A lo largo de su dilatada y extensa carrera profesional, José Rivero ha colaborado con diversas publicaciones periódicas, ha pertenecido a los consejos de redacción de varias revistas y editoriales y como escritor ha publicado más de un centenar de trabajos en revistas, catálogos expositivos, etc, además de ser el autor de 16 libros, el último, sobre la Plaza Mayor de Ciudad Real, verá la luz en los primeros meses de 2021.
PREGUNTA. – Arquitecto y escritor son dos profesiones que, de entrada, no parecen casar mucho. ¿Cómo se inició en el arte de escribir?
RESPUESTA. – Pues sí, tengo esa tendencia o ese vicio y, además, me considero escritor de todo. Es verdad que empecé a escribir sobre temas relacionados con el ámbito de la arquitectura, el urbanismo, la historia de la arquitectura…, pero en mis intereses anidaba el veneno de la ficción y, poco a poco, fui abriendo algunos territorios. Al final la escritura, con independencia de los géneros, parte de un tronco común y yo he explorado esas posibilidades a través de cuentos, novelas cortas, otra más larga… fundamentalmente en el campo de un ensayismo complejo o transversal.
Mis primeros libros los publiqué en la Biblioteca de Autores Manchegos y, en su momento fueron malentendidos o malinterpretados. “El sentido de la mirada” y “El jardín abandonado”, eran una reflexión sobre las artes plásticas de Ciudad Real en la segunda mitad del Siglo XX que, fundamentalmente, partían de una revisión de ese pasado de la historia de las artes plásticas, sobre todo de la pintura, a partir de varias fuentes hemerográficas, sobre todo del Diario Lanza.
Por una serie de circunstancias cayeron en mis manos algunos recortes de prensa, de los años 50, de una sección que Lanza publicaba los jueves, que se llamaba “Artes, letras y música” y, a partir de ahí, empecé a indagar y salió aquello. Esto sería un ejemplo de ese ensayismo trasversal, no era ni una historia del arte al uso ni una reflexión historiográfica sino que era una suma de lecturas trasversales de aquellos años.
P. – ¿Cuántos libros tiene publicados hasta la fecha?
R. – Libros propios míos me parece que 16. Lo último que va a salir, que está todavía en el horno, es un trabajo sobre la Plaza Mayor de Ciudad Real, publicado por Serendipia, que se está retrasando por las circunstancias que vivimos. Además, a lo largo de mi vida he colaborado en multitud de obras colectivas, alrededor de 30 y he publicado más de un centenar de trabajos en revistas. Siempre he simultaneado la escritura con mi profesión y ahora, ya jubilado, tengo más tiempo.
P.- ¿Cuándo comienza ese placer por la lectura? ¿Cuáles fueron los primeros libros que cayeron en sus manos?
R. – En la infancia, en la juventud, con aquellas famosas Colecciones Historia, todavía conservo algunos, que eran adaptaciones de textos clásicos para niños, por ejemplo, de Julio Verne o Robert Louis Stevenson, en las que se realizaba una síntesis del texto original e incorporaban ilustraciones de lo que estabas leyendo; era un manera de propiciar la inmersión en la historia que te estaban contando en dos registros: el gráfico y el escrito.
Yo creo que eso fue lo a mí me enganchó, me los regalaban por Reyes o por cumpleaños y, todavía, tengo algunos por ahí en lo que era cochera que, ahora, es almacén de muchas cosas. Creo que este fue el primer paso.
Luego fui creciendo y picoteando y modelando mis propios gustos. Hay una inflexión hacia 1967, por lo menos para mi generación, con la aparición del libro de bolsillo de Alianza Editorial, con aquellos libros que apadrinó Jaime Salinas cuando empezó a dirigir Alianza y que contó con el dedo mágico del diseñador gráfico Daniel Gil que estableció una complicidad visual tremenda con los contenidos. Es un ejemplo de lo que luego vendría con grandes diseñadores de portadas de libros.
Costaban 50 pesetas entonces y te permitía acceder a autores que no estaban al alcance de cualquiera y, mucho menos, de esas 50 pesetas. Se podía leer a Freud o a Oscar Wilde en una edición de lujo como era Biblioteca Nueva. Ése es el momento más nítido donde empieza a fundamentarse ya la lectura de madurez y, a partir de ahí, se fueron abriendo las avenidas.
P. – ¿Y por la escritura?
R. – Cuando a Juan Veredas, un ingeniero y escritor al que tengo una especial devoción, le preguntaban sobre su escritura decía que había escrito muchos informes y memorias de proyectos, es decir, que hay una práctica formativa del propio trabajo proyectual que va unido a la escritura, uno tiene que contar lo que va a hacer, con qué medios, etc, luego la escritura está inherentemente en los orígenes de mi desarrollo formativo.
La arquitectura, por otra parte, no tiene solo las imágenes o la realidad construida también los relatos. La arquitectura hay que contarla. Por eso están las grandes historiografías del Siglo XX que nos permiten, quizá, entender más y mejor la arquitectura que por contacto directo con la obra. La arquitectura también es pensamiento, como decía Alejandro de la Sota.
Todo eso hay que saber contarlo, transmitirlo, por lo tanto no están muy reñidas las realidades del pensamiento arquitectónico y el pensamiento escrito.
P. – ¿Cuándo comenzó a publicar sus primeros escritos?
R. –Mi primer trabajo, con cierta visibilidad, es el del año 1981, en la Revista Almud en la que yo estaba representado en el Consejo de Redacción, y era sobre la Plaza Mayor de Ciudad Real. En 1979 empecé mandando al Diario Lanza, por sugerencia de Norberto Dotor, el entonces director de la Galería Fúcares, reseñas, críticas, etc, de las exposiciones que él hacía.
Los primeros escritos, diseminados y sueltos, tienen esa datación de 1979, en 1981 en cuerpo de revista y de 1983 en adelante realicé colaboraciones sistemáticas en la revista Mancha y Plano, editada por la Diputación en la época de Manolo Muñoz, y de periodicidad mensual, de información cultural, política, y yo allí tocaba, básicamente, cuestiones de arquitectura. Creo que es en 1980 cuando empieza un poco a cimentarse mi vocación por escribir.
En 1991 publiqué “Memoria de Cosa. Signos y señas de identidad de Castilla-la Mancha”, en la editorial Celeste que fue la semilla de Almud Ediciones, un libro al que le tengo mucho cariño. La pretensión inicial era que fuera un trabajo abierto y colectivo y, al final, solo me animé yo. Los trabajos se fueron publicando en la revista y luego dieron salida a ese libro.
Me interesa La Mancha pero no al nivel castizo que hay. En el año 2005, en la revista Formas del Colegio de Arquitectos, con la que entonces yo colaboraba, era miembro del consejo de redacción y luego fui su director, hicimos un extraordinario del Quijote y yo publiqué dos reflexiones al respecto, una sobre la arquitectura del Quijote, referida, en concreto, a qué cuenta Cervantes en su obra a propósito de la arquitectura. Estuvo en Roma, lo sabemos, incluso habla de una obra extraordinaria, del II Siglo Antes de Cristo, como es el Panteón de Agripa.
Junto a eso y a la alucinación en la cueva de Montesinos, Cervantes da muchas posibilidades. Yo reivindicaba más la universalidad del pensamiento de Cervantes y traté de hacer una reflexión, apoyándome en la edición del Quijote de Martín de Riquer, que tiene un índice geográfico, y curiosamente la ciudad más citada en el Quijote creo recordar que son Sevilla, y Roma más que otras de La Mancha.
Tengo un libro del año 1936, de Agostini, que me regalaron y es una indagación sobre itinerarios y espacios cervantinos donde se reivindica la posibilidad de que la ruta no fuera la vía real de Andalucía sino la que va a la Venta de la Inés. Éstas son las típicas polémicas de los cervantistas que a mí no me interesan.
Yo, en ese sentido, no tengo un carácter localista. A mí me interesan las cosas por su visión universal. Aquí se ha valorado más a las personas desde cierto sentido identitario, incluso antes de que se hablara como ahora de los identitarismos políticos, de esos caracteres que a mí no me parece que produzcan ni información ni luces.
Hay gente que es universal habiendo nacido aquí y sin haber hecho una reivindicación específica de todo esto, pienso en Antonio López o en Ángel Crespo, y sin embargo hay gente que tiene la boina en el ombligo y todo lo ven bajo ese tono castizo, pastoril, que a mí me interesa poco porque creo que proyecta pocas reflexiones.
P. – ¿Cuántos libros alberga en su biblioteca?
R. – Haciendo un cálculo, un cubicaje, al principio tenía un cierto control que con el tiempo, y también con la digitalización, se tornó en descontrol, calculo que entre 6.000 y 6.500 volúmenes. Lo único que tengo actualizado son los escritos que voy haciendo, los libros que compro no los tengo contabilizados. Revistas también tengo muchas, y todas aquellas que fueron importantes para mí, las tengo encuadernadas. Las otras pasan a estar en archivos de cartón en el almacén de la cochera.
Yo soy usuario frecuente de la biblioteca pública y utilizo mucho el servicio de préstamo y también los libros digitales, aunque no sea yo muy partidario del libro electrónico leo algo. Lo último que he leído en digital han sido las Memorias de Woody Allen, y ahora me ha mandado un amigo las Memorias de Obama, pero esos no los cuento, para mí son libros tangenciales porque para mí el libro requiere el contacto, el soporte físico.
P.- ¿Cuál es el libro de su biblioteca con mayor valor sentimental?
R. – El valor sentimental depende. Tengo un Oscar Wilde, “El retrato de Dorian Gray”, de 1946 que era de mi padre, una edición de lujo de Biblioteca Nueva con un prólogo de Gómez de la Serna, que es un placer de composición, la portada es de piel con incisiones, esto ya no se ve, es muy sorprendente. Tiene unos dibujos de línea clara, como se decía en los años 80 de Ruíz Castillo.
A mí las publicaciones de los 50 me siguen pareciendo una joya, combinaban toda la paginación, es un primor. Aquí tengo otro de esos libros, de Andrés Trapiello, de 1947, este es lo mismo, tiene para mí mucho valor sentimental.
Tengo también una edición del Quijote, de la Editorial Sopena de 1940, que tiene la particularidad de que las ilustraciones son del pintor Carlos Vázquez, un libro que tiene también varias fotos que él hace. Éste libro tiene para mí un doble es doble valor porque procede de mi padre y yo creo que estas ediciones con estas características me parece que hay pocos. Además, fue el primer Quijote que leí.
P. – ¿Cuál es libro de su biblioteca con más valor económico?
R. – No lo sé. Tengo una edición extraordinaria de Pepe Ortega, el pintor de Arroba, “Los Segadores”, que se edita en París por ediciones Ebro, que era del Partido Comunista, del cual se tiraron 200 ejemplares nada más y firmados por el autor, con ocho litografías y un dibujo original suyo. Aparte tengo otro de la serie de Durero que también era una tirada muy corta y cuando lo compré me costó 1.000 euros.
Tengo algunas primeras ediciones de Juan Benet, por ejemplo “Volverás a región”, que adquirí en esas librerías viejas, de segunda mano, lugares en los que alucinas de lo que puede llegar a costar un determinado libro que, en una edición normal vale 20 euros, y por ser de segunda mano y antigua te pueden llegar a pedir hasta 800 euros.
P.- ¿Cuál es su libro preferido de lectura, ese que le impactó?
R. – No es uno, son varios. La Biblia es un texto que tiene muchas lecturas y muchas posibilidades y no es decir nada nuevo; El Quijote, sin duda; de Marcel Proust me fascinó “El tiempo recobrado”, y me gustó tanto que teniendo una edición con la traducción de Pedro Salinas, que es la que había en Aguilar, busqué otra y me compré la edición completa que tradujo Mauro Armiño, me parece que es, probablemente, la mejor.
Y un libro que a mí me sigue pareciendo extraordinario, y que puede tener muchas lecturas, es “La inspiración y el estilo” de Juan Benet, un libro de ensayo que, curiosamente, está escrito por alguien que es ingeniero de formación, que no viene del campo de las letras. Es ensayismo pero no de escritura farragosa sino lleno de ideas brillantes, de sugerencias y de posibilidades exploratorias, estimulando al lector a que él, por su cuenta, siga procediendo a esas búsquedas. Es un ejemplo de talento anticipado.
P.- ¿Cuál es ese libro que ha leído reiteradamente?
R. – El Quijote lo he leído tres veces. Y volvemos a Benet que en mí es una monomanía. Tiene algunos ensayos en donde el Quijote está ahí. Me gusta destacar “¿Se sentó la duquesa a la derecha de los marqueses?” u “Onda de crepúsculo en el Quijote”; las reflexiones que sobre El Quijote hace Benet te incitan a volver a frecuentar a Cervantes.
P.- Por último, ¿es su biblioteca también su lugar de trabajo? ¿Es muy ordenado a la hora de escribir?
R. – Sí ahora sí. Tengo unos compromisos periódicos; los trabajos de más recorrido se van complicando en función de las progresiones. Pasa igual con la lectura. Normalmente uno siempre lee un libro y se entrecruzan las lecturas. Si me preguntas que estoy leyendo me tendría que parar a pensar porque son varios. Estoy releyendo de Roland Barthes “La cámara lúcida”, que es un ensayo sobre la fotografía.
Recientemente he terminado un libro sobre los bombardeos de la ciudad de Dresde de 1945, de Sinclair McKay que me ha conmocionado tanto que he preparado un texto que saldrá publicado en la revista Hypérbole. Leyendo el libro he descubierto a un pintor alemán, de la misma ciudad, William Rudolf, que produjo una serie de aguafuertes sobre la ciudad destruida. ¡Qué placer descubrir a través de una lectura nuevos continentes!
Y ahora voy a empezar a leer el de Andrés Trapiello, “Madrid”, que me han hablado muy bien. Voy haciendo lecturas transversales; cuando estoy escribiendo algo me fuerza a releer y descubrir otros.
En mi caso la escritura es tan desordenada como la lectura. Y eso es posible gracias a la escritura electrónica que es una bendición ya que te permite la subsanación continua, el texto abierto que siempre me ha gustado mucho.