Testigo y protagonista de la actividad cultural de la provincia, José Luis Loarce ha sido el alma máter de la Biblioteca de Autores Manchegos y responsable de señeros eventos como el Encuentro de Poesía de Almagro.
Ha trabajado en la cultura “desde dentro” y percibe que en estos últimos cuarenta años ha habido, “en general, una transformación social, económica, política y, paralelamente, cultural. La sociedad ha cambiado por el propio desarrollo del país y la región, que ha hecho que los canales tanto públicos como privados de la cultura se hayan también transformado”, modificándose, así mismo, los hábitos culturales de los consumidores.
“Lo más llamativo, de entada”, son las infraestructuras. Desde el esfuerzo de las administraciones “han brotado” muchos equipamientos culturales que antes no existían o eran muy reducidos: teatros, auditorios, bibliotecas y museos, pero también, entre otras iniciativas culturales, certámenes de arte y parques arqueológicos, así como campañas de excavación, que están propiciando la puesta en valor de un gran patrimonio como se puede percibir en la exposición ‘Atémpora’ que exhibe actualmente el Museo de Ciudad Real.

La restauración del patrimonio en la provincia es otro de los ámbitos en los que se ha avanzado, agrega Loarce, que en relación con el mundo editorial que ha conocido de forma muy próxima como editor de la BAM, la cual celebra precisamente el año que viene su cuarenta cumpleaños, destaca que, cuando se creó, “no existía una editorial institucional de este calibre y no había editoriales privadas”, mientras que ahora “hay editoriales privadas en la provincia que están haciendo un papel muy importante”.
“El tejido social que había en la provincia y la región era poco consistente. Vivíamos en una zona con carencias serias de desarrollo a nivel cultural” como ocurría, por ejemplo con las librerías. “Cuando yo estaba estudiando en el Colegio Universitario, no podíamos encontrar los libros que necesitábamos, y ahora tenemos librerías muy buenas y modernas”.
“Dentro de la administración, que hizo un esfuerzo importante por generar hábitos culturales e infraestructuras, se crearon estructuras administrativas y equipos de gestión que antes no existían dedicadas a la cultura”. Es decir, se profesionalizó la cultura, con una política “más renovadora en sintonía con la línea de avanzar y salir del atraso, modernizar la cultura y la manera de manifestarla”. Se produjo “un cambio sustancial en la imagen”, en la forma de comunicar las cosas, de hacer llegar al ciudadano la cultura tanto por parte de los creadores como desde la administración, describe Loarce, que alude a “la era del entusiasmo”, como el crítico de arte Simón Marchán denominó la etapa de los años ochenta, por la efervescencia de propuestas culturales sobre todo del mundo de la música y artes plásticas en el país. “Aunque nosotros no estábamos en el epicentro de la Movida Madrileña, que es el espejo en el que se miraron muchos de los creadores de la época, sí que nos llegó todo eso, ese entusiasmo”.
El ímpetu se fue estabilizando y asentando, haciéndose más estandarizado el empuje cultural en las siguientes décadas, al tiempo que se fue revirtiendo, poco a poco, el fenómeno de “la diáspora” de creadores ciudarrealeños por “la dependencia geográfica e influencia con Madrid”. Pese a que tenían una vinculación emocional, vital y biográfica con su tierra, los artistas y escritores ciudarrealeños estaban prácticamente todos en Madrid, algo que en parte se ha ido cambiando progresivamente, “la UCLM ha hecho mucho” por ello, y ahora “tenemos investigadores, ensayistas, literatos y creadores plásticos que trabajan aquí”, expone Loarce.
Por mejorar
Sin menoscabar lo que había previamente, porque la cultura “no empieza con el estatuto de autonomía” y había creadores, artistas, escritores e investigadores, sí que “partíamos de un terreno bastante estéril, de casi un erial” en muchos ámbitos. “Hemos progresado mucho, sin triunfalismos, y puesto las bases de futuro”, pero aún queda mucho por hacer.
“Hemos mejorado, pero hay que mirarse en otras regiones y sociedades que han mejorado más o partían de unas bases de mayor desarrollo”, estima Loarce, que echa en falta, entre las asignaturas pendientes, cómo, por ejemplo, “en las artes plásticas a nivel regional no ha habido una continuidad en la creación de colecciones de arte contemporáneo o se las ha dejado en un plano más secundario respecto a otros campos como la arqueología”.

Se ha hecho mucho en la organización de conciertos y el apoyo a grupos y compañías independientes, pero están presentes muchas debilidades como, por ejemplo, grupos de teatro que no se pueden profesionalizar, siendo muy difícil para muchos creadores vivir de la cultura, de manera que en multitud de ocasiones “la gente tiene otro trabajo”, esboza Loarce, que también se refiere a cómo, cuando ha habido crisis económica, “la cultura ha pagado un poco las consecuencias a nivel de presupuestos públicos”. Cuando va unida en un departamento a la educación, ésta se lleva “la parte del león a nivel presupuestario, más cuidada y dotada que la cultura”, la cual debería tener su propia Consejería, autonomía y presupuestos para evitar desequilibrios.
El papel de la administración ha sido fundamental en estas cuatro décadas porque había que activar mecanismos inexistentes, pero hay que huir de la excesiva burocratización y seguir propiciando las condiciones para que las industrias culturales florezcan, que la cultura crezca en libertad sin dirigismos, apunta Loarce, que también es partidario de “un poco menos de quijotización, de no instrumentalizar tanto políticamente el Quijote como si fuera la tabla de salvación y emblema único de esta tierra”, algo diferente al quijotismo, esa ilusión y pasión que sí son buenas para afrontar dificultades y tirar obstáculos.
A nivel de Ciudad Real capital, “hay actividad cultural pero podría haber más”, adolece de una mecánica a veces “rutinaria” y con demasiado acento folclorista y tradicional. Echa de menos “más movimiento cultural, dinamismo, innovación y exigencia por parte del ciudadano”, así como una imbricación e implicación entre la ciudad y la Universidad como ocurrió en la época del Colegio Universitario que generó una amplia actividad cultural.
“La cultura no puede ser un adorno, no se debe instrumentalizar ni ser algo periférico en los presupuestos, sino que tiene que ocupar la primera línea de acción institucional” y ser un derecho del ciudadano como el acceso a la educación y sanidad, “algo propio de las sociedades avanzadas y desarrolladas social y educativamente”.
“Debemos ser conscientes de que se han puesto los cimientos, el edificio ha crecido en términos cuantitativos en estas cuatro últimas décadas, pero también tenemos que crecer en términos cualitativos, hacer que la cultura no sea solamente un calendario de actividades sino que forme parte de la vida cotidiana”.
Desde la base de la Enseñanza, hay que hacer que los niños desde los primeros años vivan y participen de la cultura, no como una obligación o asignatura valorativa sino como un hábito, que forme parte de su vida. “Me refiero al arte, la literatura, la música y el cine. Ahí tiene que trabajar la administración, no sólo en la cultura como espectáculo y consumo cultural, sino que forme parte de la vida cotidiana del ciudadano desde la escuela, que nutra la sociedad. Ésa es la gran tarea, no de una región o provincia, sino de un país”.
Editor y gestor cultural
A nivel profesional, aunque su vocación era hacer periodismo y comenzó a colaborar con 18 años en Lanza escribiendo crónicas semanales de fútbol, Loarce se formó en Historia siendo de la segunda promoción del Colegio Universitario, de manera que estudió en Ciudad Real el primer ciclo y 4º y 5º en la Complutense de Madrid, donde llegó a trabajar en el diario YA haciendo dos suplencias y comenzó a sumergirse en la crítica de arte para la prensa local y revistas culturales y suplementos de la prensa madrileña.

Posteriormente, le llamaron para hacerse cargo de la información de cultura de la revista ‘Mancha’ de la Diputación, que comenzó a publicarse en el 84, y un año después como técnico y gestor en el Departamento del Área de Cultura de la institución provincial, donde estuvo hasta su jubilación en 2019 al frente de la BAM, cuya primera publicación se remonta a marzo del 84.
Para Loarce, la BAM lo “ha sido todo: aprender el oficio de editor con sus luces y sombras, pros y contras, y contribuir, desde mi modesta parcela y conocimientos, al desarrollo de la cultura en la provincia en estos cuarenta años”. Cuando se escriba la historia cultural de Castilla-La Mancha habrá que contar con la BAM y, sobre todo, los historiadores, sociólogos e investigadores de temas de la provincia tienen que acudir inevitablemente a ella como fuente historiográfica. “Con criterios de independencia y profesionalización, la BAM ha colaborado en el conocimiento y difusión de multitud de campos de estudio relacionados con la provincia y posibilitado que muchos escritores publicaran su primer libro”.
Curiosidad, bagaje formativo y de conocimiento y ganas de innovar y seguir buscando e investigando son esenciales, a su juicio, en la labor de la gestión cultural, una actividad creativa en la que, al final, no hay separación entre afición, ocio y trabajo. “Trabajar en la cultura no es un empleo de fichaje, de entras, sales y ahí se acaba. Siempre estás pensando, rumiando fuera del horario laboral, ideando qué puedes hacer”.