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La historia de los represaliados de Manzanares: destapar el “escenario de un crimen” tras 80 años

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Familiares de Francisco Martín, Antonio González-Román, Alfonso Fontiveros y Pedro Alises en el lugar donde estaban las fosas comunes de los represaliados por el Franquismo enterrados extramuros en el cementerio de Manzanares / Elena Rosa
Noemí Velasco / MANZANARES
Una treintena de cuerpos enterrados a 6 metros de profundidad. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica nunca se había enfrentado a algo parecido. Los familiares de Francisco Martín, Esteban Santamaría, Antonio González-Román, Pedro Alises y Alfonso Fontiveros hablan de la exhumación de las fosas extramuros del cementerio de Manzanares. Y, al mismo tiempo, reviven algunos de los episodios más oscuros de la historia del pueblo, como la saca del 20 de julio de 1939, cuando los líderes franquistas mataron a una treintena de personas, entre los que había cargos electos y diputados. Tras la exhumación viene la identificación de los cadáveres y una quincena de personas ya han dado sus muestras de ADN, entre ellos, familiares directos mayores de 90 años

Material bélico, proyectiles y casquillos de armas largas y cortas aparecieron desperdigados por toda la fosa. Había debajo de los cuerpos y en las paredes, donde llamaron la atención las marcas de los impactos. Hasta ahora todo el mundo había pensado que el único lugar de ejecución era la tapia trasera de extramuros.

Marco Antonio González, miembro de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, habla de la exhumación de los cuerpos de los represaliados por el Franquismo asesinados en los primeros años de la posguerra en Manzanares y enterrados en el corral extramuros. “La fosa era el escenario de un crimen y en el agujero estaban las evidencias, había pruebas por todos los lados”, afirma.

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Trabajos de exhumación por la ARMH en Manzanares / ARMH

Treinta y dos cuerpos enterrados a seis metros de profundidad. El tamaño del agujero los dejó helados. Nadie se lo podía imaginar, nunca habían encontrado nada parecido y en el mismo cementerio los nichos no van más allá de los 3 o 4 metros. Marco Antonio recuerda el calor infernal de los veinte días de mayo que duró la exhumación y dice que “el trabajo fue técnicamente muy complicado”.

Unas gafas de color negro y una caja de cerillas aparecieron entre los cadáveres, todos descolocados. También, un par de anillos de celuloide y otro metálico, con una inscripción borrada por el paso del tiempo. Allí llevaban ochenta años, bajo unas lápidas de granito colocadas en los años 80, abandonados por la sociedad, pero nunca olvidados por los suyos, como versan las inscripciones.

Francisco Martín: la desgracia de defender los derechos de los trabajadores

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Manuel Gallego, nieto de Francisco Martín, fusilado en octubre de 1940 / Elena Rosa

“A mi abuelo lo apresaron a los 5 días de llegar del frente, vino enfermo, andando, como tantos otros, y pensaba que no le iban a hacer nada porque no tenía delitos de sangre”. Manuel Gallego, familiar de Francisco Martín, fusilado en octubre de 1940 con 36 años, habla de la detención.

Su madre decía que “fueron falangistas y paisanos, que había mucha gente, y que él estaba convaleciente en la cama”. Francisco Martín trabajó para el frente de Extremadura, aunque no combatió, sino que se pasó gran parte de la guerra en una fábrica en Almadén. Era de la UGT.

En la defensa de los derechos de los trabajadores frente a los patronos que no aceptaban las leyes de la II República comenzó su desgracia. Entonces ya participó en la “huelga de gañanes” y fue despedido. Manuel cuenta que “trabajaba en una casa importante de Manzanares, que tenía tierras y bodegas”, y que acabó “con un carrito con ruedas de bicis viejas vendiendo pipas y cacahuetes”.

Así se ganó la vida hasta que entró como policía en el ayuntamiento en febrero de 1936. En el juicio sumarísimo, la dictadura encabezada por Francisco Franco como caudillo le condenó a muerte por sindicalista, por pertenecer al Partido Socialista y por quemar las iglesias. Su familia, en cambio, explica que como policía municipal “le tocó proteger las iglesias y a las monjas”, que repartió entre casas de confianza y el hospital.

No fue la única persona de la familia marcada por el terror del régimen. Cuatro hermanos y una hermana de Francisco Martín acabaron presos, y a uno lo fusilaron, aparte de a su cuñado.

La abuela de Manuel también acabó presa por rebelión, primero en Manzanares, luego en Ciudad Real y al final en la cárcel de mujeres de Málaga. Estuvo 6 años y 7 meses, pues le conmutaron la pena de muerte por 30 años de destierro, que pasó con unos familiares en La Solana. Ir a fichar al cuartel era su procesión diaria.

La vida de su madre, que hoy tiene 91 años, ha estado marcada por la búsqueda y el silencio. Francisco Martín acabó en el antiguo “corralito” del cementerio de Manzanares, separado por un muro del resto, o al menos eso les dijeron en el consistorio.

Esteban Santamaría: las últimas palabras entre papelillos de fumar

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Rosario Baeza Santamaría habla de las esquelas carcelarias de su abuelo Esteban / Carlos Díaz

De su abuelo conservan muchas esquelas carcelarias en papelillos para fumar. “Así era como se comunicaba con la familia”. Los metía en las lecheras, en las tarteras, entre la ropa, y mi abuela andaba muy enterada de lo que pasaba en la cárcel”. Rosario Baeza Santamaría es nieta de Esteban Santamaría, fusilado en mayo de 1940 con 35 años y enterrado en una de las fosas intramuros en el cementerio de Manzanares.

Hijo de padres ferroviarios, Esteban Santamaría nació en Linares (Jaén) y entre “agujas y frenos” encontró su oficio en la MZA (Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante). Por eso acabó en Manzanares, donde echó raíces: se casó y tuvo tres hijos. Su madre, la más pequeña, no lo llegó a conocer, pues apenas tenía dos años y medio cuando lo mataron.

Entre las causas que lo llevaron hasta el pelotón de fusilamiento fue pertenecer al Comité de Defensa Ferroviario y a UGT, de hecho, conservan un carné sindical. Le acusaron de detener a un juez en Almagro y en una de las confesiones afirmó ser del Partido Comunista de Manzanares.

Primero, la familia sobrevivió con el estraperlo y, al final, su abuela tuvo que repartir sus hijos entre parientes. Cuando su madre era adolescente, se reunificaron en Ciudad Real. Ella fue la que siempre guardó “las esquelas y las fotografías con mucho esmero”.

Cuenta Rosario que de adolescente “recuerda ir a la caja fuerte que había en el despacho y leer en silencio las cartas escritas por mi abuelo desde la cárcel”. En sus papelillos “informaba de lo acontecido, aconsejaba a mi abuela de que no hablara mal con los guardias y de sus necesidades básicas”. Tenía “buena letra” y sabía “sintetizar”. Además, “siempre se despedía muy amoroso con mi abuela y sus hijos”.

Antonio González-Román: escuchar las campanas del entierro de tu padre desde la cárcel

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Carmen Labián enseña un parchís elaborado por su tío Antonio González-Román elaborado en la cárcel / Elena Rosa

Camillero en el frente como voluntario de la Cruz Roja estuvo Antonio González-Román en los primeros años de la Guerra Civil. Su sobrina, Carmen Labián, cuenta que “la gente empezó a irse a Francia, pero él no llegó a cruzar la frontera, porque no tenía las manos manchadas de sangre”.

Inocente, Antonio se quedó en Manzanares. Pronto se lo llevaron a declarar y a la segunda detención no volvió. “Le acusaron de participar en una matanza en Arenas de San Juan y de haber quemado las iglesias, pero él no participó en nada de eso”, relata su sobrina, que dice que cuando ardió el templo su tío dijo, “cerrar las ventanas, que aquí no se vea luz”.

Era campesino, como el resto de sus hermanos, que trabajaban todos en el campo. Narra Carmen que “algunas veces se quedaba sin trabajar para que algún vecino fuera en su lugar, porque en su casa ya entraban 5 jornales”. “Eso estaba mal visto”, señala. Perteneció a la UGT y sus ideas eran socialistas.

El paseo hasta la puerta de la cárcel, donde ponían el nombre de los fusilados de la jornada, se convirtió en costumbre en aquellos días. Carmen dice que “se turnaban la novia de mi tío y mi madre, con 14 años”. ¿Dónde vas?, la preguntaron un día los falangistas. Y su madre contestó: “a ver si han matado a mi hermano”. Se rieron y con una rama de un árbol la pusieron a barrer. “Mi tío la estaba viendo desde la ventana”, señala.

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Una mujer con su hijo visualiza las fotografías de los represaliados enterrados en las fosas extramuros de Manzanares / ARMH

Desde la cárcel también escuchó su tío el sonido de las campanas por el entierro de su padre, un 12 de octubre de 1940, por una pulmonía. Cuenta Carmen que “se quedaba en el campo toda la semana trabajando, porque el señorito no los dejaba volver”. Cuatro días después a él mismo, con tan solo 28 años, le llevaron ante la tapia. Pensaban que le conmutarían la pena de muerte por cadena perpetua, pero de la cárcel no salió.

Por lo visto su tío era ateo, pero debió confesarse a última hora, por eso está enterrado en las fosas intramuros del cementerio de Manzanares. “Diría: igual me confieso y me salvo. Ya ves tú”, expresa.

Unos dicen que los llevaron en carros y otros que fueron andando desde la cárcel, el actual centro de salud de la carretera de La Solana. Hace unas semanas Carmen fue a recibir la vacuna contra el Covid y se imaginó a la gente metida en las celdas, que hoy son consultas. “Después de tantos años a nadie se le ha ocurrido todavía poner una placa, que diga lo que fue este centro”, lamenta.

A la semana siguiente del fusilamiento murió su bisabuelo y su abuela cogió una gran depresión. Tuvo varios intentos de suicidio, se puso delante del tren y en una noria del polígono se tiró. “Esas son las consecuencias de la tristeza”, expresa Carmen, que hace referencia a la vida de su madre, marcada por el dolor. Con 95 años murió y su hermano siempre fue “su conversación diaria”, su obsesión”.

Pedro Alises Espinosa: la saca del 20 de julio de 1939, a las 4 de la madrugada

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Pedro Alises Núñez, nieto de Pedro Alises Espinosa, asesinado el 20 de julio de 1939 / Elena Rosa

A Pedro Alises Espinosa lo asesinaron en la noche del 20 de julio de 1939, a las 4 de la madrugada, una fecha terrible para la historia de Manzanares. “Aquella noche mataron a una treintena y casi todos eran mayores. Había cargos electos, diputados. Fueron a los primeros que fusilaron, para quitárselos de en medio”, explica Pedro Alises Núñez. Su abuelo murió con 45 años.

Todos fueron condenados a muerte a través de juicio sumarísimo sin garantías legales y a la mayoría les acusaron de “adhesión a la rebelión”. Acabada la guerra les imputaron crímenes que no probaron y entre las declaraciones, según explica el manzanareño, “solo estaban las de los testigos adeptos al mando franquista”.

Su abuelo era agricultor, sindicalista en UGT y militante del Partido Socialista. Será por eso que en su niñez Pedro recuerda que había gente que le hacía vacío, “porque venía de una familia de rojos”. Su abuelo también estuvo en la Junta Calificadora por el Pequeño Propietario Agricultor, “porque tenía un par de terrenillos”.

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Colgante encontrado en la fosa de los represaliados / ARMH

Además, fue sargento de intendencia durante la Guerra Civil, y se encargaba “del reparto de alimentos, de las expropiaciones a los caciques y de que las tierras libres volvieran a producir”. Pedro cuenta que Cataluña es famosa por las colectivizaciones, pero en Manzanares también existieron, ya que siempre estuvo en la retaguardia.

A su muerte dejó una mujer de 44 años y 5 hijos, uno de un año. Relegada por la dictadura, la familia vio como les quitaban “la mitad del patrimonio que tenían” y les colapsaron a multas. Pedro cree que su abuela pasó también un tiempo en la cárcel y su padre tuvo que servir y vender en la plaza, “pasando hambre y muchas penurias”.

Alfonso Fontiveros: la pena heredada y el viaje de una muestra de ADN desde Francia

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María Pilar García, bisnieta de Alfonso Fontiveros, asesinado el 20 de julio de 1939 / Elena Rosa

Por las tardes iba al cementerio María Pilar García, con su madre y su abuela, a tirar un ramo de flores por la pared del “corralillo” del cementerio. Es bisnieta de Alfonso Fontiveros, asesinado también a las 4 de la madrugada del 20 de julio de 1939, justo al terminar la guerra, con 52 años. Tan solo estuvo un mes y medio en prisión.

Su bisabuelo “era jornalero, anarquista y luchaba por los trabajadores para que tuvieran trabajo y con qué subsistir”. Desde 1938 perteneció a la CNT, “era enlace en la zona”. No fue al frente, porque ya era mayor, pero lo detuvieron cuando huyó hacia Valencia junto a sus hijos.

Exiliados, desaparecidos y en cárceles, así terminaron muchos de los miembros de esta familia. Su yerno acabó en el campo de concentración de Burgos y uno de sus hijos en Francia, donde luego se topó con la II Guerra Mundial y la barbarie nazi. Su abuela y su madre se quedaron solas e invadidas por la pena.

“Mi abuela quedó muy traumatizaba y no contaba mucho. Ella sufría muchísimo desde siempre, desde que tengo uso de razón recuerdo cómo hablaba de su padre, al que quería muchísimo”, cuenta María Pilar. Comenta que cuando los detuvieron quemaron todos los papeles que tenían en casa. Ni las escrituras se salvaron de la quema entre cosas del partido.

Siempre “luchadora”, su abuela murió con 101 años, y si por alguien está implicada la familia en el proceso de exhumación es por ella. “Esa es nuestra mayor satisfacción, en ningún momento se nos ha pasado por la cabeza dejarlo allí. Queremos dignificarlos, porque no hicieron nada malo para estar tirados como perros”, dice rotunda.

Comienza la identificación de los cuerpos

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Trabajos de exhumación en las fosas de Manzanares / ARMH

En las fosas de extramuros del cementerio de Manzanares encontraron 32 cuerpos: 21 en la fosa 1 y 11 en la fosa 4. En esta unidad de enterramiento hay 9 represaliados y otros 2 cuerpos, que se atribuyen a un hombre refugiado asesinado en 1947 y a una persona que tuvo una “muerte no usual” -suicidio-. También localizaron otros dos agujeros, correspondientes a muertes inusuales que fueron vaciados en los años 70 u 80 por orden judicial.

Para la identificación de los cadáveres ya han recogido una quincena de muestras genéticas. Una de ellas incluso ha venido desde Francia. María Pilar García explica que la muestra de ADN la ha dado un primo de su madre, Helios, porque dicen que “es más fácil de varón a varón”. “Ha sido la Generalitat la que se ha encargado de hacer las pruebas gratis, a través de sus primas de Barcelona”, comenta.

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Cádaver encontrado en la fosa extramuros de Manzanares / ARMH

En el contraste genético priorizarán a las familias con hijos e hijas vivos, con edades que superan los 90 años. “No podemos perder ni un minuto”, insiste Marco Antonio González, que espera que antes de que termine el año haya alguna identificación. “Es un proceso largo, van a ser meses, pero no queremos que pasen dos años”, advierte.

Para Carmen Labián el trabajo la ARMH “ha sido increíble”. “Se han ido súper agradecidos. Nosotros les llevábamos comida y postre todos los días”, cuenta, al mismo tiempo que lamenta la falta de implicación de las Administraciones a la hora de que las familias de los represaliados recuperen de una vez por todas los cuerpos. “Se habla de memoria histórica, pero aquí al final nadie nos ha ayudado. Esto no lo ha pagado ni el Ayuntamiento ni el Gobierno, y han tenido que venir voluntarios de Astorga”, dice.

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Identificación de pruebas en una de las fosas de Manzanares / ARMH

Los familiares hacen referencia a la forma de trabajar de la ARMH, que ha realizado este año 10 intervenciones por toda España sin subvenciones, desde Castilla-La Mancha a Asturias. “Se trata de garantizar los derechos humanos y no subvencionarlos”, explica Marco Antonio, que considera que “las exhumaciones las tiene que dirigir el Estado, con sus medios, sus universidades, sus institutos de medicina legal”.

Las sensaciones que quedan y las fuerzas para continuar

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Las fosas extramuros del cementerio de Manzanares tenían 6 metros de profundidad / ARMH

Las incógnitas sobrevuelan la mente de las personas que vieron la exhumación. ¿Qué genocidio querían haber hecho aquí?, se pregunta Carmen al hablar de la fosa. Tristeza y alegría se mezclan en el corazón de Manuel. “Siempre han dicho que a mi abuelo le tiraron vivo y que se agarró a una pierna de sus captores; pero esa verticalidad de la fosa, esa profundidad, lo macabro, me ha impactado mucho”, concluye.

El proceso de exhumación no ha estado exento de dolor. Cuando supieron que venía la ARMH sintieron “ansiedad, nerviosismo, alegría”, y al ver los cadáveres “tristeza”. “Una vez que encontraron el primer cuerpo fue muy dura la situación”, admite María Pilar. A su madre con 77 años le subió la tensión y acabó en el hospital. Ahora su ilusión es que “esto no pare”.

Cumplir con la memoria de sus madres y padres, de sus abuelas y abuelos, es lo que les da fuerzas. “Para mi madre todo lo que está ocurriendo es como un sueño. Ha sido un proceso muy largo que comenzó con la integración de las fosas en el cementerio, con la colocación de las lápidas y que ahora concluye con la exhumación”, cuenta Manuel. Ha sido ella quien ha dado la muestra de ADN.

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Familiares de Francisco Martín, Antonio González-Román, Alfonso Fontiveros y Pedro Alises en el lugar donde estaban las fosas comunes de los represaliados por el Franquismo enterrados extramuros en el cementerio de Manzanares / Elena Rosa

“Buscamos la verdad histórica”, insiste Rosario Baeza, para la que la exhumación de las fosas extramuros “ha sido el principio de lo que nos puede venir a nosotros, los intramuros, en un futuro”. “Es hora de que se dignifique a estas personas, que fueron vilmente asesinadas por el régimen fascista”, afirma Pedro Alises, que habla de lo que ha sufrido su padre, que hoy con 87 años también ha dado la muestra de ADN. “Las heridas no estarán curadas hasta que todos estén fuera”, cierra Manuel Gallego.

En la actualidad, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, en coordinación con el colectivo de familiares de las víctimas, recoge información y hace contactos para tramitar una solicitud al Ministerio para que se ocupe de la exhumación de los 255 represaliados del Franquismo, asesinados entre 1939 y 1947, que todavía siguen enterrados en fosas comunes en Manzanares.

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