El periodista y poeta puertollanense Manuel Juliá ha impartido este jueves en el Real Casino de Madrid una ponencia en la que, bajo el nombre de ‘La Mancha, paisaje íntimo’, ha ensalzado la belleza que atesora esta tierra cimentada especialmente en su paisaje y en los inigualables atardeceres manchegos.
Juliá ha comenzado su intervención recordando como hace poco unos amigos extranjeros le preguntaban sobre lo que él consideraba que era más bello de La Mancha, indicando que en un primer momento no supo qué responder, aunque luego pensó en Almagro o en Villanueva de los Infantes y sus grandezas de piedra acumulando la belleza de los tiempos: “También pensé en cualquiera de las plazas que duermen su intimidad y soledad, dando un frescor inusitado en las largas siestas del verano. Pensé después en cualquiera de los pocos castillos que aún quedan vigilando la llanura, algunos derruidos por la garra del tiempo, pero aún en pie, y otros con la soberbia de sus piedras resistiendo los años mientras se van volviendo una parte más de la montaña”.
Llegado este punto, el periodista y poeta manchego ha matizado que en ese instante cayó en la cuenta de que todo lo que estaba pensando era “producto de la mano del hombre” y que se estaba olvidando de “lo que la mano de la naturaleza, o el soplo de Dios, ha realizado quizá escribiendo el libro más majestuoso de la vida, que es el paisaje”.
Y en ese preciso momento Juliá pensó en su tierra, al considerar que “no solo los viajeros que la transitan en sus automóviles, sino también los manchegos, obviamos la inmensa belleza de La Mancha”, pues “aunque tiene fama de llana y seca, es sin embargo de una variedad paisajística inigualable”.
También recordó “la llanura de las viñas, la tierra gris de las lomas, Las Tablas de Daimiel, Las Lagunas de Ruidera, El Valle de Alcudia…Algunos paisajes que la tosca huella del hombre ha violado, pero otros todavía permanecen con el olor de los volcanes en sus piedras, con la adustez de lo eterno en sus rastrojos”.
Por todo ello llegó a la conclusión de que lo más bello para él de La Mancha es su paisaje: “Esa Mancha húmeda, blanda como la melancolía, que saca del baúl de sus entrañas el viejo vestido verde de la primavera. La Mancha verde es un espacio luminoso en donde el cielo más azul de la tierra hace brillar las yerbas escarchadas y sonreír a la llanura de alegría. Las lluvias ponen un vestido verde a los secos campos de La Mancha. La agonía de la tierra se da un suspiro”.
Para para Manuel Juliá los atardeceres manchegos también son inigualables, siendo a su vez “lo más bello de La Mancha”: Esos atardeceres que reflejan “cuando el cielo decide hacer pequeños a todos los grandes pintores, cuando por un instante muestra el pincel de Dios dejando sus trazos sobre el horizonte. Un enjambre de colores forma con las nubes el mejor cuadro impresionista que pudiera imaginarse”.
Y es que para este poeta, “en la tierra manchega, en un limpio atardecer del invierno, uno puede salir al campo y entretenerse sólo en mirar la ladera de una montaña cercana que tiene los matojos limpios, y las piedras brillantes, y los árboles a punto de perder su luto misterioso para mostrarse en la primaveras como seres que despiertan”, a la vez que “uno puede mirar un paisaje de invierno soleado y encontrar de pronto todas las respuestas perdidas, como si todo consistiera en estar plácidamente mirando un paisaje, observando todas las vidas que van sucediéndose en un orden inflexible y fugaz: los insectos, los pájaros, las plantas… En un atardecer de invierno uno puede sentir, mientras observa la caída del sol, que quizá, como decía, hay un libro escrito en el que todo comienza y acaba una y otra vez, y existe sin más sentido que existir, y está ahí para que nuestros ojos puedan comprenderlo, admirarlo, sentirlo, tocarlo quizá, con los ojos del alma”.
Incidiendo aún más en la importancia y belleza del paisaje manchego se ha referido a las viñas y los olivos en invierno, que son “otro de los paisajes que siento dentro”, al señalar que “todo el mundo se fija en los pespuntes verdes de la tierra gris, cuando florecen, pero a mí me gusta la templanza marrón de los viñedos y los olivos. Ahora están tristes porque el invierno les pone un velo de ausencia. Sus cuerpos retorcidos gritan en el silencio. Esperan la calma de la belleza de una bruma en la mañana, y espejear luego bajo el sol intruso del mediodía de febrero. Me gusta mucho el pasmo pedregoso de los olivos en invierno. Siempre los he visto como fuertes centinelas del paisaje”.
Durante su intervención, Manuel Juliá también ha recordado los meses de pandemia, los cuales “ojalá comiencen ya a entrar en el recuerdo”, y ha hablado sobre la importancia de la lluvia, ahondando en los momentos de sequía que se están viviendo en la actualidad, puesto que “apenas llueve y a los pantanos se les seca la garganta”.
El acto, celebrado en la sala Torito del Real Casino madrileño, ha estado presentado por la escritora y socióloga manchega, María Antonia García de León, natural de Torralba de Calatrava.
La iniciativa forma parte de la programación de la Tertulia Natalio Rivas del Real Casino, ágora del pensamiento y la palabra, coordinada por Andrés Valverde Sánchez. Colabora en el evento, el grupo editorial Sial Pigmalión.