Lucía -nombre ficticio por seguridad- era una joven española, feliz, “con mi carácter”, que tenía 26 años, un trabajo, su familia, sus amigos… Y un futuro lleno de posibilidades por delante.
Y hablo en pasado porque la violencia de género ha marcado un paréntesis en su vida de siete años, siete años en los que su maltratador logró convertirla en una mujer sumisa a él, de la que abusó lo que quiso sin que ella fuera siquiera consciente de que era una mujer maltratada y culpabilizándose de todo. Esa es una de las especialidades de estos hombres -sólo porque ese es su género, no porque lo sean de verdad- que enamoran a sus víctimas, las agreden de distintas formas, las aíslan, las hacen sentir culpables, y ellos siempre regresan con el “no ocurrirá más”.
Pero Lucía ha vuelto a ser feliz, y aunque aún le queda por trabajar para recuperar toda la autoestima que el agresor le robó, lo cierto es que la sonrisa vuelve a llegarle a sus preciosos ojos claros.
La historia de Lucía podría ser como cualquier otra de una chica que conoce a un chico del que se enamora y que se comporta como “el mejor novio del mundo”, hasta que Hasta que una excusa reveló su verdadera personalidad: la primera bofetada llegó en un bar porque ella se encontró con su hermano.
“Me acuerdo muy bien de esa situación. Pienso en el golpe y todavía me duele porque, por un momento, me veía como las mujeres en la tele. Me cogió así del brazo y me arrastró por unas escaleras. Yo me quería ir pero él me llevó a su casa mientras no me quería creer lo que me estaba pasando” explica a Lanza Lucía, quien reconoce que estaba “muerta de miedo” pensando en lo que le iba a hacer y yo me quería ir, él me cogió del brazo y me llevó hasta su casa.
Cuando llegaron, tras arrastrarla por la ciudad, él se “calmó” y no la volvió a agredir, por lo que ella prefirió quedarse a dormir para no tener más problemas y alejarse para siempre de él al día siguiente.
Sin embargo, esa intención duró solo dos días, los que tardó el maltratador en volver para pedirle disculpas, decirle que no sabía qué le había pasado pero que nunca volvería a ocurrir.
“Yo creía que no era el perfil de víctima”
El testimonio de Lucía es tan escalofriante que ella misma dice que “estuvo mucho tiempo sin pasar nada, salvo voces e insultos “pero sin pegarme”. Y es que a esta joven le ha costado mucho tratamiento llegar a entender que las voces e insultos y la anulación de la persona, también son malos tratos.
“Hasta casi hace nada no me sentía una mujer maltratada: Hasta que no llegué a la Casa de Acogida y me escucharon y escuché no lo vi. Siempre he dicho que a mi no me ha pegado palizas, empujones o patadas, por lo que, incluso ahora, me cuesta decir que soy víctima de violencia de género”, asegura con tristeza.
Ese es un aspecto en el que insiste en varias ocasiones a lo largo de la entrevista cuando narra su calvario al lado de su ex pareja. Y repite, con una normalidad que asusta que pudiera sentir aunque ahora haya abierto los ojos, que “a mi no me pegaba palizas, había días que tampoco me pegaba y solo me insultaba. Solo una vez en siete años me dejó un moratón en el brazo, ya que normalmente me pegaba patadas en las piernas, en la cabeza o empujones y muchas amenazas, pero tampoco me veía como estas mujeres. No me mandó al hospital”.
Y es que Lucía, al igual que gran parte de la sociedad, creía en el estereotipo de la mujer maltratada que a veces se extiende y que no responde a la realidad porque la única condición para ser víctima de violencia de género es ser mujer. Ella pensaba que no era extranjera, ni dependía económicamente de él -era a la inversa pese a que era tres años mayor-, además de que siempre había tenido un carácter fuerte. “Sin embargo, de nada me sirvió ese carácter con él porque he sido sumisa siete años. No podía decirle nada, yo tenía que estar callada porque si no era peor”.
Y la excusa para agredirla, porque podría haber sido cualquiera, era en este caso el dinero porque consideraba que debía entregárselo a él, que no trabajaba ni tenía ingresos. Como ella le decía que no, la agredía, rebuscaba entre sus cosas… “Siempre era por el dinero porque, además, en mi caso no existían celos ya que yo no salía, dejé de hablar a mis amigas y a mi familia. Sólo me relacionaba con él” indica Lucía, que vio con este aislamiento completado el círculo de la violencia.
Su hija: La línea roja
Lucía intentó dejar a su maltratador en muchas ocasiones y lo conseguía… Durante unos días, porque al final volvía a caer y regresaba a su lado. Sin embargo, y como le ocurre a muchas víctimas de violencia de género, el detonante que le dio la fuerza que le faltaba fue su hija de un añito.
“Una noche, en la que él se había despertado por algo que había soñado, empezó a darme voces y a insultarme. Mu hija, que estaba durmiendo, se despertó temblando al borde de la cama y vino a buscarme para meterse bajo mi pecho. En ese momento fui consciente de que lo que yo sintiera por él ya no contaba, que sólo importaba mi niña”.
Desde ese momento que marcó un punto de inflexión en su vida, no tardó en ir al centro de la mujer de su provincia donde le dijeron que, si ella quería, en dos horas iba a estar fuera de allí y lejos de él.
“Llegas a un sitio en el que te dicen, siempre si tu quieres, que se acabó. Que no cojas ropa ni nada porque no te va a faltar nada, que te van a ayudar. Yo me acuerdo de ese día. Me salí a fumar un cigarro y me sentí libre y feliz por primera vez en mucho tiempo. Pero en mucho tiempo, casi tanto que no recordaba ya esa sensación”.
No obstante, no todo es fácil desde ese momento y reconoce que tiene mucho que trabajar especialmente su autoestima y comenzar a pensar que no todo el mundo es igual, “que no me van a hacer lo mismo, estoy como con una coraza que no dejo entrar a nadie”.
Además, el tiempo que ha permanecido sumisa y callada ha hecho que sea ahora cuando está sacando su rabia por cuestiones como que sea ella quien haya tenido que abandonar su hogar, su ciudad, su familia y sus amigos, “como si fuera yo la que ha hecho algo” mientras que el sigue viviendo en su entorno tan feliz”.
Reconoce que tampoco sabe muy bien cómo gestionar sus emociones, sus sentimientos y la forma de relacionarse con las personas, “como por ejemplo ahora que he conocido a un chico y me doy cuenta de que enseguida salto por cualquier cosa. No sé muy bien que es lo que tengo que trabajar, pero las psicólogas del centro de la mujer me están ayudando mucho, por lo menos en cómo desarrollar otras relaciones”.
Lucía, que ya ha iniciado su vuelo y no reside en una casa de acogida, reconoce que sigue teniendo medio a un reencuentro con él -pese a que han pasado muchos meses- por si se produce un retroceso en lo que ha avanzado o una recaída, como les pasa a muchas víctimas sobre las que ellos siguen ejerciendo poder.
“Mi miedo siempre es volver con él o que me quite a mi hija” dice Lucía que, al ser preguntada sobre si cree que aún le quiere, asegura que no. “Me han ayudado mucho las educadoras a ver cómo yo no quería esa vida y esos sentimientos se fueron apagando al comenzar a vivir otras cosas, a descubrir que existía algo diferente, un día a día en el que podía conocer a gente nueva, fumar cuando quisiera, salir sin que me lo impidieran o levantarme sin que nadie me diera ninguna voz… Eso no tiene precio y los sentimientos se fueron acabando. Creo que le dejé de querer hace mucho. Ahora solo me que me queda la rabia por lo vivido y por lo que me ha robado”.
Muchas cosas por sanar
Las heridas que le han quedado a Lucía no son tanto marcas físicas como psíquicas o emocionales y, tras el paso que ha dado, ya es consciente de que tiene muchas cosas que sanar y que le queda un largo camino por recorrer que no será fácil pero que sólo puede ir a mejor respecto al infierno vivido en los últimos siete años.
“Yo sentía que estaba sola y que no podía salir de ahí, me daba mucha vergüenza. Pensaba que no era para tanto y que seguro que había mujeres peores. Pero cada caso es único y siempre hay alguien que te ayuda a salir. Lo que está claro es que nadie debería ‘morir por amor’ porque algo así no es amor.
Ella va avanzando, despacio pero mucho, y ya ha aprendido que la libertad no tiene precio y que el amor es otra cosa a lo que ella creía. “Pensaba que a lo mejor era culpa mía, pero ahora sé que el amor es otra cosa: no es darle todo el dinero, ni levantarme para hacerle comida cuando llegue borracho a las siete de la mañana. Como tampoco lo es dejar que me haga el amor si él quiere y aunque yo no quiera. Ahora estoy aprendiendo a ser libre”.
Lucía es valiente, y junto a su fuerza está la que le da su pequeña, además de que ha aprendido a apoyarse en la gente maravillosa que ha conocido en este camino que ha emprendido para acabar con su sumisión a un agresor que jamas la quiso. Porque el amor no es eso, el amor jamás duele. Al contrario, el amor de verdad complementa.
Ahora Lucía piensa en su futuro y en el de su hija, que no quiere por nada del mundo que pase por algo similar. Por eso, y aunque aún es pequeña, tratará de enseñarle a que no se deje pisotear ni controlar. “Quiero que tenga claro todos los tipos de maltrato, que entienda que si su novio le dice que no se ponga esa falda y ella quiere, que lo haga y después le deje, porque luego va a ir a más… Ahora estoy estudiando y entiendo esas cosas, entiendo la necesidad del feminismo para acabar con los malos tratos. Quiero enseñarla a que luche por la igualdad, como intento hacer yo; transmitirle principios y valores para que sea buena persona y una luchadora”.
Suerte Lucía, porque lo vas a conseguir. Como seguro que lo harán todas las mujeres que puedan dar el paso y que es importante que cuenten con el apoyo de toda la sociedad. de TODOS, sin fisuras.