“No había ninguno más”, relatan desde la distancia del tiempo los hijos de Herrera Piña, en referencia a la profesión de su padre tras una cámara de fotos, con la que inmortalizó la historia que fue contada a diario en las noticias de Lanza. En las calles de la provincia de Ciudad Real sólo se escuchaba el click de su cámara disparando y el sonido del carrete avisando de que aquello era finito. La utopía de lo digital todavía quedaba lejos y la selección debía ser todavía más selecta para tratar de reflejar la historia sin que no hubiese fallos.
En aquella forma de hacer fotos no había marcha atrás. Tenías que estar seguro de lo que tu ojo y tu lente habían captado porque en la cubeta de revelado había muy poco que pudiese mejorar; quizás algo las sombras, la intensidad de los negros, pero poco más.
Pese a ello, la cantidad de negativos que Herrera Piña fue sumando paulatinamente fue creciendo poco a poco, al ritmo que la ciudadanía lo reconocía como “el fotógrafo oficial de la provincia”. Allí donde ocurría algo estaba él; a veces trabajando para Lanza, otras haciéndolo para la agencia EFE; siempre, al servicio de la información.
Sin embargo, su historia, como tantas otras, tuvo un inicio casual. Funcionario de carrera, explica su hijo Manuel que “mi padre llegó a la fotografía de casualidad. Él trabajaba como técnico de radiografías y fue ahí donde creció ese gusanillo por las imágenes y el revelado. Os podéis imaginar que antes, hacer una radiografía no tenía nada que ver con la tecnología actual. Gracias a su forma de conseguir imágenes de definición muy buena para la época, hizo que muchos cirujanos de Madrid recurriesen a él para saber cómo abordar operaciones que sin esa nitidez hubiesen sido mucho más difíciles”.
De su trabajo en el hospital se lanzó a la calle, con una cámara en la mano y con ganas de reflejar lo que estaba sucediendo. Padre de cuatro hijos, hizo de su casa una fábrica en cadena. Él hacía las fotos, uno de los hijos ayudaba en el secado, otro en el lavado, el otro hacía de recadero. La casa de los Herrera Piña era un no parar, un trasiego constante, donde no paraban de llegar encargos en forma de noticia y que dependían de un teléfono fijo que a veces ni siquiera estaba cerca.
De aquellos días, rescata Juancho, el menor de los hermanos que “mi padre siempre estaba fuera de casa, entre comillas. Siempre estaba viajando. Llegaba tarde y con la prisas de tener que llevar las fotos reveladas antes de que cerrase la edición del periódico para el día siguiente”. El alivio, señala, llegaba los fines de semana. “Estos días solíamos pasarlo en familia, pero es verdad que si no tenía una cosa, tenía otra”.
Ser el único fotógrafo dedicado a la cobertura de noticias obligaba a multiplicarse para llegar a todo. Políticos, deportistas, toreros, no había un sitio donde no estuviese la cámara de Herrera Piña inmortalizando lo que estaba sucediendo y que al día siguiente acompañaría las crónicas de la época, que edición a edición, fueron configurando los 80 años que ahora celebra Lanza.
Confiesa Juancho que llegó a “cogerle tirria a la fotografía. En mi mente relacionaba que, por culpa de ese trabajo, mi padre no podía jugar con nosotros. Cuando llegaba a casa nos tocaba currar a todos. A mí alguna vez me tocaba plantarme con una cámara sin saber cómo funcionaba para echarle una mano porque él era incapaz de llegar a todo. Me decía: te pones ahí y haces esto y le das a esto y tal y cual”, sonríe ahora al recordarse como un niño con cara de susto.
Los años enseñan que todo aquello forma parte de recuerdos imborrables y entonces lo empiezas a valorar de otra forma. Ahora, décadas después, “tanto mi hermano Manuel como yo, tenemos ese veneno de la fotografía dentro y nos encanta hacer fotografías”.
Hasta los años 70 fue casi el único fotógrafo en la provincia
Hasta los años 70 la profesión de fotógrafo no se prodigaba en la provincia de Ciudad Real. Poco a poco fueron apareciendo algunos compañeros, todos hombres, que casi siempre acaban decantándose por cubrir deporte. “Hasta entonces, él se encargaba de llegar a todo. Cuando aparecieron los primeros fotógrafos en otros pueblos, el volumen de trabajo para él disminuyó y le permitió seleccionar más donde trabajaba”. Lo que sí tiene claro el mayor de los hermanos Herrera es que “allí donde ocurría algo importante estaba mi padre”; bien con las cámaras de foto o bien con las cámaras para grabar imágenes que luego eran emitidas en aquella incipiente televisión en blanco y negro.
Entre las noticias que un día Herrera Piña tuvo que cubrir hubo una que se inmortalizó en la memoria de sus hijos, por el miedo que pasaron en aquel momento. “El incendio en la estación de Ciudad Real nos provocó mucho miedo”, dice Marisa. “A la familia nos mandó a Piedrabuena y sabíamos que él iba a ponerse en primera línea para contarlo con su cámara. Para que te hagas una idea, nos contaron que si el vagón llega a explotar, todo Ciudad Real hubiese sido arrasado”. En el pueblo, rememora la más pequeña de los cuatro hermanos, “subimos a un monte y podíamos ver el humo”.
El fotógrafo “oficial” de la provincia
Ser uno de los escasos fotógrafos de la provincia lo llevó a viajar y a inmortalizar incontables actos. Todos aquellos negativos de largas jornadas de trabajo fueron cayendo en cajas, casi siempre de forma desordenada, coleccionando una maraña que el tiempo fue enebrando hasta perderlas, entrelanzando fechas, momentos y rostros que a veces eran los mismos pero que diferían en una vejez que avisaba del desastre cronólogico entremezclado.
Subraya Manuel, que “en el archivo habrán aparecido más de 300.000 negativos”, aunque bromea con alivio pensando que hubiese sido peor si aquellos carretes hubiesen dispuesto de la posibilidad infinita de la cámara digital. “Si hubiera cogido máquina digital, madre mía, la que nos hubiera caído encima. Parecía que se le quedaba el dedo pegado”, algo que sólo justifica por la presión que tenía encima. “Tenía un hándicap, que era que todos tenían que salir bien en la foto. Si uno salía mal, luego le decían, ¡Joder, cómo me ha sacado!”.
En este sentido, recuerda un episodio con cierto presidente de Castilla-La Mancha. “Había un presidente que tenía un asesor con la costumbre de ir siempre pegado o por delante. Salía siempre en todas las fotos. Un día, llegó mi padre, lo cogió del brazo y le dijo literalmente, “¡quita de aquí que me jodes todos los días las fotos!”. Desde entonces, siempre tenía cuidado de echarse a un lado”.
Quizás por eso, entre todos los protagonistas que su cámara fue inmortalizando durante décadas, el personaje favorito no fuese un político, ni un deportista, sino su amigo López Villaseñor. “Hizo mucha amistad con él y fue su fotógrafo de cabecera. Todas las exposiciones, las fotos de los cuadros para los catálogos, etc, las hacía mi padre”.
Entre los eventos, por encima de todo destacaba su pasión por los toros. Las corridas las veía tras el visor y el ritmo de los capotazos llegaban a la velocidad con la que se abría y cerraba el obturador de su cámara. “Su pasión eran los toros. Allí donde había una feria importante en la provincia de Ciudad Real, allí estaba mi padre”; plazas que rompían fronteras provinciales si se trataba de faenas en las que participaban sus amigos toreros, Antonio Sánchez Puerto o el Calatraveño.
De los recuerdos de corridas y tentaderos, quedan algunas imágenes que impactan con Curro Romero como protagonsita y en la que también participaron Dominguín y Manolo Molés, en la plaza de toros de Ciudad Real. Cuando todo iba sobre la marcha con el maestro dando un auténtico recital, el toro se le cruzó, embistiéndole con un varetazo en la mano por la que tuvo que ser intervenido en el Hospital Provincial que hoy acoge algunas de las instalaciones de la Diputación de Ciudad Real.
De aquel episodio quedaron una serie de fotografías sin flash, donde destaca la presencia de un médico operando mientras fuma y las caras de dolor del diestro andaluz tendido en la enfermería, con la mano sangrando.
Entre las incontables muestras de negativos, los hijos de Herrera Piña también han encontrado a mucha gente anónima, que sin embargo, captaron la atención de su padre. “Mi padre llegaba a un pueblo donde el Gobernador iba a inaugurar algo y si veía alguna imagen que le llamase la atención, la fotografiaba”. De aquellos retratos encontrados, sobresale la figura de “La cigarrera” o “las vendedoras de girasoles” de Tomelloso, entre otras muchas que han ido apareciendo en algunos de sus libros de fotografía.
Otra de sus estampas míticas fue una que hizo del Rey Juan Carlos I en una cacería en Almedina. “Aquella foto, no sabemos cómo, llegó a Zarzuela. A la reina Sofía le gustó y pidió los negativos. Mi padre se negó a enviar los negativos. Ofreció enviar la fotografía, pero no los negativos. Al final, la intervención del Gobernador y del propio director del periódico, hicieron que los negativos llegasen a Zarzuela. Luego es cierto que enviaron una copia firmada por el Rey, que todavía tenemos guardada en casa”.
Recuperar su legado no ha sido una tarea fácil
Cuando los hijos se encontraron todo el trabajo de su padre empaquetado en cajas sin orden, la pregunta que surgió fue obvia: “¿Qué hacemos con todo esto?”
Advierte Manuel que “no sabíamos qué hacer”. “Tocamos muchas puertas y muchas permanecieron cerradas, otras se abrieron un poquito y otras ni se les vio. Nos ha costado mucho trabajo que alguien nos ayude. Han sido muchas puertas cerradas”. En este sentido, agradecen la colaboración que siempre han tenido de Ángel Caballero, hermano del actual presidente de la Diputación de Ciudad Real, José Manuel. Tras él ha sido David Triguero. Antes que ellos fue Globalcaja quien permitió abrir el melón de un relato que ha permitido digital gran parte de la historia moderna de Ciudad Real reflejada en fotografías.
“Nosotros hemos intentado hablar con todos los que nos han querido recibir. Unos nos han abierto la puerta para que se lo expliquemos y otros no han tenido tiempo nunca de recibirnos”. Una de las puertas que parecieron abrirse fueron las de la Universidad de Castilla-La Mancha con la que la familia llegó a un acuerdo que estaba prácticamente cerrado, según cuentan. “La Universidad se iba a hacer cargo de todo el legado. Ellos iban a digitalizar y a cuantificar todo el material, iban a dedicar también a crear una cátedra con el nombre de mi padre para hacer un curso de verano, pero justo cuando íbamos a firmar, cambiaron de opinión, dijeron que eso iba a costar mucho dinero y que se quedaban con todos los derechos. Entonces decidimos romper el acuerdo y comenzar a trabajar por nuestra cuenta. Nosotros no queremos sacar provecho económico, nuestro objetivo es que se salve todo este material que es un auténtico patrimonio histórico de Ciudad Real”.
Sólo así las futuras generaciones comprenderán el peso que ha tenido una figura como la Herrera Piña en la historia de la provinicia, un proceso que debe llegar poco a poco y que incluso a sus propios nietos les cuesta asimilar. “Yo creo que todavía no saben lo que hay. Nuestros hijos saben quién era su abuelo, pero no saben el legado que hay. Aquí en Ciudad Real todavía no se le ha dado la importancia que tiene”, se lamenta Manuel.
Herrera Piña, figura indiscutible en los 80 años de Lanza
Comprender la historia de Lanza pasa por la grandeza de figuras como las de Herrera Piña que prestaron su dedicación y su profesionalidad, inmortalizando infinidad de noticias que fueron cubriendo las páginas blancas de un medio que día a día se convirtió en referente en toda la provincia.
Para sus hijos, “Lanza es como de la familia. Desde que tenemos uso de razón, la palabra Lanza estaba en mi casa. A ver, voy a Lanza, te llaman de Lanza, te están buscando en Lanza, llevas tú a Lanza”. Su trabajo era silencioso, metódico, siempre atento a lo que le rodeaba, maniático de la puntualidad, al amparo de un lema: “el primero que llega elige el sitio”.
Para llegar a las ediciones impresas del periódico, Herrera Piña se convirtió en una auténtica máquina de revelado. Rememora Juancho que “él encendía la ampliadora, apagaba, pasaba la mano por debajo y pam, le daba la vuelta. Al agua, otra, otra, otra, otra. Y luego ya, iba lavando y al fijador”. A veces, sonaba el timbre de casa y en el rellano aparecía Atana, el hombre de los recados de Lanza, con un papel primordial para ejercer de nexo entre los profesionales y los lectores del día siguiente. “Sonaba el timbre y aparecía Tana para llevarse las fotos que ya hubiese reveladas, con encargo bajo el brazo de los redactores que no dejaban su puesto hasta que la edición estuviese en rotativa”.
Lo cierto, relata Juancho es que “mi padre no paró de hacer fotos hasta que murió”, envenenado hasta el final con una profesión que lo acompañó de por vida y que gracias a su legado, permanecerá en el tiempo, como sus viejas cámaras, como su viejo material, que a pesar del polvo y el tiempo enmudecidas, recuerdan las historias que inmortalizaron y que hoy permiten saber cómo fue aquella Ciudad Real en blanco y negro, que cobra color en la calle que lleva su nombre.