 horas por el corazón de Ciudad Real

Una de las mejores rutas para todos aquellos que quieran conocer el vulcanismo del Campo de Calatrava en un día o dos, que aspira a ser declarado geoparque por la Unesco, es la que parte del volcán de Cerro Gordo en Granátula y que sigue por Almagro, donde “en las calles y en las portadas de las casas más señoriales son muy comunes los elementos volcánicos”. Con la intención de ver todas las manifestaciones, Rafael Gonsálvez propone pasar luego por la laguna de Pozuelo o la de la Posadilla en Valverde, “que tiene un relieve muy espectacular”. Y tras contemplar un cono de piroclastos y un maar, el profesor recomienda terminar la ruta en el hervidero de Carrión de Calatrava, un baño de aguas carbónicas que está cerca del castillo de Calatrava la Vieja, que evidencia que todavía existe actividad volcánica en la zona.

Baños de aguas carbónicas, fuentes de agua agria y géiseres

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Hervidero de aguas carbónicas, recién restaurado en Carrión de Calatrava / Clara Manzano

Algo que en las últimas décadas no ha pasado desapercibido para los ciudarrealeños han sido los géiseres, chorros producidos por la desgasificación súbita de un acuífero con alto contenido en dióxido de carbono. La existencia de baños de aguas carbónicas, de fuentes de agua agria con alto contenido en hierro como la de Puertollano o de géiseres como el de Granátula de Calatrava, que en el año 2000 estuvo 8 meses sin parar y que llegó a alcanzar los 60 metros de altura, está relacionada. En pleno confinamiento producido por el Covid, en abril, Gosálvez informa de que hubo tres chorros, dos en Almagro y uno en Bolaños de Calatrava, todos relacionados con pozos agrarios. Uno de los de Almagro, que está muy cerca de Miguelturra, “ha sido pequeño, pero continuo con una salida de gas extraordinario durante 9 meses”, y el de Bolaños repite cada 3, 4 o 5 años, “es un chorro recurrente que sale cuando se llena el acuífero”.

En primer lugar, Rafael Gosálvez aclara que el Campo de Calatrava es una región volcánica activa, no porque lo digan los profesores de la UCLM, sino porque trabajos en el terreno demuestran que hubo una erupción hace menos de 10.000 años, y han obtenido un reconocimiento internacional y el respaldo de otros científicos. El Museo Nacional de Historia Natural de Estados Unidos, a través de su programa ‘Vulcanismo global’, que recoge todas las erupciones holocenas y por lo tanto todos los campos volcánicos recientes, incluyó el Campo de Calatrava e incluso envió a un inspector en 2009, un geólogo del instituto Jaume Almera del CSIC, entonces secretario de la organización vulcanológica más importante a nivel internacional, la IAVCEI (International Association of Volcanology and Chemistry of the Earth’s Interior), para verificar el trabajo realizado en años anteriores por Geovol.

Cuando los científicos hablan de que el Campo de Calatrava es un territorio activo, no significa que está en actividad, sino que está “dormido o latente”, aunque el origen de ese gas carbónico que fluye a la superficie genera incluso discusión entre la comunidad científica. Hay quien piensa que es un producto de hace tiempo y otros que se está generando en la actualidad. El profesor indica que “si admitiéramos que ese gas es reciente y es de origen mantélico, eso querría decir que la superficie de Ciudad Real está conectada con el manto de la Tierra a través de fracturas profundas, y si esas fracturas permiten la salida de dióxido de carbono, helio y radón, en un futuro podrían permitir la salida, como ocurrió en el pasado, de magma”. Gosálvez se posiciona en esta inquietante posición. “Creo que se está desgasificando la parte superior del manto”, insiste, que aflora de forma natural a través de los acuíferos para dar lugar a fuentes agrias y hervideros, y que surge de forma artificial al pinchar con sondeos de carácter agrícola a 100 o 140 metros de profundidad.

Geovol, a los pies de Cumbre Vieja

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Imagen de la Laguna del Prado en Pozuelo de Calatrava / Clara Manzano

Eso sí, aunque la ciencia nunca va a poder predecir a ciencia cierta si un territorio a medio plazo va a vivir una erupción como la de La Palma, Geolvol considera que en el Campo de Calatrava “la probabilidad de riesgo actual es bajísima y sería muy extraordinaria”. Pese a contar con volcanes muy antiguos, Rafael Gosálvez considera que “la prudencia nos invita a establecer estaciones de vigilancia” en el entorno, que han sido claves para predecir “cuándo y dónde” se produciría la erupción de Cumbre Vieja. En la actualidad, en el Campo de Calatrava solo existe una estación de seguimiento continuo de dióxido de carbono en Granátula, y el profesor opina que “habría que densificar la red de detección de sismos y establecer estaciones GPS que alerten de posibles deformaciones del territorio”. Así es como se trabaja en Canarias.

Lo cierto es que la actividad volcánica en Canarias es fuente de conocimiento para los investigadores de Geovol, que no pasaron por alto la posibilidad en los primeros días de erupción de Cumbre Vieja de viajar a la isla, entre el 24 y el 29 de septiembre. “En cuanto se produjo la erupción, en lo primero que pensamos es en la oportunidad de aprendizaje que nos brindaba”, reconoce Gosálvez, pues a pesar de que el equipo, del que también forman parte Elena González Cárdenas, Rafael Becerra y Estela Escobar, acumula 25 años de estudio de los volcanes, nunca habían visto uno en actividad. “Encima el Cumbre Vieja es igual que los nuestros”, apostilla el profesor. Tras más de 10 años de colaboración científica con el Instituto Vulcanológico de Canarias (Involcan), para los profesores fue “fácil” colaborar y trabajar con ellos dentro de la zona de exclusión, donde hicieron observaciones sobre la construcción del cono y el desarrollo de las coladas.

Después de ver y sentir las llamaradas y el rugir del volcán in situ, Rafael Gozálvez reconoce que “se comporta de una manera muy compleja, con erupciones muy violentas, periodos de calma y enjambres sísmicos”. En España la erupción más corta duró 14 días y la más larga, la del Timanfaya en Lanzarote de 1730, no paró en 6 años. “No sabemos lo que va a pasar, esperemos que no lleguemos a los 6 años”, admite, aunque advierte que en 100 años ha habido tres erupciones en la isla, y que desde la conquista de las islas por parte de España en el siglo XV, de las 16 erupciones que han existido, la mitad han sido también en La Palma.

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Rafael Gosálvez, geógrafo de la UCLM y director de Geovol / Clara Manzano
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