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20 abril 2024
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Los más valientes: mayores encerrados por el coronavirus

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Mayores de la casa tutelada de Piedrabuena salen al balcón / Noemí Velasco
Noemí Velasco / CIUDAD REAL / PIEDRABUENA
Dos ciudarrealeñas, Alicia y Elena, y tres habitantes de la casa tutelada de Piedrabuena, Rafael, Consuelo y Filomena, hablan de cómo ha cambiado su entorno, de las trincheras que han construido en sus hogares, de sus desajustes y de cómo pasan el tiempo de encierro. Forman parte de uno de los colectivos más vulnerables frente al Covid-19

La crisis provocada por el coronavirus ha trastocado en los últimos días la vida de los ciudarrealeños. Tomar un café con las amigas, salir a dar un paseo por la calle, acudir a clases de gimnasia o visitar a los familiares son rutinas que han desaparecido de nuestros días. Las personas salen a la calle con cuentagotas, con ligereza, mascarillas, guantes y en muchos casos con miedo. Y en medio de esta bruma gris que se cierne sobre el mundo, los mayores son los más afectados: forman parte de uno de los colectivos más vulnerables frente al Covid-19, en muchos casos han quedado confinados en sus casas y en los peores sumidos en la soledad. Dos ciudarrealeñas, Alicia y Elena, y tres habitantes de la casa tutelada de Piedrabuena, Rafael, Consuelo y Filomena, hablan de cómo ha cambiado su entorno, de las trincheras que han construido en sus hogares, de sus desajustes y de cómo pasan el tiempo de encierro. Están preocupados, pero tienen “haciendas”, y lo más importante, mantienen la esperanza.

Alicia: series, cocina y hasta videollamadas

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Alicia Lázaro sale a por el periódico en Ciudad Real / Elena Rosa

Sobrellevar el encierro va con “la actitud de cada uno”. Alicia Lázaro, vecina de Ciudad Real de 74 años, dice que “lo mejor es no cuestionar demasiado lo que han ordenado las autoridades”, porque a su juicio, “no hablan por hablar, ni por marcarse un numerito, ni colgarse una medalla”. No es cuestión de que nos gusten o no las medidas, sino de que “puede que, cuanto más salvajes sean, serán más efectivas”.

Dice Alicia que, “para la gente que somos mayores, que no tenemos trabajo y no cuidamos de hijos”, tampoco es tanto cambio. Ella reconoce que es “callejera total”: todas las mañanas tiene reunión con sus amigas para tomar el café y también sale por la tarde “a patear”, por las calles, por la vía verde. Cuando era joven también era catequista, profesora de teatro y hasta aprendió inglés. Sin embargo, se toma el encierro “con naturalidad”.
“Los hay protestones y otros que asumimos las situaciones”. Alicia considera que “lo mejor para todos es no cuestionar demasiado lo que están haciendo”, y tener cuidado con las fake news. La ciudarrealeña comenta que “aquí no nos están engañando, China, Italia, Francia, Alemania, todos los países están igual”. La mujer dice que “hay que asumir que la situación es mala y no asustarse”.

Este lunes salió por la mañana a hacer la compra como otro cualquiera después del fin de semana. “Es una tontería como una catedral comprar de más”, dice Alicia, al mismo tiempo que comenta que los trabajadores del Mercadona estaban mosqueados por la saturación que vivieron el viernes y el sábado. Ella no salía de su casa desde el sábado.
Vive con su marido y, de hecho, ha construido “una muralla alrededor”. “Aquí no viene nadie”, afirma. Por ella no está preocupada, porque es “una persona sana”, pero sí por su marido, que tiene diferentes afecciones. Eso sí, acepta lo que venga “sin miedo ninguno”.

El confinamiento no implica la desconexión con el mundo y más cuando tienes una familia que es un “clan”. Alicia y su marido están muy conectados con la familia, hablan por teléfono e incluso el domingo hicieron una videollamada a cuatro con sus hijos y sus nietos –una vive en Madrid, otro en Consuegra y el resto en Ciudad Real-. La mujer admite que no es experta en TICs, pero controla lo suficiente.

Con las amigas ahora el contacto es vía wasap o por el teléfono. Advierte que sus amigas “están todo el día enganchadas”, mandando noticias, memes, historias. “Cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas”, dice el refranero. Ninguna está especialmente sofocada. La mayor preocupación es por los hijos, que están expuestos por el trabajo, y por los que tienen a los niños en casa, que les complica la existencia. “De momento van saliendo, no se ha suicidado ninguno”, comenta.

Muy activa, Alicia no ha parado su dinamismo y ha seguido “con las actividades normales de una ama de casa”. Baja a por la prensa, lee libros, ve series en la tableta, en la cocina está aplicando el “aprovechamiento de restos” y cuenta que cuando la da la “locura” ordena un armario.

Ha leído la saga de ‘La reina roja’, tiene tres o cuatro libros por medio y ahora está con una novela de una chica que viaja a África en busca de su amigo Ezequiel. También ha acabado con la serie ‘Vivir sin permiso’ en Netflix y está picada al ‘El bazar de la caridad’, entre alguna que otra de intriga política, que son sus preferidas.

En la plaza Mayor dice que no hay “ni cucarachas en el suelo por la noche”. Alicia habla de la Feria del Stock, que montaron el miércoles y que quitaron el viernes. El lunes terminaron los operarios de desmontar la estructura. Desde entonces no hay ni un alma, y mira que, según comenta, “las terrazas siempre están llenas y siempre hay cosas”.

“Quizás somos más civilizados de lo que pensamos o estamos aterrorizados”. Alicia no se cree que el encierro vaya a durar quince días. “En China han sido 54 y allí nadie asomaba la cara, imagínate para controlar aquí al personal, a los mediterráneos”, sin embargo, a juzgar por el escaso tránsito de personas parece que las órdenes se cumplen.

Nunca ha vivido una situación igual, aunque advierte que probablemente a lo largo de su vida han ocurrido situaciones parecidas, “pero nadie nos hemos enterado”. Alicia hace referencia a los cien cuentos de Giovanni Boccaccio en el ‘Decamerón’, escritos durante la epidemia de la peste que diezmó Florencia en 1348. También habla del ébola, y de la malaria, “que se lleva por delante todos los años a cientos de miles de personas en África”.

“Ahora nos ha tocado la China, nunca mejor dicho”, apunta Alicia, que considera que el miedo que nota España en estos días también tiene que ver con el exceso de información y la reacción de los ciudadanos del primer mundo ante una crisis sanitaria de tal calibre. Eso sí, destaca que “lo importante es que tenemos más medios que nunca para pelear con este tipo de cosas, por lo que existe esperanza”.

Elena: la radio para llevar el aislamiento

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Elena Rico se entretiene con la radio / Elena Rosa

En la economía piensa Elena Rico, ciudarrealeña de 70 años, que sobrelleva el confinamiento con la radio puesta. Dice que tiene una casa muy grande, así que, ante la imposibilidad de salir a recorrer calles, sube y baja las escaleras todo el rato. El caso es seguir en forma.

Reconoce que desde la última semana “todo son complicaciones”, desde la sanidad a la economía. Es un jaleo salir al cajero y a la compra, aunque no queda otra que “tener paciencia”, porque contra el coronavirus lo mejor es proteger a familiares y amigos, y por lo tanto evitar los contactos sociales y las salidas al exterior.

Frente a los irresponsables, Elena advierte que “hay que tener cuidado con los mayores que no han dejado de salir” y que discurren por vías “donde piensan que nadie los vigila”.

Para sobrellevar las medidas del estado de alarma ella recomienda “hacer cosas de la casa normales, de las que nadie se acuerda habitualmente”, como “limpiar bien, colocar armarios y cajones”, aparte de “leer quien pueda”.

Rafael, en la casa tutelada

Los centros de mayores han cerrado y las autoridades sanitarias han blindado las residencias. En Piedrabuena, nueve mayores pasan el encierro en la casa tutelada con resignación. Desde el pasado fin de semana se acabaron los paseos, las visitas de familiares y las clases de gimnasia.

Vecino de Arroba de los Montes con 70 años, Rafael de Bayo es el más joven del grupo. Desde la semana pasada, cuando empezó a ser alarmante la evolución del coronavirus, es el encargado de hacer los recados, como “voluntario”. Con mascarilla y guantes cada día va a comprar el pan y también va a la farmacia a por las medicinas de todos.

“Esta mañana me ha parado la Guardia Civil”. Rafael reconoce el susto que se llevó este martes cuando caminaba tranquilamente por la calle Real con la bolsa de trapo al hombro. Siempre que sale la precaución es máxima y es escrupuloso a la hora de lavarse las manos con jabón de sosa. En la casa tutelada también entran y salen las dos cocineras.

Cuenta que los cambios empezaron la semana pasada, cuando les comunicaron que “la chica de la gimnasia”, que viene de Porzuna, no podía ir para minimizar los riesgos de contagio. Les han dicho que por lo menos no tendrán clases de mantenimiento hasta finales de marzo o primeros de abril. “Una lástima”, exclaman, porque hacían ejercicios de cadera, cabeza y piernas, y cuentan que desde entonces andan más ligeros.

Con la televisión no se aburren, también están de cháchara y dan paseos por la vivienda. Rafael dice que siempre ha sido “más casero que de calle” y que nunca ha sido “hombre bebedor”. Claro, muchos días salía de paseo, hasta Cuatro Caminos, y algunos al subir se tomaba un café en el bar de Pepe. Ahora no puede, y encima está todo cerrado.

Televisión, sofá y cama son las opciones. A Rafael, que lleva dos años y medio en la casa, le gustan las películas que echa la televisión de Castilla-La Mancha, las del oeste, que ve con un compañero en su cuarto. Tienen al menos tres o cuatro televisores en espacios comunes y habitaciones, así que no riñen por los canales.

Consuelo hace mascarillas con retales

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Mayores de la casa tutelada de Piedrabuena salen al balcón / Noemí Velasco

Con los hilos y el dedal se entretiene Consuelo Cabrera. Tiene 87 años y el próximo 23 de marzo hace cinco años en la casa tutelada de Piedrabuena. Desde el pasado fin de semana se ha entretenido en hacer mascarillas con un retal de tela para sus compañeras y las trabajadoras. “Nos dieron guantes, pero no había mascarillas”, así que ha empezado a confeccionarlas para estar más protegidos en caso de salir a la calle.

En la casa tutelada, en situación de normalidad, los usuarios pueden entrar y salir a lo largo del día sin limitaciones. Consuelo era una de las que más disfrutaba de las salidas, para dar una vuelta a su casa, visitar a su hijo y sus nietas, y para ir a la compra, a la farmacia o a los bancos. Ahora está recluida, y solo sale alguna vez para llevar comida a la gata que tiene en su casa, “es una obligación, porque no se puede morir de hambre”.

No la fastidia mucho el aislamiento pero lo peor que lleva Consuelo es “salir de esta forma, con la mascarilla, los guantes, toda tapada, y encima que me pueda parar la policía”. El lunes pasaron al lado de ella unos agentes que patrullaban, pero no la pararon.

El cierre del centro de salud ha sido otro desajuste. Este martes Consuelo tenía que ir al médico para que la controlaran la tensión, el azúcar y el peso, como hace cada dos meses, pero estaba cerrado. “Solo hay urgencias”, comenta. Además, habla del servicio de comidas de la casa tutelada para personas mayores que no viven en ella: ahora todos los tápers tienen que ser desinfectados en la vivienda.

Aparte de gimnasia, Consuelo cuenta que cuando terminan de comer limpian la mesa, lavan el suelo y doblan la ropa según sale de la lavadora. Ahora, como no sale a la calle, pues tiene más tiempo para otras cosas. La piedrabuenera dice que se entretiene en hacer flores de papel mientras tiene el oxígeno puesto, coser mantelerías y se ha puesto con unas blusas. También cuida tres preciosos geranios que tiene recién sembrados en el balcón.

Al día están de las noticias y a veces comentan la actualidad, hablan del tiempo y de los que pasan por la calle, aunque ahora son pocos. Consuelo vio este lunes a dos o tres personas a la hora de abrir las tiendas y el domingo solo a una chica joven con un perro. “No se ve a nadie por la calle, nos lo estamos tomando al pie de la letra, no he visto cosa igual”, comenta.

¿Hasta cuándo vamos a aguantar? Consuelo reflexiona que según pasen los días cada vez lo van a llevar peor. En la casa tutelada solo tienen las ventanas y el balcón, y comenta que tampoco lo van a tener abierto con este tiempo. Cuenta que nunca ha vivido nada semejante en su vida, pero recuerda que su madre a veces hablaba del cólera. En el cementerio, “que estaba donde está hoy la casa tutelada”, cuenta que los enterradores no llegaban debido a la alta mortandad.

Filomena lleva un mes sin salir

Un mes de encierro lleva Filomena González ya en la casa tutelada. Con 88 años, esta vecina de Alcolea de Calatrava es una de las veteranas de la vivienda. Cuenta que estuvo en el hospital 8 días por problemas de corazón y después tuvo que guardar reposo. De manera que ahora, cuando podía empezar a salir, no puede por el Covid-19.

A Filomena el coronavirus le ha fastidiado además el paseo. Salía todas las mañanas, porque tiene las piernas “muy mal”, por el pueblo, por las calles, de 11 a 12 o 12.30. Ya no puede hacerlo, por lo que la alternativa es dar paseos por la galería. “Me doy un paseo, me siento, me doy otro, luego veo la tele”, narra.

Con las puertas cerradas al exterior, sus hijos, que venían a verla cada fin de semana, ahora no pueden. No la queda otra que hablar por teléfono y reconoce que está “preocupada”. “Están en la calle trabajando, son albañiles; y encima uno está en Madrid, donde está todo el ajo”, comenta con resignación.

Miedo por ellos no tienen. Los mayores de la casa tutelada de Piedrabuena, a pesar de pertenecer a uno de los colectivos más vulnerables frente al coronavirus, no tienen temor. Su mirada está puesta fuera, en sus hijos, nietos, en sus familiares. “Que sea lo que Dios quiera”, concluyen.

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