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Juana, hermana del misionero asesinado en 2019: “La cruz al mérito civil es un orgullo y servirá para se conozca su obra en África”

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Juana Fernández enseña fotos de su hermano César en sus estancias misioneras / J. Jurado
Julia Yébenes / CIUDAD REAL
El misionero César Fernández recibirá a título póstumo la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil por "su inmensa obra". Originario de Córdoba, una hermana que vive en Ciudad Real celebra la concesión del galardón y habla de la trayectoria de un hombre que sembró "educación" entre los más desfavorecidos

Carismático, inteligente, comprensivo, empático, bondadoso, valiente, activo, trabajador incansable y luchador. Así era César Fernández Fernández, el misionero salesiano de origen cordobés asesinado el 15 de febrero de 2019 a los 73 años por terroristas de Boko Haram en Burkina Faso.

Una de sus hermanas, Juana, residente en Ciudad Real, lo define con esos calificativos y con otros epítetos más cercanos a una persona con ecos de santidad, a veces como un Quijote práctico que conseguía “cualquier proyecto que se propusiera” en escenarios convulsos y poco favorables.

“Vivía con austeridad, en una pobreza generosa (daba lo poco que tenía)”, y en su estancia de 37 años en Togo, Costa de Marfil o Burkina Faso era “un africano blanco, que vivía y hablaba como ellos”. Allí fue “muy querido y dejó mucha huella” entre misioneros autóctonos formados por él, colaboradores de diferentes dialectos o religiones y alumnado.

Pero no menos que en España, donde su legado, propio, según Juana, de un ser con dimensión sobrenatural, empezó a brotar entre los compañeros con los que compartió sus primeros destinos tras ser ordenado sacerdote (1972), Úbeda y Ronda, hasta su germinación con quienes le conocieron en Ciudad Real en sus estancias vacacionales en la madurez, en Córdoba y, por supuesto, entre sus paisanos de Pozoblanco, su ciudad natal.

Misionero JJ 2

En paralelo, siempre ha estado su querida familia, sus padres (ya fallecidos), sus cuatro hermanos -Pilar, Juana, Patri y Juan Carlos-, y posteriormente sus sobrinos y resobrinos. Todos ellos, incondicionales y bienhechores de sus ambiciosos proyectos. Cartas, fotografías explicativas, llamadas y, en los últimos años, correos electrónicos, conforman un patrimonio familiar que ahora sirve de resorte para llorar su muerte, pero también para propagar su obra.

Precisamente, el intenso ejercicio de su ministerio, simplificada en “una vida entregada a los demás”, le ha valido la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil que a título póstumo le ha concedida el Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación.

“Es un orgullo grandísimo”, celebra Juana, que confiesa “sentimientos encontrados”. Quien se instaló en Ciudad Real en 1982, el mismo año en que el hermano sacerdote inició su primera misión salesiana en Togo, se consuela con la inmensa herencia del conocido como padre César. “No lo puedo ver ni tocar”, reflexiona en el salón de su casa, junto a su hijo menor, que lleva el nombre del tío religioso y del abuelo materno, pero el reconocimiento “es un ejemplo para los demás, y para que se conozcan sus principios”, reitera.

Sin querer, a Juana se le agolpan las ideas cuando intenta resumir todo el inmenso trabajo misionero y sacerdotal de quien “estaba obsesionado con la educación de los niños y la dignificación de la mujer”.

“Queremos (con el galardón) que su obra no se quede en África, sino que se contagie aquí esa ilusión por los jóvenes, por los niños y por las mujeres, que se irradie el entusiasmo que tenía y que se conozcan sus valores”, expresa entusiasmada, a la vez que, con la mirada hacia el cielo, comenta como en un aparte “la regañina que nos estará echando porque era muy humilde y no quería cargos ni agradecimientos”.

Misionero JJ 3
La hermana del religioso destaca los grandes proyectos que desarrolló / J. Jurado

Pero es que la familia en su conjunto, como una piña, está todavía si cabe más gozosa de la trayectoria del religioso que pasó por Lomé (capital de Togo), Abidjan, Korhogó (Costa de Marfil), Bobo-Dioulaso, Uagadugú (Burkina Faso), en su mayoría con misiones fundacionales y por lo tanto, ocupando “primera línea de infantería”, con distintos puestos como director espiritual, maestro de novicios (1988-1998), ecónomo, vicario, consejero visitador, delegado de la Inspectoría Salesiana Fracófona (AFO) o secretario inspectorial. Así lo escribe el hermano pequeño, Juan Carlos, en el libro ‘Memento’. Precisamente, este relato, introspectivo y personal, plasmado bajo la acepción latina que significa ‘recuerda’, recoge los momentos críticos que vivieron los hermanos desde que llegó a España la noticia del asesinato de César y la “dura decisión” que tomaron para expatriar su cuerpo.

Fue un debate triste y se basó en el sentimiento y la lógica: “era africano, allí dejó su obra y su vida, y si la muerte hubiera sido natural lo hubiéramos dejado allí, pero queríamos tener parte de él aquí”, argumenta Juana. Además, “era muy tarugo”, gentilicio de los habitantes de Pozoblanco, localidad donde “tenía muchos benefactores y personas queridas”.

La albafetizacion de mujeres una obsesion del padre Cesar

El atentado

Sobre el ataque mortal y cómo se enteró, Juana narra lo sucedido como un acontecimiento extraordinario. Recuerda, tal y como le han contado los dos religiosos burkineses que le acompañaban, que fue tiroteado por los yihadistas a 40 kilómetros de la frontera Sur de Burkina Faso, cuando regresaba de un viaje por carretera. “Lo estaban esperando un comando con un camión, los pararon y los bajaron del coche. Les robaron y a César y a otro de sus acompañantes los llevaron a un bosquecillo cercano, allí lo interrogaron y le dijeron que anduviera hacia adelante, mientras que al otro le indicaron que se volviera. Fue entonces cuando le dispararon”.

Juana está convencida de que en ese mismo instante “los estaba perdonando”, señala, incluso piensa que “si lo hubieran dejado hablar” con su personalidad cautivadora “no lo hubieran matado”. A renglón seguido se entristece cuando recuerda cómo ella, viniendo de misa de la Parroquia del Pilar, recibió la llamada de Patri, su hermana, y le espetó la noticia. Fue una conmoción.

Vocacional

César Fernández nació el 7 de enero de 1946 y su dedicación al sacerdocio fue vocacional. “Era un niño buenísimo, le gustaba decir misa en la cámara y mi abuela le hizo una casulla”, rememora la hermana. Pero sus inquietudes fueron más allá y la educación fue el gran eje de su vida, tanto de manera personal como en sus encomiendas en España con los jóvenes, y posteriormente en sus misiones evangelizadoras.

Provenía de una familia en los que el padre, funcionario de Correos (como después Juani), junto a su mujer, “apostaron por darnos una educación para que fuéramos libres, sobre todo las chicas, y no dependiéramos de nadie”.

De hecho, cuando César anunció a los 16 años que se iba al seminario desbarató los planes de sus progenitores, “dispuestos a que la familia nos fuéramos a Madrid para que empezara carrera”.

Tras culminar la formación sacerdotal en Cádiz y Córdoba, tuvo sus primeros destinos en la zona pero solicitó hasta tres veces irse de misiones. Por fin, en 1982 llegó junto a otros dos compañeros a la capital de Togo para levantar la fundación salesiana. Supuso una larga y arrebatadora estancia, desde su aprendizaje de idiomas, francés y los dialectos africanos (“tenía mucha facilidad”), hasta el desarrollo de complejos educacionales –con escuelas y talleres de costura o alfabetización- para promover la educación entre los más desfavorecidos.

Taller de costura
Imagen de un taller de costura / Familia Fernández

Fueron 35 años de dificultades y amenazas “que no nos contaba”, pero solventes por su palabras conciliadoras y su “política de orden, coherencia, y compañerismo contra el individualismo y la envidia”.

Más difícil de digerir para sus familiares fue el nuevo destino dos años antes de morir a Burkina Faso. “Le dijimos que era peligroso, que se quedara en Togo, que es un país con una media de 36 grados todo el año, y que ya tenía 70 años”. Pero fueron ruegos no acatados, y por el contrario, ”se fue como si tuviera 18 años”.

Allí también levantó de la nada infraestructuras y fundó un noviciado para atraer vocaciones, pero también encontró la muerte de la manera más trágica por los yihadistas.

Las exequias con el cuerpo del misionero duraron 10 días, y las muestras de cariño fueron numerosas, destaca Juana, incluso a las musicales y espirituales liturgias de despedida acudieron los máximos cargos políticos de Malí, Togo y Burkina Faso, además de mandatarios religiosos de la misión salesiana.

Preparando los hilos para tejer
Preparando los hilos para tejer / Familia Fernández

Para el recuerdo

En el recuerdo de Juana, la única hermana que vive fuera de Córdoba, quedan sus estancias a Ciudad Real, donde César oficiaba misa en la Iglesia de San Ignacio (salesianos), y visitaba a las monjas del asilo y a Fernando García-Cano, entonces párroco de la Iglesia del Pilar. Juana sonríe al contar una anécdota que definía el perfil del misionero: “una de las veces que vino se quedó impactado con las vidrieras del Pilar y consiguió que le hicieran una réplica para llevárselas”.

Y no sólo logró ‘exportar’ la cristalera por las inseguras y peligrosas fronteras africanas, sino que trasladó a sus inspectorías máquinas de coser, huevos, y hasta un generador de primera generación. Todo para avanzar en el desarrollo de los pueblos empobrecidos. El padre César, que viajaba tan sólo con una biblia, un lápiz, una cruz y un pequeño ordenador, fue un ejemplo de coherencia entre su mensaje cristiano y su forma de vida.

 

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