Francisco Navarro
Tomelloso
Su hermano Julio recorre los muros de este lugar recurrente en la poesía del manchego y uno de los espacios más literarios de la ciudad.
Félix Grande Martínez nació antes que el siglo XX y gracias a que su nieto, Félix Grande Lara, lo desenterró en 2003 en ‘La balada del abuelo palancas’ permanece vivo entre nosotros. El abuelo Palancas es un personaje más de la saga que escribió Félix, y la casa de la calle Asia de Tomelloso, un lugar recurrente en la poesía del manchego. Se trata de uno de esos lugares a los que hay que peregrinar, con fervor y humildad.
En esta casa humilde de un barrio humilde, una vivienda de tapiales, sencilla, acogedora y que huele a generaciones de gente honrada, su hermano Julio habla de frente con una voz pausada, de esas que inspiran confianza. Está en un salón fresco, acompañado de su mujer y su hija.
Cuando el abuelo Palancas murió, en 1950, después del entierro “mi padre nos dijo a mi hermano Félix y a mí que teníamos que sacar el ganado al campo. Y desde entonces he estado junto a él”. Julio, con voz tranquila, reitera que ha pasado toda su existencia al lado de su hermano mayor: “mi vida ha estado ligada a la de Félix desde que yo tenía 7 años, recuerdo muchas cosas, muchas historias”. Tanto en Tomelloso como en Madrid. En la capital de las Españas estuvieron trabajando 35 años juntos en ‘Cuadernos Hispanoamericanos’.
En la pared del comedor cuelga, enmarcado, un manifiesto aparecido en el diario ‘El mundo’ el sábado 14 de diciembre de 1996, “cuando lo defenestraron de la dirección de la revista Cuadernos Hispanoaméricanos, en la que varios cientos de intelectuales, escritores, artistas, pintores, etcétera, de España e Hispanoamérica dijeron ‘Hacemos saber a la opinión pública que rechazamos este acto de depuración política’”. “Ese manifiesto tiene su historia”.
Julio pudo leer ‘La balada del abuelo Palancas’ antes de su publicación “y me hizo llorar”. Como a este cronista que escribe el encuentro, que lloró durante su lectura como una Magdalena. “Cuando mi hermano, que era muy atrevido, desentierra a mi abuelo y después a mi padre, fue tal cantidad de recuerdos y sentimientos que me vinieron que me hizo llorar”, y Julio lo dice emocionado, con hondura, contagiando a todos. “Muchas de las cosas, yo me acuerdo de ellas, son verdad. Cuando éramos pequeños, en el campo, con las cabras, él escribía sus primeros poemas sentado en una pedriza y me decía ‘Juliete, mira, que he escrito esto’”.
Grande cuenta que la casa del abuelo Palancas era la vivienda en la que está y la de al lado. “Cuando el abuelo murió, se hizo un reparto entre los hermanos, mi padre se quedó con esta parte, que estaba medio derruida. Se construyó la casa nueva y solamente quedó el muro este que vas a ver y el de la fachada”. Aquí, en la calle Asia, en el barrio del Moral vivieron todos, Julio Grande nació en ella “y recuerdo muchas historias que pasaron aquí. Muchas, muchas, muchas, muchas… Hasta que mi padre, pensando en no sacrificar más a sus dos hijos, cambió el ganado de cabras por una vaca. La Mariposa, que se llamaba”. Y desde entonces dejaron de salir al campo a pastorear, pero tuvieron que repartir la leche de la vaca puerta a puerta.
Julio Grande invita a recorrer la casa, “que no es que tenga muchas cosas que ver, la importancia que tiene, al menos para nosotros, es por la cantidad de recuerdos y de cosas que aquí sucedieron”. En esta casa sonaron en 1950, como se sabe, las Variaciones Goldberg de la misma mano de Bach, según contaba su hermano Félix. “El fatídico día en el que murió mi hermano, que falleció a las cinco de la mañana, mi sobrina nos llamó inmediatamente. Tardamos quince o veinte minutos en llegar desde donde vivíamos a la casa de Félix. Al pasar al salón, que fue donde mi hermano murió, en el sofá…”. Y Julio Grande, baja la cabeza y se vuelve a emocionar. “Estoy seguro de que Félix se murió escuchando las Variaciones Goldberg. Recuerdo estar con el médico mientras extendía el certificado y el disco estaba sonando”.
Habla de recuerdos, de cosas que han ocurrido hace varios lustros y de lo que ha desayunado por la mañana. Incluso de la manía que tenemos los humanos de intentar, recuerdos mediante, arreglar el pasado: “ha sido un privilegio poder compartir mi vida con mi hermano Félix Grande Lara”. Y en otra de esas piruetas de la memoria, los recuerdos, habla de Luis Rosales y Federico, de la Huerta de San Vicente y de cuando fueron a buscar a Lorca. Independientemente de que Félix Grande naciese en Mérida “nosotros hemos llevado siempre a Tomelloso en la sangre”. El poeta nació en la capital extremeña “por las circunstancias de la guerra”.
El anfitrión reitera que a su hermano Félix le debe mucho. “Están aquí mi mujer y mi hija y tengo que contarlo. Mi hija nació con el beneplácito de mi hermano”. Y cuenta que un día llegó Félix Grande, “cuando yo ya estaba con mi mujer, me dijo ‘¡Joder Julio, hazle un hijo a Berta!’. Y, encima, escribió en una agenda ‘¡Qué ganas tengo de ser padrino, la hostia!’. Y al poco tiempo vino Lucía, la niña más guapa del mundo, que él ha dicho por ahí”. Lucía es una gran artista, dice Julio y ella sonríe tímida, que toca el violonchelo, “aún no ha cumplido los doce años y está en Grado Profesional”. Y en el instituto ha sacado “todo sobresaliente menos dos notables”.
Recorre las piezas de la casa, de una morada humilde del, seguramente, barrio más humilde de la ciudad de Tomelloso. Hay un patio, verde, frondoso, fresco, la familia posa bajo los árboles. En el corral (donde se guardaban las cabras y después la vaca) hay una alberca trasformada en piscina, una parra, exuberante, de la que cuelgan racimos inmensos. Cada habitación tiene una historia y Julio la recuerda. Tras hacer referencia este servidor que escribe a la última vez que vio a Félix Grande en un mediodía de julio de un calor insoportable, la familia sale al sol dejando atrás una casa de Tomelloso que se merece, al menos, tener una placa que recuerde que en ella trascurre una obra maestra como es ‘La balada del abuelo Palancas’.