Las grullas que se han hecho de rogar este año ya han llegado al parque nacional de Cabañeros. Los primeros trompeteos y su vuelo en uve las hacen inconfundibles en cuanto en empiezan a surcar estas tierras del centro sur de la península huyendo de los fríos del norte de Europa.
Las primeras que han llegado a Cabañeros vienen de Finlandia, Suecia, y otros países del norte, según ha dado a conocer el parque nacional en sus redes sociales de cara a un fin de semana otoñal y de temperaturas suaves, ideal para disfrutarlo en contacto con la naturaleza.
Las grullas estarán en el parque nacional de Cabañeros y el entorno (embalse de la Torre de Abraham) hasta mediados de marzo, cuando emprendan el regreso hacia sus áreas de cría. “Contemplarlas es todo un espectáculo visual y sonoro”, sugiere el parque.
Las grullas, uno de los atractivos de la temporada
Las grullas son uno de los atractivos de la temporada otoño y invierno. Entendidos en la migración de estas aves vinculados al parque relacionan que estén llegando más tarde este año con la circunstancia de que no ha hecho mucho frío todavía en el norte de Europa y hay alimento disponible. Y parece que las borrascas de la última quincena de octubre que han afectado sobre todo a la cornisa cantábrica han influido, puesto que estas aves prefieren momentos anticiclónicos para viajar.
El otoño es uno de los grandes momentos de Cabañeros
Por otra parte, las lluvias de las últimas borrascas que han recuperado otra vez el sonido del agua en los arroyos convierten al mes de noviembre en uno de los mejores momentos del año para visitar sin agobios el parque nacional de Cabañeros. El favorito de quienes trabajan en el parque, tanto en la gestión como en la oferta de actividades.
Apagados los últimos bramidos del celo del ciervo en otoño también se puede disfrutar de los colores de la floración y los frutos de algunas plantas como el torvisco, arbusto típico de la región mediterránea que florece en verano y continúa florecido ahora, “con sus frutos maduros”, además del cambio de tonalidades de los árboles y el bosque. “Cabañeros está ahora muy bonito en cualquier ruta”, dicen desde la dirección.
Poca gente visita Cabañeros en noviembre
También es un buen momento para recorrer los senderos del parque o reservar una visita, aunque un año más pasa lo de siempre: se acusa el efecto posberrea. “En Cabañeros siempre pasa lo mismo cuando pasa la bomba de la berrea, llega la tranquilidad, justo en el mes en el que más bonito está el parque, más se disfruta y menos gente viene”, opina Jesús Pozuelo, gerente de Visita Cabañeros, la empresa adjudicataria de las visitas guiadas por el interior del parque.
En las Tablas de Daimiel, donde también opera esta empresa, se espera la llegada de las grullas para reactivar el turismo, “no sabemos si como está prácticamente seco el parque se quedarán”.
Qué ver en otoño en Cabañeros
Las encinas, los árboles más abundantes en Cabañeros, y los alcornoques, ambos de hoja perenne, constituyen la base cromática verde en las sierras, junto a madroños, jaras y brezos. En lugares más húmedos, como fondos de valle o laderas de umbría, los quejigos y melojos, estos también presentes en zonas más elevadas, son los árboles que rompen la monotonía del monte mediterráneo en otoño, con tonos amarillos y ocres de sus hojas marcescentes, que permanecen en el árbol hasta que brotan las nuevas.
Especies caducifolias como el arce de Montpellier, el mostajo o la cornicabra, aunque menos abundantes, destacan entre encinas y alcornoques. Los madroños, de hojas perennes, constituyen un mosaico en sí mismos en otoño, por sus racimos de flores blancas y frutos que tornan de amarillos a rojos según su estado de maduración, explica el parque nacional en el boletín de la estación.
En las riberas de los ríos y arroyos predominan las especies caducifolias, por lo que la explosión de colores es aún más notoria, principalmente fresnos, sauces y alisos junto con arbustos como el arraclán o la zarza. En algunos rincones más escondidos aparecen abedules, serbales, arces y helechos, que igualmente tiñen de tonalidades amarillentas y ocres los valles, a diferencia del tejo o el acebo, especies de hoja perenne más propias de zonas norteñas, que aportan tonos verdes en algunos enclaves.