A los pies del castillo de Alarcos, escenario en el siglo XII de una de las batallas más cruentas de la Edad Media entre cristianos y musulmanes, han aparecido este verano esqueletos, algunos de ellos increíblemente bien conservados, de cinco adultos y cuatro niños, que podrían tener más de ochocientos años de antigüedad.
Quiénes eran y que hacen ahí casi un milenio después no es del todo un misterio, sino un eslabón más de esa historia viva de Ciudad Real que es el yacimiento de Alarcos. Los huesos, que se analizan ahora en el laboratorio, estaban enterrados según el rito islámico: en tierra virgen, con sudario (ni el mínimo rastro de ajuar), de cubito lateral derecho, y mirando hacia la Meca, y forman parte del pequeño cementerio almohade del yacimiento, cuya existencia documentaron los arqueólogos en el año 2008, pero que no se había excavado hasta ahora al existir otras prioridades.
¿Quién es la gente que está enterrada en este cementerio? “Desde la antropología todavía podemos decir poco, de momento hemos sacado huesos que tendremos que examinar. Por el contexto en el que han aparecido sabemos que eran musulmanes, la población almohade que vivió en la fortaleza entre la derrota de Alfonso VIII de 1195 y la victoria de 1212 en las Navas de Tolosa”, explica prudente Lucía Muñoz, la antropóloga física que se unió hace tres años al equipo de arqueólogos medievales de Alarcos, junto a Antonio de Juan y Diego Lucendo.
Los almohades: fundamentalistas islámicos
De los almohades, la guerrera etnia bereber que reemplazó a los almorávides en el control de Al-Andalus a finales del siglo XII y principios del XIII, Antonio de Juan cuenta que eran muy religiosos, “fundamentalistas del Islam de la época que imponen la ortodoxia musulmana en estas tierras, por si alguien se había movido algo”.
Sexo, edad y condiciones de vida
Pero hay un interés más prosaico en todo esto que tiene que ver con el sexo, la edad y las condiciones de vida de los últimos musulmanes de Alarcos, de hecho Lucía Muñoz incluirá detalles de estos enterramientos en su tesis doctoral ‘Estudio antropológico de la fosa de despojos de la batalla de Alarcos’ en la que está trabajando.
De las condiciones de vida en el acuartelamiento en el que se convirtió Alarcos tras la derrota de Alfonso VIII hablarán estos restos humanos más que otras piezas. “Por el estudio podemos saber la alimentación, el sexo, la edad, sus características físicas, si tienen marcas musculares o de lesiones y patologías previas u otras relacionadas con la muerte; incluso si hay algún individuo vinculado a la batalla, algo que consideramos difícil”, señala Muñoz.
La investigación también incluye análisis de isótopos para conocer la dieta y la movilidad.
Que hayan aparecido en buen estado esqueletos humanos de hace ocho siglos no es extraño, “algunos huesos han salido muy bien, otros más frágiles. Que se conserve mejor un hueso no depende de la antigüedad sino de las condiciones del terreno, la humedad o si hay vegetación. Tenemos casos de restos de la Guerra Civil que no se han conservado por la acidez del terreno mientras que a veces aparecen huesos de neandertales de hace millones de años muy completos”, aclara la antropóloga.
Cuarenta tumbas “muy bien hechas”
En solo quince días de excavación sistemática, con doce alumnos voluntarios de la Universidad de Castilla-La Mancha, y una campaña en la primera quincena de septiembre que ha desafiado a los elementos con calor, lluvia, viento y tormentas, la investigación del cementerio almohade ha dado más de sí de lo previsto.
“Después de la batalla en este lugar se quedó una población árabe muy residual, que vivía en el castillo y tenía su pequeño cementerio. No creemos que haya enterramientos de la batalla e incluso es posible que el cementerio árabe sea anterior a la conquista cristiana de 1212, quizá existiera ya en 1147, en el primer poblamiento musulmán del cerro”, argumenta De Juan.
Los arqueólogos y estudiantes han podido delimitar hasta 40 tumbas en el cementerio, situado a los pies del castillo y orientado al sur. Una de las más impactantes es la que alberga los restos de un bebé que una voluntaria extrae con mimo mientras retira la tierra alrededor muy despacio, con cepillitos y pincel.
Otra singularidad del cementerio es el diseño de las tumbas, algunas en forma de ‘macabrillas’, hileras de piedras amontonadas, unas más grandes y otras más pequeñas, con las que se va construyendo una especie de pirámide. “Estas macabrillas de Alarcos son únicas en esta zona, en Andalucía es más común encontrarlas”.
Cipos y macabrillas
En otros enterramientos los trabajos de limpieza y excavación de este año han descubierto los “cipos”, una especie de mojón de piedra en la parte central de la tumba que señala el lugar del sepulcro.
En esta morada de los muertos almohades no han aparecido tumbas más destacas que otras, todas son parecidas en relevancia y trabajo sencillo pero pulcro, “las únicas diferencias son de los materiales. Utilizaron las piedras y lo que tenían por aquí, en unas aparecen sillares, posiblemente de los restos de la batalla de Alarcos [la ciudad cristiana estaba en construcción cuando atacaron los árabes], en otras piedrecitas, la diferencia puede ser el año del enterramiento”.
La campaña arqueológica 2019 no ha estado exenta de complejidad, “las piedras amontonadas se caen al cabo de los años, nos hemos encontrado un batiburrillo en muchos casos en el que es difícil delimitar donde termina una tumba y empieza otra”, remarca el profesor De Juan. Los ‘cipos’ de piedra, el equivalente a la cruz cristiana, han sido de gran ayuda para hallar los sepulcros.
Como en cualquier trabajo arqueológico todo lo que se extrae se fotografía, se documenta y se toman muestras –en este caso de huesos para analizarlos en el laboratorio-. Todas las tumbas que se han excavado se han vuelto a cerrar de nuevo.
Otro descubrimiento ha sido la confirmación de que debajo de este cementerio hay alguna edificación más antigua, posiblemente de la etapa Ibérica del yacimiento o de la primera población musulmana en el siglo XII.
En esta campaña el equipo del Alarcos medieval también ha utilizado drones para fotografiar con mayor precisión lo que se excava, obtener planos cenitales y secuenciar de manera gráfica todo lo que se ha hecho, “los drones nos han facilitado mucho las cosas con ellos podemos hacer hasta reconstrucciones en tres dimensiones”.
Los almohades solo ocuparon el castillo
Se sabe que tras la victoria de Al-Mansur y sus tropas sobre Alfonso VIII en la ciudad que el rey castellano estaba fortificando, los árabes limitaron su presencia. Los almohades solo ocuparon el castillo y le dieron mayor protagonismo a Calatrava la Vieja (en el actual Carrión), pero en esos diecisiete años desde Alarcos hasta las Navas murió gente, soldados y familiares de los moradores de la fortaleza, cuya historia empieza a ser un poco más conocida.
“Alarcos es lo que los arqueólogos llamamos un bombón”, subraya De Juan, mientras mira el panorama que tiene ante sí en el penúltimo día de excavación arqueológica. Son ya casi treinta años de investigación y el yacimiento sigue aportando material para profundizar en la historia.
La batalla, Alarcos y el yacimiento
El 19 de julio del año 1195 tropas almohades al mando de Al-Mansur y cristianas comandadas por el rey de Castilla Alfonso VIII libraron a pocos kilómetros de Ciudad Real, en Poblete, una de las grandes batallas de la Edad Media que culminó con la derrota cristiana y la toma mora de la pequeña ciudad de Alarcos, en pleno proceso de construcción.
En una sola jornada murió la élite de la nobleza castellana para facilitar la huida del rey (muchos fueron enterrados en la fosa de despojos de la muralla). El lugar, hoy un yacimiento arqueológico visitable a diez kilómetros de Ciudad Real, quedó tan marcado por los malos augurios que ya no despegó, ni siquiera cuando fue recuperado para la cristiandad, diecisiete años después, tras la victoria del mismo Alfonso VIII en las Navas de Tolosa.
Un poco más tarde, otro rey castellano Alfonso X El Sabio le dio la puntilla a Alarcos. Decidió desistir de seguir ocupando el cerro con su magnífica panorámica sobre el río Guadiana y dar carta puebla al Pozo Seco de Don Gil, muy cerca, para fundar un realengo que contrarrestara el poder de las órdenes militares en la zona. Era el 20 de febrero de 1255, Ciudad Real echaba andar para la historia y Alarcos moría un poco más.